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11 de enero de 2015

Cagar tinta

Sabía que Emilio Ortega era capaz de recurrir a la violencia, si lo consideraba necesario. Esta era uno de los puntales de su poder y de ella se servía para mantener su influencia en la CEOE, aunque fuera en la sombra. Pero no creyó que su crueldad fuera tanta hasta que hizo una señal a sus esbirros, que lo ataron de pies y manos al sillón, le sujetaron la cabeza con una cincha y le colocaron un abrebocas odontológico.

Por el rabillo del ojo vio aterrorizado que uno de los esbirros se acercaba con un embudo y el otro, con un bidón cuya tapadera empezó a desenroscar, mientras, a sus espaldas, oía la voz nasal de Ortega:

-Háganlo despacio, caballeros, no sea que se ahogue.

Ortega le puso una mano sobre el hombro izquierdo y le dijo:

-No te quejarás, Ricardito. Genuina de la China.

Hacía mucho tiempo que Ricardo Ramírez había dejado de ser honesto y había puesto su rigor profesional al servicio del mejor postor. Esto le facilitó ascender en su carrera de periodista, hasta el punto de convertirse no solo en una estrella de las tertulias televisivas, sino en un líder de opinión muy influyente y, también, muy persuasivo. Por eso se le llamó desde Presidencia, que pretendía atajar el declive del Partido mediante una jugada que debía resultar ejemplarizante: dar una muestra eficaz de defensa de la transparencia, de la que tanto alardeaban infructuosamente. Para ello, tenían que sacrificar ante la opinión pública a uno de sus miembros más importantes, pero, también, a un representante del poder económico, pues no hay corruptos sin corruptores.

De acuerdo con Emilio Ortega, Ramírez fue elegido para filtrar los datos necesarios y montar la campaña. La excusa, por otra parte cierta, fue un chanchullo de Ortega con las mafias rusas, en la que se implicó a un ministro.

-Lo de los rusos formaba parte del trato, Ricardito. Pero te has pasado sacando a la luz, digamos, las debilidades de mi hija Claudia. La familia no se toca. No te lo perdono –le espetó Ortega.

-Pero, don Emilio, eso tiene fácil solución: me retracto en público –suplicó Ramírez.

-Es tarde, Ricardito. Lo que te voy a hacer es nada comparado con lo que te haga Uralov, que te la tiene jurada. Conmigo, simplemente, vas a cagar tinta –aseguró Ortega antes de hacer la señal convenida a los gorilas.


2 comentarios:

  1. El problema no es que a uno le hagan tragar tinta, sino que a todos los quieran hacer comulgar con ruedas de molino. No obstante, y ya puestos, me parece bien que les den de los suyo a los vendidos de la prensa. Mejor tinta china, que la impresora es el líquido más caro del mundo, como demostró Berto Romero.

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    1. Comulga con ruedas de molino quien está acostumbrado a comulgar. En menor medida, quien no tiene más remedio por diversas circunstancias.

      Quieras o no,el llamado "cuarto poder" es, más que nunca, una pata, y no la menos visible, del sistema.

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