
Y en Toledo no sientes la presencia del médico musulmán, pero oyes las voces de las parteras. Sabes, y no sabes cómo, que es un hijo lo que pugna con tanto esfuerzo por nacer. Un hijo. Esto te hace feliz por encima de todos los dolores: es lo que Alfonso y tú habéis querido, pues tan vastos y agitados reinos necesitan una mano firme y varonil para ser gobernados. No sientes la presencia del sabio Abdulah, pero oyes los apagados rezos de Bernardo de Sauvetat, el arzobispo de Toledo, tras la puerta y sabes, pero no sabes cómo, que los oscuros latines no se musitan en tu favor ni en el de la criatura que batalla en tu vientre.
Vuelves los ojos, Zaida, Isabel, hacia el resplandor. Estás huyendo, de nuevo, de tu Córdoba bienamada. Ya no verás abrirse los de tu hijo. Vuelves los ojos, que no llorarán la muerte del joven Sancho en Uclés, a la negrura.
Otro relato rescatado de Por el camino de la letra
ResponderEliminarGuahh Juan Carlos, sigue rescantando estos relatos, que vuelven los ojos, con tan bellas letras, "...es un hijo lo que pugna con tanto esfuerzo por nacer..." extraordinario relato, Feliz 2013, muchas bendiciones, un fuerte y especial abrazo
ResponderEliminarGracias, Regina.
EliminarY muy bien rescatado. Tocas todos los palillos vecino. Me encanta la historia medieval, rebosante de romanticismo y misterio.Aprovecho para recomendarte la novela "La cúpula del mundo", de Jesús Maeso de la Torre, que relata la historia de la princesa Cristina de Noruega, que se casó con uno de los hermanos del Alfonso X el Sabio.
ResponderEliminarGracias, Francisco.
EliminarNo se sabe con certeza qué hubo entre Zaida y Alfonso VI, aunque sí lo suficiente para añadir un ejemplo o una muestra más a lo que fueron las relaciones entre moros y cristianos: algunas veces hacían el amor, por decirlo de alguna manera.
Tomo nota de la recomendación.