
Las manos que hicieron la mesa no existen tampoco. Pero puedo recordarlas: manos de artesano, encallecidas y heridas por el uso de cepillos, formones, martillos. Trabajaron incansables para que las mías, también las de mis hermanos, vivieran del intelecto, no porque despreciasen la labor a que se dedicaban, sino porque pocas veces habían conocido otra cosa que la escasez.
Quien movía esas manos creyó que un mundo mejor era posible y que ese mundo dependía de eso que llaman “progreso”. Y eso que llaman “progreso” se lo llevó por delante. Mi padre estaba desempleado cuando se vio forzado a jubilarse. Fue durante la primera mayoría absoluta de Felipe González. Pocos años después murió postrado en la cama mientras yo lo afeitaba. Pero esta es otra historia.
Reducido, al fin, eso que llaman “tejido industrial” a la mínima expresión y acostumbrados muchos trabajadores a creer que todo es posible endeudándose, la escasez se dibuja ahora sobre un papel muy distinto, apoyado no en una mesa de fuertes patas torneadas, sino en el aparente capricho de los tableros bursátiles y la circulación de capitales en manos fantasmas, horras de callos.
El rostro de la escasez es ahora, por ejemplo, el de un padre que se lanza al vacío después de besar a su hijo. Mientras, los lacayos de los tableros pueden decir tranquilos que no todo el mundo puede ir en un Mercedes.
- Atribución de la imagen: Bundesarchiv, Bild 183-61587-0001. Con licencia CC BY-SA 3.0
...Y que la culpa de que los niños pasen hambre es de los padres. ¿De esos padres que se dejaron la vida y se la siguen dejando para sacar a sus hijos adelante, ayer como hoy? A los de ayer los engañaron como a los de hoy. Entonces casi (o sin casi) con una pistola en el pecho y a los de hoy con engaños, estratagemas bancarias y publicidades engañosas. La misma mierda de generación en generación.
ResponderEliminarAsí es.
Eliminar