Brillaba entre la suciedad abajo del derrumbadero, al otro lado del Sands Madrid, lejos de las miradas de los clientes. Quico erraba una noche más entre la basura cuando la encontró. No tenía pasador, la cinta estaba mugrienta y los brazos habían perdido el esmalte, pero la espada refulgía entre el laurel más que los neones del casino.
Al día siguiente, Quico sacó la cruz de su escarcela y la mostró orgulloso a los ojos asombrados de la pandilla, una banda de arrapiezos como él que malvivían y mataban el tiempo entre comida y dormida, lejos del colegio que la familia no podía pagar.
-¿Qué quieres por la cruz? –le preguntó por segunda vez Rufo, encandilado por la joya.
Quico sabía que Rufo era un animal: si algo se le metía entre ceja y ceja, podía reaccionar de manera violenta. Aun así, repitió:
-No tiene precio.
-Ya veremos.
La amenaza quedó en el aire, aunque todos la olvidaron en las siguientes semanas. La condecoración infundió una sagacidad inusitada en la mente de Quico: los mejores planes para trastadas y hurtos fueron los suyos. Así que el liderazgo de Quico desplazó lentamente al de Rufo, que no parecía dar importancia al asunto.
-Bah: una racha –decía liando un pitillo a la puerta de la chabola-. Torres más altas, torres más altas...
La racha no cesó y Rufo no pudo contener más su despecho, su envidia, su codicia. Una tarde de lluvia en que la pandilla no salió de razia, aguardó pacientemente la aparición de Quico tras el desmonte que daba a su casa. Saltó sobre el chico alzando una piedra. Pero la piedra no cayó sobre el blanco: la única mano del Pincho, como salida de la nada, aferró la muñeca de Rufo.
-¡Suelta ya la piedra, mamón! Y tú, chaval, dame eso que llevas en la bolsa.
-¿Cómo? Estás loco, Pincho. Es mía...
-¿Quieres que te limpie los mocos a bofetadas?
Quico temía al manco. Resignado, le entregó la medalla al Pincho y vio estupefacto cómo la machacaba con la piedra hasta terminar de destrozarla.
-Pero... –se atrevió a balbucir Quico.
-Yo arrojé esta mierda a la basura y a la basura debe volver.