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29 de agosto de 2014

Islas

Castello Sforzesco
En Milán, que se prepara, suponemos que a marchas forzadas, para su Expo y, así, convertirse aún más en un escaparate de mirar y no tocar, el Castello Sforzesco, con su impresionante mole, es como una isla erigida o surgida de la tierra para colmar la ambición de, primero, los Visconti y, después, los Sforza. Al fin y al cabo, un aristócrata no puede dejar que sus delicados miembros reposen en cualquier parte. Ahora la isla es un complejo museístico para solaz de otro tipo de náufragos.

Gian Galeazzo Visconti no tuvo bastante, al parecer, con ampliar lo que más adelante sería la isla del Castello, pues emprendió, con su primo el arzobispo Antonio da Saluzzo, la construcción del Duomo. Un descendiente del Duque, Luchino Visconti, haría pasear por los tejados de la catedral a Alain Delon y Annie Girardot o, si lo prefieren, a Rocco y Nadia, pero esta es otra historia. El caso es que si, para vivir, los Visconti (luego, los Sforza) necesitaban un castillo, Gian Galeazzo pensó que los huesos de su familia requerían, como última morada, un monasterio: la Certosa di Pavia, otra isla de arquitectura apabullante. Isla, además, casi en recto sentido, pues, por lo que pudimos observar, un canal o varios rodean los muros de la extensa finca en que se ubica desde, por lo menos, el camino que se abre frente a la estación de tren y los rodea, hasta la entrada dispuesta para las visitas. Amplio espacio tuvieron y tienen los cartujos de antaño y los monjes de hogaño para el ora et labora.

Certosa di Pavia

Nosotros, simples mortales de sangre roja, sin despreciar el gótico lombardo ni los frescos de Leonardo, aunque no los viéramos, tenemos a veces debilidad por otra clase de islas, para atemperar el síndrome de Stendhal y otros males. En una esquina de Luigi Cadorna, frente a la Piazza della Vittoria, bajo un pasadizo inutilizado, tiene la noche genovesa de avenidas desiertas un garito estrafalario, heteróclito, un snack bar cuya carta pone precio solo a la comida, donde una extraña tribu o compañía se reúne a tomar un bocado, a celebrar un cumpleaños, a compadrear o comadrear. Allí, Rocco y Nadia ponen voz a sus penas o alegrías de amor al micrófono de un karaoke o, en fin, alargan el ocio y alejan el negocio de una noche de verano. Allí, una especie de zombi, un náufrago, reclama una sigaretta y cruza impávido y atronado la calzada. Es un trozo de efímero paraíso, una isla: nos dimos cuenta, gracias a o a pesar de la caipiriña cargada y la chiara sin nombre.


Créditos de las imágenes, respectivamente:


2 comentarios:

  1. Los poderosos siempre necesitaron islas para eso, aislarse de la plebe. Hoy día ya no sé si los que estamos en las islas minúsculas somos la plebe, o es que las islas de los poderosos han ensanchado tanto que nos han dejado aplastados contra la pared del mundo.

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