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20 de marzo de 2016

Al pasar por Toledo

Camino del puente de San Martín, pasamos por delante de la Venta del Alma a bordo del tren turístico. Es lo que tiene ir de excursión con un grupo de quinceañeros. Mientras los chicos alborotan en el coche de cola saludando a todo ser viviente y semoviente con gran algazara, se me ocurre hacer una gracia para desconcertar a los profesores con los que comparto asiento, muy atareados en lograr que, de los auriculares que nos han  proporcionado, les llegue la locución grabada sin interferencias. “Voy a pedir al maquinista que pare en la venta, a ver si encuentro en ella el alma que me falta”, digo.

Torre de San Román
Interior de San Román


















De almas, si es que existen, algo entendía Garcilaso. Sin embargo, a través de la malla que cubre los vanos de la torre de San Román, vuelvo a observar desde lo alto la estatua del poeta del dolorido sentir y se me antoja demasiado gallarda, demasiado altiva. Hay unos muchachos cantando rap en un rincón de la plaza. Quizá recitan las mismas rimas de un tal Rayden que uno de mis alumnos fusiló para solventar de mala manera el difícil trago de componer un texto en verso que recrease el tópico del “carpe diem”. No es, en verdad, fácil tarea si en el oído solo se tienen las síncopas de los raperos.

Estatua de Garcilaso en la plaza de San Román

Aguardamos el turno de ingresar en la sinagoga del Tránsito. Una vez dentro, mientras admiro los frisos de la sala de oración, el pensamiento se me va hacia unos versos que no acaban de complacerme:

Mira que la sombra acecha 
Y baila con la ceniza
Cuando el paso detienes
A las flores y a la brisa.

Corre y que tu luz estalle 
De aromas y prenda el viento
Con los sones de tu boca,
Contra la usura del tiempo.

Interior de la sinagoga del Tránsito
Estatua de Samuel Leví

















La usura del tiempo, ayudada de las personas, terminó convirtiendo la sinagoga en iglesia de los calatravos. La justicia ha devuelto parte del trigo a su dueño: seguramente Samuel Leví estaría satisfecho de que el templo que apadrinó sea ahora la sede del Museo Sefardí. Pero no es esto lo que digo en respuesta a una compañera que me propone aportar un granito de arena a las explicaciones que ha estado dando. Así que, teniendo en cuenta la proximidad de la Semana Santa y que no es imposible que buena parte de los chicos se encuentren, a tuerto o a derecho, con una procesión, intento llamar su atención sobre los motivos vegetales, geométricos y epigráficos que, a semejanza de las mezquitas y a diferencia de los cristos llagados y las vírgenes de corazón asaeteado de muchas iglesias católicas, adornan la sinagoga.

Mezquita de Bab al-Mardum
Bóveda de la mezquita

















Aunque se me aduce que construir sobre lo edificado y lo derribado es una constante histórica, no hago mucho caso, pues hoy, sobre todo ante la ermita del Cristo de la Luz, o mezquita de Bab al-Mardum, me siento mudéjar, como hubiera querido don Américo Castro.


  • Atribución de las imágenes. Las dos primeras imágenes se publican, por cortesía de sus autores, EmDee y José Luis Filpo, con licencias CC BY-SA 3.0. y BY 3.0. respectivamente. Las de la mezquita, con licencias CC BY-SA 3.0., para la primera, y BY 2.0. para la segunda; sus autores: PMRMaeyaert y Pedronchi, respectivamente. El resto son de dominio público.

2 comentarios:

  1. Interesante recorrido que me hubiera gustado compartir con tan ilustres guías. Toledo siempre merece una escapada.

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    1. Tendrías que contar también con los chicos. Pero sí que la merece.

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