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3 de marzo de 2009

Marcel Schwob: "La cruzada de los niños"


En 1896 ve la luz la última producción narrativa de Marcel Schwob, La cruzada de los niños. Como en el caso de sus otras obras, Schwob recogió una serie de relatos publicados en la prensa (Le Journal, en concreto). A Schwob se le considera un precedente de la novela contemporánea, antes de la eclosión de esta en los años 20 del pasado siglo. Así, por ejemplo, podemos comprobar cómo R.M. Albérés situaba El libro de Monelle (1894) entre las primeras novelas incluidas en el “Cuadro cronológico” de Metamorfosis de la novela.

No seré yo quien se ponga a dirimir si La cruzada de los niños es el último peldaño en el concepto de narración fragmentaria de Schwob, quien abogó por la novela impresionista. Es lo que afirma María José Hernández Guerrero en un interesante estudio. Tampoco importa que el modelo, como recuerda Borges, esté en Robert Browning. Sólo pretendo dejar algunas líneas de lectura de un curioso al que atraen rarezas, aunque esta ya no lo sea tanto.

La leyenda en que se basa La cruzada de los niños puede encontrarse resumida en muchos sitios (el estudio citado, el prólogo que firmó Borges, las páginas que dedican al asunto Cavobolo, Históricamente o la Wikipedia). Schwob selecciona los datos y los va distribuyendo en cada uno de los ocho fragmentos que componen el libro en espiral, o como si del oleaje del mar se tratara: desde la vaguedad acerca del número de peregrinos (“un enjambre de abejas”), su indumentaria (el bordón y la cruz del peregrino), su fe en Jerusalén y los peligros del camino (“la secta de los que mutilan” a los niños para “exhibirlos e implorar caridad”) de “Relato de un goliardo”, pasando por las referencias más precisas a fechas y lugares de “Relato de Francisco Longuejoue, clérigo”, que muestra a los niños el día 15 de septiembre de 1212 en las playas de Marsella, aguardando el apresto de los barcos con que los burgueses quieren alejar de sí a la “turba infantium”, para terminar, años después de los acontecimientos, en el balance de muerte del “Relato del Papa Gregorio IX”: “Fueron hasta la ciudad de Marsella; fueron hasta la ciudad de Génova. Y los llevaste en naves sobre tu ancho dorso encrespado de espuma; y volviste y alargaste hacia ellos tus brazos glaucos, y los has sepultado. Y a los demás, los traicionaste, llevándolos hacia los infieles”, dice el Papa al Mediterráneo.

La trama es reducida, como podrá observar el lector, pues al autor le interesa, por entre el flujo y reflujo de los datos escuetos, la impresión que los hechos producen en cada una de las voces que toman su puesto en cada pieza. Y cada pieza, que es una ola, vale por sí misma y suma, a la vez, en el efecto que el conjunto provoca en el lector. Las voces de los mayores y de los niños van alternándose en vaivén. Se emparejan y chocan: dos papas ancianos, dos grupos de niños, dos desharrapados que viven a la buena de su dios, dos monstruos.

Marcel Schwob

Inocencio III, turbado ante los acontecimientos, implora a Dios una señal que le indique si ha de castigar a unos inocentes ignorantes, pero llenos de una fe que socava los cimientos de la Iglesia. Su sobrino, Gregorio IX, recuerda a su pariente, impreca al mar por la pérdida de los inocentes y le pide le devuelva sus cuerpos para erigir un santuario. Desde el abandono del mundo por Dios, que no se manifiesta, el mundo aparece como culpable. Por eso acusa al mar, el cielo junto a la tierra, que es como acusarse a sí mismo: “Soy culpable como tú de faltas que no conozco. Tú te confiesas incesantemente sobre la playa por tus mil labios dolientes, y yo me confieso contigo, gran mar sagrado, por mis labios marchitos. Uno al otro nos confesamos. Absuélveme y yo te absuelvo.”

Dos grupos de niños, un trío y una pareja, si no contamos con la aparición de Johannes el Teutón en el “Relato de un leproso”. Los dos grupos se conocen y mencionan, se mueven, sin temor a peligros que no ven, guiados por algo que no entienden o que entienden sin entender: las voces de las que hablan los pequeñuelos, el mudo Nicolás, Alain y Dionisio, que se encaminan hacia el mar y de los que se dirigen a un final incierto llegados a tierras musulmanas, Allys y Eustaquio. Hay otro elemento en común: Nicolás no puede pronunciar el nombre de Jesús, pero sus labios “pueden abrirse para la alegría”; Eustaquio es ciego, no puede ver la blancura, pero se regocija cuando oye hablar de ella, pues para él, como para Allys, “El Señor Jesús es blanco”.

