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26 de agosto de 2015

De paseo por Toulouse


Your streets were paved with love
Your skies were blue
Goodbye Toulouse
                               (The Stranglers)


Caminando por la Rue du Taur hacia la basílica de Saint-Sernin un cartel colocado en un escaparate anuncia un concierto de The Stranglers en Le Bikini de Toulouse. Nuestro viaje, es lástima, no puede alargarse hasta noviembre para comprobar cómo le han sentado los años a la banda de Guildford. Sin embargo, sí hay tiempo para no percibir la tristeza de los millonarios, que Hugh Cornwell y compañía cantaban, cuando nos sentamos en un café. Hay tiempo para observar, entre el bullicio y el tráfago de gentes que acrece a medida que uno se va acercando al Capitole, cómo varias personas rebuscan en los contenedores apoyados en el ascensor de la estación de Jean Jaurès, a pocos metros del infame paralelepípedo que marca la cuenta atrás para la Eurocopa de 2016.

Saint-Sernin
Parecido mensaje futbolístico recibe quien transita por la calle Lafayette en forma de una especie de catafalco de veinte metros de largo que puede distraer al visitante de la ubicación exacta del Donjon, y cuya mayor virtud, si es que alguna tiene, es la de servir de acicate al deporte del selfie, de campo de juegos para los niños que no puedan permitirse muchas vueltas en el tiovivo de la cercana plaza Wilson o de improvisado escenario para artistas callejeros. Si es de noche, desde las gradas del edificio de correos pueden llegar a los oídos de los presentes los dos o tres monótonos acordes con que un anciano negro tocado con un gorro de lana que luce los colores de Jamaica acompaña su monótona y desamparada voz.

Patio del Capitole
Interior del Capitole












Las calles de Toulouse, como las de muchas ciudades, están pavimentadas de amor, aunque este se convierta en mercenario a espaldas del bulevar Bonrepos o se extinga como la llama que ablanda la china trapicheada al borde del Canal du Midi, ante la mirada indiferente o recelosa de los que van y vienen de la estación de Matabieu. Con todo, la desconfianza que puede surgir en algunos rincones no impide que Toulouse sea una ciudad idónea para pasear, por mucho que el paseo se vea obstaculizado por ciclistas o por las terrazas que desbordan las aceras de algunas calles.

L'Entrepotes. Rue des Blanchers, cerca de la Daurade
Así, de paseo, nos acercamos, tras hollar el bronce de la cruz occitana que nos mira desde el suelo de la plaza del Capitole, a los pretiles de la ribera del Garona en torno a la Daurade, el mejor observatorio para contemplar la noria asentada sobre el muelle dedicado al exilio republicano español. O cruzamos el Pont Neuf para dirigirnos a Les Abbatoirs. Allí nos congratulamos de haber adquirido el pase de turismo para admirar la pieza que, junto a los mosaicos de Fernand Léger, da mérito a la visita: La dépouille du Minotaure en costume d’Arlequin, el telón que Picasso pintó para la obra 14 Juillet de Romain Rolland, estrenada en 1936.

Pont Neuf
Muelle del Exilio Republicano Español












Son varios las colecciones o museos que la ciudad ofrece al paladar de los amantes del arte. Entre ellos, el capricho, o un gusto que no se aviene fácilmente a lo sacro, nos lleva a destacar el Museo Georges-Labit, sobre todo por su colección de grabados japoneses, y la Fundación Bemberg, sita en el renacentista L’Hôtel d’Assézat, en cuyas salas aguardan excelentes piezas de Canaletto, Cranach, Lotto, Degas, Renoir o Rouault, entre otros. Cuentan del argentino Georges Bemberg, primo de la escritora Victoria Ocampo, que recomendó guiarse por un flechazo para adquirir obras destinadas a la fundación. Fue, ciertamente, un flechazo el que gozosamente recibimos, por ejemplo, ante obras como La famille nombreuse de Rouault.

