Páginas

12 de marzo de 2015

Elixir

Unos decían que las reservas de néctar, siempre escaso, se habían agotado. Otros seguían atribuyendo la escasez a la especulación necesaria para convertir el preciado licor en un producto al alcance solo de la élite que había sustituido a los dioses no tanto por estar hechos a su imagen y semejanza, ni siquiera por haber sido señalados por un rayo o un dedo de aquellos, ni por ser los mejores, sino por su demostrada habilidad para explotar a los demás.

En cualquier caso, dado que no todos los cuerpos estaban hechos a la medida del néctar, sea por genética, sea por azar puro y duro, y que las bebidas espiritosas y, en verdad, el alcohol en general, no estaban de moda o se había proscrito su consumo, se hacía justo, necesario y urgente hallar la bebida salutífera que identificase al común en un solo todo y simbolizara, además, los aires de regeneración democrática que movían los jóvenes líderes, más allá del agua, la leche, las gaseosas, los refrescos y la variedad de infusiones que inundaban el mercado.

Descartadas, también, la zarzaparrilla, el agua de cebada y la horchata, menjurjes obsoletos que arrastraban la rémora paralizadora de la nostalgia, aunque no fueran de derechas ni de izquierdas, un avezado ingeniero y una animosa bióloga dieron con el anhelado remedio, que pronto demostró sus virtudes en un sinfín de pruebas de sabor y recibió el espaldarazo popular en un sonado refrendo que colapsó por días internet.

Fabricar y embotellar el elixir en el plazo más breve, a un precio razonable y con el debido respeto del medio ambiente fue un logro más sencillo de lo previsto, gracias a la inestimable colaboración de un grupo de empresarios imbuidos por la esperanza de la gente e interesados en contribuir al bienestar social.

Así que él, uno más entre el noventa y nueve por ciento, ayudó, aportando su granito de arena y de ilusión, a agotar la primera remesa que llegó al supermercado. Colocó la botella con suavidad en una de las bandejas del frigorífico y esperó la llegada de su compañera y de los niños para celebrar la buena nueva. Abrieron la botella de elixir a los postres y, embargados por la emoción, bebieron sorbo a sorbo, con delicada morosidad y delectación, el líquido mirífico, sin percibir apenas el gusto a lo que algún antiguo rencoroso llamaría agua de borrajas o cerrajas o, simple y llanamente, aguachirle.

2 comentarios:

  1. Espero haber entendido la metáfora y espero también que te equivoques, más nos vale. A mí me valdría con que ese aguachirle le provocara una gran cagalera a quienes yo me sé.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me parece que sí la has entendido. Y te aseguro que me gustaría equivocarme.

      En cualquier caso, es literatura; pero no faltan indicios para sostener lo que imagino, aunque escueza o pique y aunque, repito, la realidad, más tarde, haga que yo me rasque.

      Eliminar

Piénselo bien antes de escribir