Paseando por la Rua das Frores en Oporto, de camino a la Ribeira o de vuelta de ella, nos tienta la posibilidad de degustar una 1906 en una cervecería que la ofrece, un poco hartos de la rutinaria Super Bock. Pero nos disuade la imagen de Cristiano Ronaldo, que sonríe desde sendas caretas que cuelgan en dos alambiques que brillan en el escaparate.
Es comprensible que se eche mano de la imagen del reconocido futbolista como reclamo turístico. Sin embargo, nos parece que las principales ciudades portuguesas tienen alicientes más que sobrados para atraer por sí mismos no solo al turismo de masas, sino, sobre todo, al turista con inquietudes culturales.
Nos exasperan las colas que se forman, por ejemplo, para visitar la iglesia de San Francisco, el Palacio de la Bolsa o, como ya sabrá el lector de este blog, la Livraria Lello. Por eso, y porque tenemos debilidad por los espacios recoletos y los títeres, nos plantamos en el Museu das Marionetas.
Algo parecido sucedió en Lisboa: hicimos cola para ver el Museo Nacional de Arqueología y el claustro de los Jerónimos, algo menos para la colección moderna del Gulbenkian. Pero disfrutamos, casi solos, las colecciones de tres preciosos museos que, suponemos, al no ser de fácil acceso o al estar fuera de las rutas al uso, pasan desapercibidos al visitante foráneo.
El Museu da Marioneta de Lisboa, situado en la Rua da Esperança, posee unos fondos más numerosos, variados y sorprendentes que el de Oporto.
Para llegar al Museu Nacional do Teatro e da Dança, que ocupa lo que fue el Palácio do Monteiro-Mor en el Paço do Lumiar, tuvimos que echar mano del “gps” de tu móvil. Pero mereció la pena el paseo para ser sorprendidos no solo por las maravillas de la colección, sino por la amabilidad, un tanto apremiante en algún caso, de los encargados. En el exterior del palacio y en el parque nos asalta, es un decir, la visión de las máquinas que, para la representación del Romagem dos agravados de Gil Vicente, diseñó José Carlos Barros inspirándose en el Bosco.
Dentro, figurines, diseños, trajes, carteles, un impresionante órgano de luces... Una delicia. Sin olvidar la interesante conversación que mantuvimos con el vigilante de la exposición temporal dedicada a António Soares, que versó sobre la historia del teatro de revista portugués y el perjuicio que el turismo está causando a la economía doméstica de los lisboetas.
Para caretas o máscaras, nos quedamos con las del Museu do Oriente. Y con los muebles, los trajes, los instrumentos musicales, las marionetas, las fotos de Nuno Lobito y de João Martins Pereira... Y toda la planta dedicada a la ópera china.
No nos paramos en la exposición dedicada al Zeca Afonso, pero en las escaleras del Museu pudo escucharse mi voz entonando “Grândola, vila morena”. Dudo que la mayor parte de los admiradores o seguidores de CR7 sean capaces de hacer algo parecido.
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