"Les femmes au Perroquet" de Léger en Les Abattoirs
Obra de Henri Martin en el Capitole
"Le cauchemar" de Eugène Thivier. Museo de los Agustinos
En Toulouse no faltan, por tanto, las ocasiones de sufrir el síndrome de Stendhal. Para prevenirlo no es mala idea tumbarse en las hamacas de los claustros del Museo de los Agustinos y del convento de los Jacobinos, después, en este caso, de dedicar un buen rato a admirar las bóvedas de la iglesia, pasando de refilón por delante o por detrás del sepulcro de Santo Tomás de Aquino, complacidos de que en Francia no se haya tenido empacho en secularizar edificios religiosos.

Claustro de los Agustinos desde la hamaca
Bóvedas de los Jacobinos














Sesteando en los Jacobinos
Llegada la hora de dar gusto a otro paladar más terreno, podemos volver, por ejemplo, a la Rue du Taur y escoger cualquiera de las dos creperías que se ubican cerca de sus extremos, o arrastrar nuestros pies a los numerosos establecimientos del bulevar de Strasbourg, como los eficientes La Piazza Papa o La Côte et L’Arête. Sin abandonar el bulevar, llegada la noche, quizá para, ay, decir “Farewell, goodbye Toulouse”, como los Stranglers, podemos tomar una copa en Le Dauphin y corear las versiones de “Smoke on the Water”, “Ruby Tuesday” o “I Shot the Sheriff” que dos simpáticos músicos entrados en años se atreven a acometer, no sin solvencia, en el exiguo escenario.


  • A quien desee más información sobre la Ciudad Rosa le invito a leer los tres capítulos que a ella dedica, y que generosamente comparte en su blog, mi vecino, el escritor Francisco Galván, Los capítulos forman parte de su guía Toulouse y los enclaves cátaros.



4 comentarios:

  1. ¡Hombre, qué sorpresa! Has dejado que tus pasos te lleven a Toulouse. Espero que te haya gustado tanto como a mí y que te hayan servido de algo mis entradas en el blog. Por lo que cuentas ha sido una visita fugaz aunque bien aprovechada. ¿No estuviste en el restaurante LÉntrecote?

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    1. No ha sido tan fugaz, si se tiene en cuenta que pernoctamos en la Ciudad Rosa doce noches. Dedicamos cuatro intensos días a patear Toulouse con el pase de turismo (hicimos, por ejemplo, el crucerito por el Garona), más los ratos entre los trenes y autobuses que nos llevaron a Albi, Auch, Cahors, Cordes-sur-Ciel, Foix, Montauban y Moissac.

      Ocurre que quería dar una visión general partiendo de mis impresiones y de mis notas. Y, efectivamente, el escrito parece producto de una visita de un día. Esa era, por otra parte, la idea, porque no quería escribir una guía como la tuya, la cual nos ha sido muy útil. No sé cómo me las voy a arreglar para hacer algo semejante con los otros siete lugares mencionados arriba.

      L'Éntrecote estaba, generalmente, petado. De hecho, salvo cuando no quedaba más remedio, buscábamos locales más acordes con los horarios españoles. Nos quedamos, por tanto, sin probar esos entrecotes fileteados de los que hablas; pero nos hemos hartado de buena carne y, por supuesto, de ensaladas con salsa de mostaza o pesto y de patatas fritas.

      Por cierto, en los restaurantes del mercado no olía tan mal. Estuvimos un día comiendo en uno de los que tienen terraza divinamente, aunque al final el servicio dejó que desear.

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  2. Vaya, la impresión que da el texto es de que fue algo rápido, quizá para asistir a algún concierto. Me alegro de que mis entradas te hayan servido. Lo del Entrecote es bastante engañoso porque las colas se disipan enseguida. Yo no hice cole y fui varias veces, aunque en fin de semana si que es cierto que son mayores.
    Del olor del mercado de Victor Hugo supongo que dependerá del día de la sensibilidad de la pituitaria de cada cual.
    ¿Probaste el casuolet?

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    1. El olfato todavía me funciona, vecino.

      Pas de cassoulet. No me apetecía.

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