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30 de julio de 2015

Recuerdos de verano: Solunto y la Villa Palagonia


Italia sin Sicilia no forma imagen en el alma: aquí está la clave de todo.
                                                                                                    ( Goethe)

Ayer recordábamos el paseo desde la estación de Santa Flavia a las ruinas de Solunto, varios kilómetros al este de Palermo, pasado Bagheria. No es, parece, lugar muy frecuentado por los enfebrecidos turistas que recalan en Sicilia, quizá porque la proximidad a la capital le confiere un punto de insignificancia, quizá porque las guías al uso no le conceden demasiada importancia por comparación con la monumentalidad del Valle de los Templos o, incluso, Selinunte.

Bajo un sol de injusticia, que es, pienso, como justamente habría que decir del bermejazo platero de las cumbres cuando reina su rigor, asistimos al gesto de incredulidad y estupor del paisano que nos indicaba el camino de subida al sitio. La memoria me pinta ahora junto al hombre un rebaño de cabras indiferentes o acostumbradas, como el presunto dueño, al calor; pero ya se sabe que Apolo protege a los pastores. El gesto se repitió, a la entrada del recinto, en el rostro de los encargados.


Ruinas de Solunto
Capo Zafferano













Allí estuvimos solos, o prácticamente solos, pues luego apareció otra pareja, hollando donde pisaron griegos, fenicios y romanos restos de caminos, cisternas y edificios que a duras penas daban sombra a la vegetación agostada, sobrecogidos por el tiempo que pasa y la inmensa pequeñez de quien observa y admirados en la altura del Tirreno que azulea desde el Capo Zafferano a Santa Flavia.

Al aire abrasador, al polvo de la tierra o las arenas de la playa y a las aguas del mar faltaba unir el fuego de las brasas en que un afable cocinero asó los desconocidos pescados, elegidos a dedo entre los expuestos en un mostrador. Así se completó el trozo de vida. Brindaríamos entonces, no recuerdo ahora el vino, mientras un pescador se aproximaba a la terraza mostrando al dueño un buen ejemplar de atún recién arrebatado al Tirreno. Quizá era atún rojo, especie en extinción, que se captura, dicen, sin escrúpulos en Sicilia; pero esta es otra historia.

Aunque se tiene noticia de las ruinas de Solunto desde el siglo XVI, su exploración con criterios científicos no se produce hasta las primeras décadas del XIX. Seguramente por esto Goethe, que estuvo por Sicilia en 1787, no supiera de este rincón próximo a Bagheria. En este municipio se encuentra la Villa Palagonia, que llamó la atención del alemán por su mal gusto, aunque hay quien asegura que la desagradable impresión que le produjo la villa no le impidió inspirarse en ella para componer parte del Fausto. Escribe Goethe sobre la decoración de la villa en su Viaje a Italia:

“Queriendo presentar en su totalidad los elementos de la locura del Príncipe de Palagonia, daremos la lista siguiente. Criaturas humanas: mendigos y mendigas, español, española, moros, turcos, jorobados, toda suerte de contrahechos, enanos (...) Mitología con adiciones burlescas: Aquiles y Quirón con Polichinela. Animales o figuras incompletas: caballo con manos de hombre, cabezas de caballo sobre cuerpos de hombre, monos desfigurados, muchos dragones y serpientes, toda suerte de patas en figuras de todas clases, cabezas dobles y cabezas cambiadas”.


Villa Palagonia
Villa Palagonia













Quizá porque nuestro gusto no sea tan ático como el de Goethe o porque aprovechamos la sobremesa para visitar Villa Palagonia y el cielo, cubriéndose un poco, dio un respiro a nuestra carne y estimuló nuestra fantasía, la locura del Príncipe de Palagonia nos resultó grotesca, pero simpática. Hay extravagancias más inocuas y soportables que la visión de un Cristo llagado, una colección de exvotos o un desfile de ataúdes. Aunque no estuvimos solos, el público no era numeroso, cosa de agradecer, después del tráfago de otros lugares, para la jornada final de nuestro primer viaje a Sicilia.


  • Nota sobre la procedencia de las imágenes. De Flickr: la primera, publicada con licencia CC BY 2.0 por Allie Caufield; la segunda, publicada con licencia CC BY-SA 2.0 por Paolo S. Las restantes proceden de Wikipedia: la tercera, publicada con licencia CC BY-SA 3.0 por Jean-Pierre Bazard; la cuarta es de dominio público.

2 comentarios:

  1. Impresionantes vistas. Desde allí, y más si es en solitario, resulta fácil imaginar lo que fueron aquellas tierras en tiempos de griegos y romanos. Es un viaje que tengo pendiente. Conozco, si se me permite decir, su norte, Nápoles y Capri; su sur, Malta; su este, Grecia, incluso su suroeste, Túnez, pero no Sicilia. Puedo hacerme una idea de su paisaje agreste y rústico, requemado por el sol y castigado por los vientos. La belleza de las cosas extremas. Como la de esas figuras grotescas que relata Goethe.

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    1. Sumamente bella, en parte por lo que dices.

      Como no nos apetecía alquilar un vehículo, fueron dos los viajes que hicimos a Sicilia.

      Añadiría además, como sugerencia, Creta, de la que se puede decir, con respecto a Grecia, lo que Goethe dijo de Sicilia, según se lee en la cita que encabeza el escrito.

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