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25 de agosto de 2017

Paradoja de la Librería Lello

El viajero o el turista que, de visita en Oporto, ascienda, pasada la Torre de los Clérigos, la Rua das Carmelitas podrá encontrarse con una larga fila de personas de diferentes naciones, admiradoras o no de Harry Potter, aguardando traspasar el umbral que se abre en la fachada neogótica de la Librería Lello. Antes habrán depositado el óbolo correspondiente, cuatro euros, en las arcas del establecimiento situado en el chaflán de Carmelitas con la Praça de Gomes Teixeira.

Fachada de la Livraria Lello
Interior


















Es cierto que la Librería Lello es un hermoso espacio dentro de la hermosa ciudad portuguesa. Es cierto que, para echar un vistazo al lugar, merecen la pena la espera, el pago y las apreturas causadas por un gentío no siempre bien educado. Pero no es menos cierto que, en términos estrictamente bibliográficos, algo que podría ser, por sus trazas y su historia, un templo de cultura, parece más una especie de enorme y, repitamos, hermosísimo quiosco, donde solo faltan, por ejemplo, revistas del corazón, algunas chucherías para casos de urgencia golosa y las entregas semanales, quincenales o mensuales de colecciones diversas.

Detalle de la escalera
Indagando en los estantes

Quizá sea signo de estos tiempos transformar toda muestra de cultura en mercancía y todo lugar bello o con poso de historia en escenario apropiado para el efímero escaparate de un selfie. Todo ello sirve, qué duda cabe, a la supervivencia de la Livraria Lello y de su no magro negocio. Esto es lícito. Sin embargo, los fondos que se ofrecen en los estantes a la avidez del turista que quiera descontar el pago de la entrada mediante la compra de uno o varios libros son, aparte de su ordenación anárquica, ostensiblemente caros, de manera que hacen dudar al visitante aficionado a la lectura que la Lello sea el lugar elegido por los lectores portuenses para colmar su necesidad de libros.

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