Páginas

2 de abril de 2009

De móviles, portátiles y otros cachivaches sutiles, volátiles, útiles y fútiles


Ni Freud se lo podía imaginar:
que de la fase oral y de la anal,
pasáramos de golpe y para siempre
a la madura fase audiovisual.

Enrique Badosa

Lo que viene sucediendo con las mal llamadas “nuevas tecnologías” o las “tecnologías de la información” (la sigla es preciosa: TIC) puede dejar estupefacto al cerebro mejor amueblado. Sorprende que las novedades en este ámbito y, más específicamente, en lo que atañe o afecta a la comunicación, a la información y al solaz o al entretenimiento, se sucedan, exagerando un poco, a la velocidad de la luz. Sorprende, también, la ingeniosa denominación, pues siempre he creído que “tecnología” es el conjunto de conocimientos técnicos y científicos aplicados a la industria, es decir, lo que permite fabricar el cacharro, no el cacharro en sí.

Se dice que este siglo, que aún no ha salido de los pañales, será el de la información y el de la comunicación. Ya lo es en buena y mala medida. La verdad es que apabulla tal cúmulo de datos y cuentos a nuestro alcance, así como la pasmosa facilidad y rapidez con que podemos acceder a ellos. Sin negar que esto da lugar a un número inusitado de posibilidades y que es útil, ¿no es un poco como un espejismo? ¿No somos, ahora, con todos mis respetos por aquellos que fueron anulados en nombre de Dios y del Rey, como el jefe indio que se lleva a la oreja el ejemplar de la Biblia, porque el clérigo que acompaña al conquistador le ha dicho que ahí está la palabra divina? Preguntémonos si somos capaces de controlar conscientemente el uso que hacemos de los medios que se nos ofrecen; si no somos, más bien, usados por ellos. Si no somos analfabetos digitales, por más que nos creamos los ases, los cracks del ratón. No es imposible, además, que estos trastos estén cambiando, sin que nos demos cuenta, nuestra manera de pensar, de relacionarnos, de comportarnos.

En amena charla oí en boca de una interlocutora lo que está en otras muchas bocas y, por descontado, en la mente de muchos: “Si no tienes móvil ni estás conectado a Internet, no eres nadie”. Se puede, evidentemente, añadir: si no tienes coche, si no tienes reproductor de mp3, si no tienes pantalla de plasma, si no tienes aquello, si no tienes lo otro...

Vuelve a mis ojos la imagen del siglo como un candoroso infante colgado de su chupete, y me pregunto cómo podemos aceptar, sólo porque nos sintamos contentos con los colorines de la pantalla, como el nene ante los estantes repletos de chuches, que ya estamos en camino de asentarnos en el más feliz de los mundos y ocupar un lugar a la diestra de Dios.

Parece que estos medios satisfacen la necesidad de estar en contacto. ¿En contacto con qué? Escojamos de entre las varias respuestas: con los nuestros, con el mundo, con la realidad. Aunque esa realidad esté a un paso, quizá sólo haya un tabique por medio; quizá un par de estaciones de metro. Aunque a ese mundo no le veamos los ojos, y menos las ojeras, cuando le hablamos, ni oigamos cómo respira, ni nos detengamos a observar sus gestos porque un ojo cuadrangular los escamotea. ¿Acaso no sonreímos, aun sin ganas, al objetivo del teléfono? ¿Dejamos que se nos vean las zapatillas cuando nos sentamos ante la webcam? En muchas reuniones de amigos podemos ver a más de dos martirizando los botones de sus teléfonos. En las mismas reuniones, con no poca frecuencia, uno de los más serios temas de conversación es el nuevo dije que le hemos comprado a la mascota, el último chiste, el último tono, la última canción...



Hace un par de años, la deformación profesional me llevó a terciar en una disputa que mantenían dos señores acerca de la melodía más reciente que uno de ellos almacenaba en su móvil. Estaban en un tris de apostar trescientos euros, uno a que la canción de Excalibur es de una tal Carmina Burana; el otro, a que Carmina Burana es el título de una canción, no de la dichosa película. Fue curioso ver cómo los ojos se les abrían más que a Eva H. cuando me oyeron hablar, después de pedir la venia cortés y respetuosamente, de Carl Orff, de John Boorman y del “O Fortuna”. Los tres estábamos terminando de comer. Parece que mi intervención, aparte de frustrar el envite, no fue digna de ser premiada con un chupito. Tenemos que hacernos a la idea de que se prefiera, para mantener el contacto con la realidad, apostar trescientos euros o la vida a un error.

