El aire rizaba la pelusa sanguinolenta de la perrilla.
A Nica nunca le había gustado Abelardo. Por eso ladró con más furia que fiereza al viento cortante que le trajo su olor, mucho antes de que la figura de Abelardo apareciera en la curva.
Abelardo aprovechó el desconcierto que su puntapié produjo en el chucho mil leches hasta sentir cómo se quebraba el cráneo bajo la suela.
-¡Cabrón! –gritó Nicolás- ¿Qué daño te ha hecho?
-Era vieja ya. Ni buena para ratones. Además, mira cómo me ha dejado el pantalón: uno de los mejores.
Nicolás se lanzó sobre su hermano. A Abelardo no le quedó más remedio que oponer a la ira insensata de Nicolás las ventajas de su complexión y su habilidad para romper huesos. En el rostro de Abelardo se dibujó de nuevo una mueca de fastidio y de desprecio:
-Sólo venía a hablar contigo de negocios –dijo malicioso-. ¿No me invitas a pasar? Aunque tendrás la casa patas arriba, como siempre –añadió mientras paseaba la mirada rapaz por el cubo volcado bajo la higuera y los arriates cubiertos de malas hierbas.
Nicolás se retorcía de dolor. Si ya nada esperaba de su hermano, el siguiente golpe, que hirió en algo más profundo que cualquier hueso o cualquier víscera, lo sorprendió.
-He vendido El Olivar –le espetó Abelardo.
-¿Cómo? El Olivar era mío...
-Era –subrayó Abelardo-. Tú no hacías en la finca nada de provecho...
-Mamá me prometió...
-Mamá hace mucho que murió. Papá ha firmado.
-¿Papá? ¡Pero si no conoce ni comprende...!
-Papá y yo siempre nos hemos entendido muy bien, ¿sabes?
Después de sacudirse los pantalones y observar el destrozo, Abelardo dio media vuelta, se dirigió a la carretera y escupió la despedida por encima del hombro:
-Nos vemos. Uno de los mejores...
Abelardo no pudo oír la respuesta, sofocada por los espasmos, de su hermano:
-Lo dudo...
Nicolás consiguió levantarse a duras penas. Salió de la casa aferrando la escopeta con el brazo sano. Miró la mancha púrpura de Nica en el suelo. Alzó el arma y apuntó hacia la figura a la que faltaban unos metros para salir de la curva y desaparecer.
A Nica nunca le había gustado Abelardo. Por eso ladró con más furia que fiereza al viento cortante que le trajo su olor, mucho antes de que la figura de Abelardo apareciera en la curva.
Abelardo aprovechó el desconcierto que su puntapié produjo en el chucho mil leches hasta sentir cómo se quebraba el cráneo bajo la suela.
-¡Cabrón! –gritó Nicolás- ¿Qué daño te ha hecho?
-Era vieja ya. Ni buena para ratones. Además, mira cómo me ha dejado el pantalón: uno de los mejores.
Nicolás se lanzó sobre su hermano. A Abelardo no le quedó más remedio que oponer a la ira insensata de Nicolás las ventajas de su complexión y su habilidad para romper huesos. En el rostro de Abelardo se dibujó de nuevo una mueca de fastidio y de desprecio:
-Sólo venía a hablar contigo de negocios –dijo malicioso-. ¿No me invitas a pasar? Aunque tendrás la casa patas arriba, como siempre –añadió mientras paseaba la mirada rapaz por el cubo volcado bajo la higuera y los arriates cubiertos de malas hierbas.
Nicolás se retorcía de dolor. Si ya nada esperaba de su hermano, el siguiente golpe, que hirió en algo más profundo que cualquier hueso o cualquier víscera, lo sorprendió.
-He vendido El Olivar –le espetó Abelardo.
-¿Cómo? El Olivar era mío...
-Era –subrayó Abelardo-. Tú no hacías en la finca nada de provecho...
-Mamá me prometió...
-Mamá hace mucho que murió. Papá ha firmado.
-¿Papá? ¡Pero si no conoce ni comprende...!
-Papá y yo siempre nos hemos entendido muy bien, ¿sabes?
Después de sacudirse los pantalones y observar el destrozo, Abelardo dio media vuelta, se dirigió a la carretera y escupió la despedida por encima del hombro:
-Nos vemos. Uno de los mejores...
Abelardo no pudo oír la respuesta, sofocada por los espasmos, de su hermano:
-Lo dudo...
Nicolás consiguió levantarse a duras penas. Salió de la casa aferrando la escopeta con el brazo sano. Miró la mancha púrpura de Nica en el suelo. Alzó el arma y apuntó hacia la figura a la que faltaban unos metros para salir de la curva y desaparecer.
Tremendo relato, y muy bien escrito, como siempre. Creo que refleja una realidad más común de lo que podríamos suponer. Supongo que es totalmente ficticio y no va con segundas para aviso de algún navegante
ResponderEliminarItem más: No me había dado cuenta del título. Creo que ahora pillo el sentido completo del relato. Ciertamente, como en la Biblia, a veces hay una subversión de los valores convierto al malo en bueno y viceversa. Te recomiendo la lectura de "las colinas del Edén", de Francisco Muñoz (Plaza y Janés). Te gustará seguro: http://goo.gl/jB1Wy
ResponderEliminar*convirtiendo, quería decir.
ResponderEliminarGracias, vecino.
ResponderEliminarFicticio como la vida misma. Este tipo de historias, por muy reales que sean, tienen un evidente sabor bíblico. De ahí el título y alguna cosilla más.
Seguro que la recomendación merece la pena.