La primera piedra, oblonga, de humilde pedernal, rebota hasta la otra orilla. La segunda, casi una esfera, cae en parábola asustando a las bogas dormidas.
“Parábola”... Había oído la palabra por primera vez en boca del cura; pero el maestro le había dado un sentido un poco diferente en clase de Matemáticas. Las parábolas del cura eran a veces hermosas, pero imaginadas para un mundo que no es este mundo. Las del maestro, en cambio, le permiten comprender, por ejemplo, la trayectoria de muchos obuses que, en ese momento, seguramente, caen sobre Madrid, caen sobre el padre que se unió en agosto a la columna Mangada.
Pablo observa el segundo círculo que se ha formado en la piel del agua. Piensa que las manzanas de los poetas no tienen el mismo sabor que los perucos que robaba en el huerto de don Efrén. Piensa que las palabras de los poetas tienen una música oscura y silenciosa que guarda un sabor de fruta roja y fresca.
-“Como el viento huyo lejos” –musita.
-“Y sin embargo vine como la luz” –responde la voz de don Isidoro a su espalda.
Pablo se sobresalta, pues no ha oído cómo se acercaba el maestro. Por un momento ha creído que una patrulla falangista le ha dado caza, pero se ríe interiormente al pensar que sería raro que un falangista recitase a Cernuda.
Don Isidoro le trae un hato con comida, algo de ropa, un mapa y un par de libros.
-Dickens –dice, lacónico, Pablo.
- Y La defensa de los trabajadores de Kautsky –añade el maestro con una sonrisa.
-Pero...
-No creo que estos bárbaros los echen de menos. Lo más probable es que acaben quemando la biblioteca.
Empieza a hacer frío. Solo se oye el rumor de las aguas, ya oscuras, y el traqueteo de un carro a lo lejos.
-Así que te vas, zagal.
En eso se parecen el cura y el maestro: ambos le llaman “zagal”.
-Vas a partirle el corazón a tu madre –afirma don Isidoro.
-Estará bien con las tías, que son unas beatonas. ¿Y usted, don Isidoro?
-No tengo a nadie. Mi vida está aquí. Estoy a punto de jubilarme...
-Pero...
-¿Qué me pueden hacer? No estoy afiliado a ningún partido ni sindicato. Nunca he cogido un arma. Además, este pueblo me gusta.
-Pero usted se ha significado. Don Saturio se la tiene jurada –Pablo recuerda que el maestro salió en defensa de su padre y de otros campesinos hace cuatro años.
-Agua pasada. Ya se verá.
Pablo y el maestro se abrazan sin decirse adiós. Don Isidoro se vuelve un instante tras andar varios metros. Pablo no está seguro, pues apenas hay luz, pero cree que lo que brilla en la cara borrosa del maestro son lágrimas. Para sofocar las suyas, se pregunta qué clase de círculos dibujarán los cantos en las aguas del Manzanares.
Emotiva continuación de las andanzas de Pablo. Miedo me da la decisión del maestro de quedarse. Losa salvajes no necesitan motivos.
ResponderEliminarPor cierto me has recordado a la Botella: en efecto no son los mismo las manzanas que los peruchos (así los llamaban también en el pueblo de mi madre,en Villalvilla de Montejo, Segovia).
Ni "peruco" (así es como llamaban a las manzanas de la zona en Sacramenia, el pueblo de mi madre) ni "perucho" vienen el DRAE. La comparación, como comprenderás, esta más relacionada con la oposición entre ciencia y fe, por ejemplo, que con las ideas de la Litrona.
EliminarNo sé si, más adelante, recuperaré la figura del maestro. En cualquier caso, sabemos que lo menos que le podía esperar a don Isidoro era una depuración y, por tanto, su jubilación quedaría en el aire.
líneas que transmiten perfectamente la emoción del relato y los pensamientos de ambos personajes.
ResponderEliminarAbogo porque la continuación continúe, (valga la redundancia).
En algún momento te robé la música que encontré genial.
Ja, ja, ja. Gracias.
EliminarIdeas tengo para unos pocos episodios (no quiero escribir una novela). Tienen que madurar, como las manzanas.
En cuanto a la música, no robas nada, sino que ayudas a difundir a gente valiosísima que se mueve al margen de la industria y que te ofrece la posibilidad de escucharlos cien mil veces sin cobrarte un céntimo y, si lo deseas, comprar sus obras por un precio más que razonable.