Se dice que quien posee la información tiene poder. Digamos, más bien, que tiene poder quien crea o inventa la información. Quizá sea la sensación de poder que produce el uso de las “tecnologías de la información” (ya sabes: TIC, sin tac) lo más tentador o atractivo del fenómeno. Contratamos nuestras vacaciones, compramos entradas para el concierto de los Rolling Stones, encontramos esa receta que dejará boquiabiertos a nuestros invitados, hacemos la declaración de la renta, la Wikipedia ahorra tiempo y evita que gastemos neuronas en algo que ya hicieron otros, aunque sea una chapuza, nos bajamos canciones inanes pero exitosas, mandamos fotos a nuestros amigos de California o de Turquía sin poner un sello... Nuestra actividad se multiplica hasta hacerse milagrosa sin movernos de casa, apretando un botón. Nos sentimos como Dios: casi ubicuos, casi omniscientes, casi omnipotentes. Somos ya, de hecho y de derecho, el Superhombre, la Supermujer, con tal de que no se agote la batería, con tal de que Telefónica, Vodafone u Ono no nos dejen colgados. Poco importa que pasemos, a veces, una eternidad pegados a la barra de búsqueda, pues la eternidad es el tiempo o el no-tiempo de los héroes, de los demiurgos. ¡Ay!, ¿cuándo será que nuestra voz suene, por fin, en la zarza ardiente?

Pues bien, si, además de ser Superman, soy un idiota, un maleducado, un ignorante, un desalmado, o un espíritu puro, ¿dejo de ser bobo, zafio, inculto, criminal o estupendo, armado, pongamos, de un móvil o de un ordenador? No, pero soy más guay, soy alguien o algo, estoy en este mundo. He avanzado cantidad, porque es cierto que “tanto tienes, tanto vales”, y yo lo tengo casi todo sin moverme de mi casa, apretando un botón. ¡Ay!, ¿cuándo será que pueda, yo solito, tirar del ronzal del becerro de oro, porque no me conformo sólo con disponer de mi cuenta sin salir de casa, moviendo sólo el ratón? Heme aquí: el Gran Mago y su roedor atributo, el símbolo del poder del siglo XXI...

Termino con el recuerdo de algo que tal vez sirva para meditar acerca de lo que está en juego. Hace unos años, el ínclito Bill Clinton tuvo la brillante idea de proponer la siguiente solución para los males del tercer mundo: conectarlo a la red. Conmueve el interés y cuidado de los políticos por mantener al personal en sintonía con los tiempos. Siempre he creído que, con el fin de vivir dignamente, cada uno ha de recibir según su trabajo, sus capacidades y, por supuesto, sus necesidades. Si necesito una caña y una barca, y que me enseñen a pescar para sobrevivir, ¿me importa que Google sea una herramienta maravillosa de navegación virtual?



7 comentarios:

  1. Vecino, cuánta razón tienes, la TIC lo que está haciendo es esclavizarnos en lugar de liberarnos. Si te olvidas el móvil en el retrete (pongamos por caso) porque allí has mantenido una interesantísima conversación al tiempo qu hacías otras cosas que no voy a mencionar, pues te sientes perdido: ¡Mi móvil, me lo dejé en el cagaero, y ahora qué hago yo!
    Además, es cierto que la TIC nos facilita el contacto con lugares remotos o con gente con la que jamás hubieras coincidido (véase este caso de los blogs sin ir más lejos), pero por contra te roba la comunicación personal cara a cara que se producía antes. Cuántos chavales prefieren quedarse la tarde chateando con 300 "amigos" al mismo tiempo en lugar de salir a relacionarse con sus dos, tres o cuatro buenos amigos de verdad para ir al cine, a jugar al futbol o simplemente sentarse en un banco a charlar. Es el sino de estos tiempos y para eso hay un refrán: quien mucho abarca poco aprieta.
    Ya casi es posible hacerlo todo desde casa, desde la compra hasta las gestiones en hacienda, el banco o el ayuntamiento. Y no tardará en extenderse el teletrabajo. Este será el siglo de la comunicación pero, paradójicamente, también será el de la soledad y el islamiento.

    ResponderEliminar
  2. Ostras Paco, qué mal lo pintas. Dos de mis mejores amigos se conocieron por Internet y llevan 4 años juntos... Hay cosas buenas y malas. El móvil me ha sacado de 4 ó 5 apuros en mi vida. De esos gordos. Gracias a Internet me he animado a escribir (al menos un blog) y a "cartearme" con gente genial como vosotros 2, cosa que no hacía desde los 18. Las TICs me permiten llegar a mis profesores de Madrid y prepararme unas vacaciones sin tener que recorrerme todas las bibliotecas de Barcelona y gastarme una pasta en teléfonos. Yo qué sé. Creo que como todo hay que saber qué es suficiente y hasta qué punto.

    En cuanto a todo lo que menciona Juan Carlos sobre las conversaciones animadísimas sobre politonos, los enganches a estos temas, etc., decir que siempre han existido ese tipo de conversaciones. Cuando éramos más jovencitos había otras cosas que amenizaban las tertulias de todos aquellos que no tienen tema de conversación. También está "lo rosa" y los deportes que van en la misma línea.