El goliardo y el kalandar son la cara y la cruz de los marginados que observan el paso de los cruzados. Mientras el kalandar piensa desde una fe acendrada y asentada en dogmas y preceptos, el goliardo ha diluido la suya o la ha trasformado en una especie de inconsciente panteísmo. Uno representa o refleja la rigidez o la unidad del ámbito musulmán; el otro, el estado de convulsión y división del ámbito cristiano, que Inocencio III comenta a su manera: “Van a nacer sectas ignoradas. Se han visto correr por las ciudades mujeres desnudas que no hablan. Estas mudas impúdicas señalan el cielo. Varios locos han predicado la ruina en las plazas. Los ermitaños y los clérigos errantes murmuran.”

El leproso, resentido por haber sido apartado del mundo y de la salvación, se presenta como un vampiro al que desarma el candor de Johannes sin miedo. Francisco Longuejoue representa a los eclesiásticos bien asentados en lo terreno. El clérigo no entra en consideraciones religiosas, se atiene exclusivamente a lo práctico, sin atender a la caridad: los niños, que “están todos hambrientos por lo largo del camino y no saben lo que hacen”, son para él una “turbulencia extranjera”, una “horda que viene del Norte”, peligrosa para una Marsella en tiempos de escasez. Por eso no tiene empacho en urgir a los navegantes que los embarquen, sabiendo los peligros de la mar en tiempos de equinoccio. Se convierte así en un nuevo flautista de Hamelín, personaje al que Inocencio III ha relacionado con el Maligno.

En el relato del clérigo falta, además, una nota que se va repitiendo como estilema o leit motiv, como las olas, en los otros textos: es el único relato en que no aparece la palabra “blanco”. El blanco, con todas las connotaciones que se le adhieren, se convierte en símbolo del sentido del libro, cuyo estudio dejo a la sensibilidad del lector, así como el paladeo de las imágenes. Pues es tiempo ya, dice quien manda, de dar fin a tan largo comentario.

Disfruten ustedes de la obra.

6 comentarios:

  1. Pues me dejas con buen sabor de boca. Bien recomendado y bien diseccionado el libro que recomiendas. Echaré un vistazo, sin duda que sí.

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  2. Pues a leer: lo tienes enlazado en la segunda línea.

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  3. Juan Carlos, vecino, como siempre erudito en todo lo que se refiere a las letras. Como te dije por ahí en otro comentario, todo lo haces bien. ¿Has probado a tocar el trombón?
    es broma. Me imprimiré la cruzada de los niños y la leeré. Sin duda.

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  4. Ya verás, Francisco, como me ponga a cantar...

    Disfruta del libro de Schwob. Es otra manera de tratar la historia en la ficción. Si no has leído Vidas imaginarias, te lo recomiendo.

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  5. Ya me leí "La cruzada de los niños". Efectivamente es un relato con una estructura fragmentada que en cada parte va aportando datos de la historia, con sus diferentes puntos de vista. Me ha gustado mucho. De Schwob leí hace un millón de años el rey de la máscara de oro, una novela inquietante y que un día de estos buscaré por casa para darle un repasillo.
    Con independencia de este relto, resulta muy curiosa la leyenda de esta cruzada infantil. ¿Qué tiene real? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Lo que parece claro es que nadie quiso responsabilizarse de ella, como sucede siempre con los fracasos. Se menciona a unos niños que "oyeron la voz de Dios". Si realmente sucedió supongo que ocurriría como las anteriores: algún pedazo de cabrón fanático lso embarcaría en la aventura. Después la Iglesia, como suele suceder, oculta las razones y los culpables que, muy probablemente, estarían entre sus filas.
    Al leer el relato no he podido evitar establecer el paralelismo con los tiempos que vivimos, con esa gente que confía más en la fe que en lo que ven sus ojos y palpan sus manos. He pensado en la película "Camino", en la que se anima a una niña a morir con alegría porque acabara en el regazo de Dios.

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  6. Me alegro, vecino. El que citas es uno de los libros de Schwob que no he leído.

    En cuanto a la cruzada, quizá sea plausible, tal como dice algún investigador, que los "pueri" de los que hablan las crónicas fueran pobres o ignorantes. Se dice también que es posible fueran capitaneados por algunos jóvenes locuaces. Si fueron embarcados, nunca mejor dicho, por gente de la Iglesia, supongo que es también posible. Sería interesante acudir a la lectura de las prédicas de cruzada papales para tratar de completar el trasfondo. No es objetable, desde luego, suponer que hubiera, en algún caso, algo parecido a lo que sugieres al hablar de "Camino". Si se lee, por ejemplo, a Amin Maalouf o a los historiadores bizantinos, la crueldad y fanatismo de algunos cruzados se hace bastante evidente. Por mi parte, estoy escribiendo, lentamente, algo sobre la llamada cruzada de los pobres.

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