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17 de febrero de 2013

Parturient cives


Cuando apagó el ordenador, después de que una mueca más de disgusto que se añadía a la indignación se cerrase sobre la mueca sarcástica del último imputado, empezó a sentir los primeros síntomas del malestar que se concentraba en el estómago. Algo, pensó, le había sentado mal o sufría de una acumulación de gases. Se puso la camiseta y observó que la hinchazón abdominal era más que visible. Al coger el silbato y la pancarta notó cómo algo se movía y le golpeaba por dentro del estómago. Fuera ansiedad o miedo repentino, no podía faltar a la cita, aunque la manifestación no hubiera sido autorizada.

Anduvo por la calle pesadamente, extrañado de que las zapatillas más cómodas que poseía le rozasen. Poco antes de que se uniese a la cola de la marea, atraído por el escaparate de una confitería, pensando en lo mucho que le apetecían unas trufas, tuvo que rendirse a la evidencia: estaba embarazado.

Entre la muchedumbre que se manifestaba vio a otros muchos y a otras muchas en el mismo estado. Las náuseas acompañaron sus primeros gritos. Se oyeron las detonaciones de la primera carga y echó a correr como pudo protegiendo el vientre sumido en contracciones. Pero le cerró el paso una pareja de antidisturbios, ante el pasmo de la cual rompió aguas.


La calles se han convertido por arte de magia en maternidades o, según se mire, paternidades, con los policías ejerciendo de improvisadas matronas. Estamos a la espera de conocer la situación de los afectados y, sobre todo, la condición de las criaturas.

2 comentarios:

  1. Yo creo que esos manifestantes están preñados de rabia e indignación y esos partos solo se producen con dolor, aunque en estos casos con dolor ajeno, el de los txakurras, por ejemplo.

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    1. No niego lo primero. Pero lo segundo no lo veo, de momento. Más parece el parto de los montes, con el que el relato tiene una deuda obvia.

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