    En cuanto a lo del Tercer (o Quinto) Mundo no tengo palabras para descalificar al Sr. Clinton y sus genialidades. Me hace gracia toda esta gente que en su etapa de poder hacen más bien poco y luego se dedican a rreglar males del Mundo desde el mundo de las ideas, como el caso de Al Gore. Me vienen a la cabeza las anécdotas que me explica mi amiga Eva de sus viajes a Guinea Bissau. Siempre van al mismo poblado y ella se sorprende que malvivan en chabolas pero a la que reúnen 4 duros se compran móviles, se buscan las mejores zapatillas deportivas o lo que sea para destacar. Del consumismo tampoco se libran en Bissau por lo que desgraciadamente mucha gente del Tercer Mundo ya está conectada a la red y está completamente alienada, preocupándose de destinar sus ganancias a consumir cosas innecesarias. A lo mejor sí tiene razón Clinton y lo que necesitan todos es conectarse a la red y así escandalizarse porque aquí comprarse un móvil te sale a 20€ y aún te sobran 1200€ para pasar el mes, mientras que ellos necesitan meses de ahorro. Asimismo, con más información quizá llegase una revolución y los guineanos reclamasen a Europa su parte del pastel.

    ResponderEliminar
  3. Cara y cruz.

    En el artículo me detengo un poco en la cruz. Por supuesto, Santi, que los avances a que da lugar la tecnología ofrecen amplias posibilidades de mejora para quien sepa hacer uso de ellas. Sin embargo, olvidamos con frecuencia los peligros, cuyos efectos pueden ser superiores a los beneficios si no nos hacemos conscientes de ellos y, sobre todo, buscamos medidas para anularlos o paliarlos. A ello apuntamos Francisco y yo en parte, porque el asunto da para más.

    Es evidente que, por ejemplo, Internet es un poderoso instrumento de información y comunicación y que puede servir a la defensa de la libertad. Dejando aparte que la información es de toda laya y hay mucha paja, desde mi punto de vista, lo más prodigioso de la Red estriba en la descentralización de la misma y a estar, por lo menos en apariencia, fuera de control. Tal como estamos, ya no dependemos de igual manera que hace unas décadas de las mismas fuentes, que al fin y al cabo son fuentes de poder; pero podemos ser más vulnerables a su efecto no sabemos filtrar y contrastar. Por otro lado, estamos expuestos, cosa que olvidamos, a que el poder se decida a ejercer ese control. Dependemos, no sé si os dais cuenta, de operadores y servidores sobre los que se puede presionar. Observad, por ejemplo, el caso de China. Es por esta razón que me preocupan tanto las alabanzas que los políticos hacen del medio. Uno se pregunta, pensando en ejemplos como el de Guinea Bissau que citas, si detrás de ese interés de los gobiernos o de los políticos no está, a fin de cuentas, la intención de someternos a una ilusoria libertad de acción orientada entre otras cosas al consumo.

    ResponderEliminar
  4. Al margen de lo que dices de las tecnologías y de la "información" (con permiso de Francisco Galván, que no se me amotine que de todo hay en la viña de internet) lo que más claro me queda y lo que más me gusta del artículo es tu defensa de la persona y la personalidad antes de que lo que posee. En eso te comprendo y te apoyo.

    Ahora lo mejor, no solo has apuntado a una historia sombría del internet de marras, es que la cosa irá a peor. ¿Te imaginas un chip insertado en el cuerpo?. Conexión directa a internet, GPS integrado, telepatía móvil... y todo sin batería, con nuestra propia energía. Es lo que en realidad se proyecta y plantea. Claro que semejante cara y "ventajas" tendrán a la par los inconvenientes: todas tus cuentas y comunicaciones controladas, tu ubicación física controlada en todo momento, tus constantes vitales controladas en todo momento (controlado en el peor de los sentidos)... quieren esclavos y al final lo van a conseguir. De ahí que hagan tanto hincapié en las nuevas tecnologías en todo el planeta, para acelerar el proceso.

    Un gran artículo, abrazos.

    ResponderEliminar
  5. Dezaragoza: si no defiendo a la persona, ¿dónde queda uno?

    A veces me entra la paranoia cuando pienso en que la historia sombría es posible. Chips como los que nombras ya se han hecho para contener, dicen, otro tipo de informaciones. Hay micrófonos del tamaño de una cabeza de alfiler y cámaras de gran resolución que son poco más grandes que la uña del dedo gordo. Lo que importa ahora es estar avisados y no poner una sonrisa fácil y boba ante cualquier avance o novedad, porque esta magia no tiene por qué ser necesariamente blanca. Y quizá no lo sea.

    Gracias por tu valioso comentario.

    ResponderEliminar
  6. El precio del progreso parece ser que pasa por volver al punto de partida. Toda la capacidad de conexión, para estar relacionados con todo el mundo, la podemos utilizar para huir de él; y sólo aparecer cuando nos interese para decir "Hola, estoy aquí...y tú allí, y sigue allí..."

    En cualquier caso la tecnología es una herramienta, todo depende del uso que le demos.

    Salu2

    ResponderEliminar
  7. Naturalmente, Markos. Una herramienta a la que se magnifica en exceso.

    ResponderEliminar

Piénselo bien antes de escribir