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8 de noviembre de 2013

Sacar la lengua

Allí estaba, impertérrito y desafiante; el rostro, en el que se dibujaban alternativamente una sonrisa sarcástica y una mueca de asco, a dos o tres centímetros del cristal. Que este no estuviera muy limpio no le impedía contar, casi una por una, las piezas de la descuidada dentadura, antes de que asomase sin pudor, impulsada por un odio o un desprecio atávicos, con todo el poder de su ignominiosa burla y su horrorosa viscosidad, la lengua, cuya extensión y movilidad malignas acentuaban los prismáticos que usaba para ir al fútbol.

Al principio no le dio mucha importancia, pues no hay mengua de locos y envidiosos en el mundo. Bastaba con correr las cortinas. Sin embargo, cuando el maldito empezó a mostrar carteles infamantes tras la indecorosa exhibición de sarro y papilas gustativas, pensó que todo aquello era más que una broma de mal gusto que sobrepasaba ya la ofensa para convertirse en acoso intolerable.

“Eres un pringado”, rezaba el primer mensaje garabateado con prisa en una cartulina arrugada. Justo cuando había ascendido a costa de delatar a los cuatro radicales que pretendían reorganizar la sección sindical de la empresa. El segundo, que coincidió, gracias a su insistencia ante las autoridades, con el precinto de local que, en los bajos del edificio, había estado utilizando un grupo de jóvenes con mala pinta, decía, rotulado primorosa e irónicamente con letras góticas: “Eres un facha de cuidado”.

El muy ladino se cuidaba de no llamar demasiado la atención. Cuando su mujer o sus hijas lo veían en la ventana, les enviaba tímidos y comedidos saludos moviendo ligera e inocentemente la mano derecha. Tampoco consiguió, cuando tenía invitados, que estos fueran testigos del insidioso provocador en sus desmanes. Así que, después de encontrárselo un día en la recoleta cafetería donde se citaba con Paula, su amante, sintió que la sangre se le subía a la cabeza y decidió pasar a la acción.

A pesar de lo mucho que le dolió verse señalado por letras de diferentes colores, el muy cabrón se había esmerado, hizo una fotografía con el móvil en la que podía distinguirse perfectamente solo media cara del hijoputa, pues el tamaño del cartel era considerable, y leer el siguiente texto: “Astado hipócrita. Tu mujer te los pone también”. El colmo no fue ya que la policía no hiciese demasiado caso de las pruebas, sino que el atorrante criminal, a su modo, se riera de lo lindo tres días después de la denuncia: “Los maderos han sido amabilísimos. A ver qué haces ahora, sabandija”.

Y allí estaba, impávido y escarnecedor, al cabo de un mes durante el cual creyó que había logrado librarse y liberarse de la pesadilla; el rostro, con una media sonrisa desfigurada, a escasa distancia del cristal. No necesitó los prismáticos para ver cómo la mano izquierda bajaba ostensible y obscenamente a la entrepierna , mientras que la derecha sostenía con firmeza un rótulo en el que estaba escrito: “Ahora, asesino, arráncame esta”.

2 comentarios:

  1. Quizá a este baste con carteles, a otras habría que acosarlos de otra forma. Los escraches se quedan cortos. Opino que la impunidad con que se mueven algunos es más grave incluso que las perrerías que cometen. Sería conveniente que determinados individuos tuvieran miedo de recibir la respuesta que sus desmanes merecen.

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    1. No es solo la impunidad, sino también la arrogancia.

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