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29 de octubre de 2012

Sobre comuneros y otros demonios


Dos años y medio había, y aun no cabales, que el Emperador había venido a estos reinos, y gobernádolos por su persona y presencia, y los tenía en mucha tranquilidad, paz y justicia, cuando el demonio, sembrador de cizañas, comenzó a alterar los pensamientos y voluntades de algunos pueblos y gentes.

(Pedro Mejía, Relación de las Comunidades de Castilla)



“Cuando hogaño me fuisteis a hablar en Medina del Campo, y fui con vos a ver el frenero, y a Villoria, el pellejero; y a Bobadilla, el tundidor; y a Peñuelas, el peraile; y a Ontoria, el cerrajero; y a Méndez, el librero; y a Lárez, el alférez, cabezas e inventores que fueron de los comuneros de Valladolid, Burgos, León, Zamora, Salamanca, Ávila y Medina, yo, señor, me espanté y escandalicé, porque luego vi y conocí que vos os guiabais por pasión, y ellos seguían su opinión, y que todos huíais de la razón”. Esto escribió Fray Antonio de Guevara a Juan de Padilla (Epístolas familiares. I, 49). Poco importa si, como dice Joseph Pérez (1), la entrevista a la que alude Guevara no tuvo lugar. Menos aún si la carta llegó o no a destino. Quizá Guevara tuviera razón al pensar que Padilla buscaba, en el fondo, el maestrazgo de Santiago y que este fuera, por tanto, su pasión. Pero se hace difícil de entender que alféreces, libreros, cerrajeros, perailes, tundidores, pellejeros y, en fin, freneros siguieran su propia opinión y estuvieran faltos de juicio.

El prejuicio de casta permitía al futuro obispo de Mondoñedo aceptar como soberano a quien se autoproclamó rey en Flandes para allanar el camino de la sucesión imperial; pero no le permitía entender, sino como sinrazón, herejía o crimen, que un hidalgo peleara con la plebe de pecheros ni cómo querían conseguir los comuneros reformar el reino: “Pues no obedecéis al Rey, no admitís gobernadores, no consentís Consejo Real, no sufrís chancillerías, no tenéis corregidores, no hay alcalde de Hermandad...” (Epístolas familiares. I, 52). Más olfato tuvieron otros, como Diego Ramírez de Villaescusa, presidente de la Chancillería de Valladolid: “Ellos decían que eran sobre el rey y no el rey sobre ellos”. (2) 

Para quienes pensaban que el poder tenía origen divino, la revolución comunera parecía cosa del demonio, como puede observarse en la cita de Mejía que encabeza este escrito. Hoy, quienes piensan que los hijos de “buena estirpe” superan a los demás porque, entre otras cosas, hasta el cociente intelectual se hereda, prefieren demonizar a los plebeyos que se atreven a opinar más allá del voto a piñón fijo de manera más acorde con los tiempos, pues, de momento, sobran lanzas donde hay porras y la impostura o la mentira se lavan con una mayoría absolut(ist)a.

(1) JOSEPH PÉREZ, Los comuneros. Madrid, Historia 16, 1997 (Biblioteca de Historia. 5). Página 110.
(2) Tomo cita de la obra de J. Pérez. Página 155.

4 comentarios:

  1. Bien traído... ¡viene al pelo!!!
    Besazo Juan Carlos

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  2. Interesante y acertado análisis. La razón de la sinrazón de la mayoría absoluta.
    ¡Qué recuerdos me ha traído tu música!

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    1. Gracias.

      El problema no es tanto la relativa mayoría absoluta en sí como lo que con ella se hace.

      Pedro Ruy-Blas es uno de los grandes.

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