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21 de octubre de 2012

La condecoración


      Brillaba entre la suciedad abajo del derrumbadero, al otro lado del Sands Madrid, lejos de las miradas de los clientes. Quico erraba una noche más entre la basura cuando la encontró. No tenía pasador, la cinta estaba mugrienta y los brazos habían perdido el esmalte, pero la espada refulgía entre el laurel más que los neones del casino.
    Al día siguiente, Quico sacó la cruz de su escarcela y la mostró orgulloso a los ojos asombrados de la pandilla, una banda de arrapiezos como él que malvivían y mataban el tiempo entre comida y dormida, lejos del colegio que la familia no podía pagar.
      -¿Qué quieres por la cruz? –le preguntó por segunda vez Rufo, encandilado por la joya.
     Quico sabía que Rufo era un animal: si algo se le metía entre ceja y ceja, podía reaccionar de manera violenta. Aun así, repitió:
      -No tiene precio.
      -Ya veremos.
    La amenaza quedó en el aire, aunque todos la olvidaron en las siguientes semanas. La condecoración infundió una sagacidad inusitada en la mente de Quico: los mejores planes para trastadas y hurtos fueron los suyos. Así que el liderazgo de Quico desplazó lentamente al de Rufo, que no parecía dar importancia al asunto.
    -Bah: una racha –decía liando un pitillo a la puerta de la chabola-. Torres más altas, torres más altas...
    La racha no cesó y Rufo no pudo contener más su despecho, su envidia, su codicia. Una tarde de lluvia en que la pandilla no salió de razia, aguardó pacientemente la aparición de Quico tras el desmonte que daba a su casa. Saltó sobre el chico alzando una piedra. Pero la piedra no cayó sobre el blanco: la única mano del Pincho, como salida de la nada, aferró la muñeca de Rufo.
      -¡Suelta ya la piedra, mamón! Y tú, chaval, dame eso que llevas en la bolsa.
      -¿Cómo? Estás loco, Pincho. Es mía...
      -¿Quieres que te limpie los mocos a bofetadas?
      Quico temía al manco. Resignado, le entregó la medalla al Pincho y vio estupefacto cómo la machacaba con la piedra hasta terminar de destrozarla.
      -Pero... –se atrevió a balbucir Quico.
      -Yo arrojé esta mierda a la basura y a la basura debe volver.


8 comentarios:

  1. Buena historia, Juan Carlos. Si es tuya, te doy la enhorabuena. Si no lo es, también te la doy por narrarla tan bien.
    Toda basura debe quedarse en el lugar que le corresponde, ni siquiera removerla, pues un leve meneo es motivo suficiente para engendrar todo tipo de iniquidades.
    Me ha encantado. ¡Bravo!
    Y, encima, buena música.

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  2. Muchas gracias.

    Que yo sepa, Adelson no ha puesto una sola piedra todavía en Madrid, aunque puede que haya untado más de un bolsillo. No sé cómo se llamará el primer casino que se monte, pero me da en la nariz que será algo parecido a lo que se lee en el primer párrafo.

    El cuento es, por tanto, aunque parezca paradójico, futurista, pues imagina un futuro cercano; inmediato, quizá.

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  3. Y además, es que la basura es mucho más de lo que creemos. Ya ves, para uno era una joya o un talisman y para otro...
    Muy buena la historia, me recordado al realismo de posguerra: bausras, chabolas, malvivir y medallones militares. Sus muertos.

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    1. Medallones policiales en este caso (la medalla que se describe es la que se ve: la Cruz al Mérito Policial con distintivo rojo). Había pensado en introducir un flashback en el que el Pincho recordara cómo había ganado la cruz, pero he preferido que su aparición fuera más escueta, sorpresiva y, quizá, más ambigua, como la de un duende o algo así en un cuento de hadas.

      En efecto: el tono neorrealista, con buena dosis de estilo directo, es el que le cuadraba a la historia.

      Gracias por la alabanza.

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  4. Ya no somos dueños ni de nuestra propia basura...

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    1. Salvo que paguemos por ella un tercio de lo que costaría si no lo fuera, como los griegos.

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  5. Me ha encantado la historia futurista de la medalla...
    Besazo Juan Carlos,

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    1. Gracias, Rosa.

      Me alegra que puedas volver a este mundo de bitios.

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