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7 de noviembre de 2012

Cosas que se olvidan cuando se habla de España


Supongamos y aceptemos que, con los Reyes Católicos, se consolida por fin eso que llamamos España o, si se prefiere, la tan alabada unidad de esta. No sin sangre, desde luego, no sin sangre. Si hacemos caso omiso de fueros y particularidades, omisión, por cierto, nada baladí, si dejamos aparte ultramar, los diferentes escarceos imperiales y el caso de Portugal, caso y cosas, por cierto, nada desdeñables, la loada unidad que tanto enorgullece se logró, o no se logró, no sin sangre, desde luego, no sin sangre.

Un recorrido, más o menos somero, por acontecimientos que jalonan buena parte de los reinados de la monarquía española después de Isabel y Fernando, permiten a una memoria que no sea voluntariamente olvidadiza matizar, si no atenuar, el orgullo mencionado.

El reinado de Carlos I fue saludado por la revuelta de las Germanías, la revolución de las Comunidades de Castilla y la guerra de Navarra. Su hijo, Felipe II, y su nieto, Felipe III, parece que tuvieron mejor suerte y mejor tino, si es que consideramos el asunto morisco o el oscuro episodio de las andanzas de Antonio Pérez en Aragón como algo de menor sustancia.

La llegada al trono de Felipe IV trae consigo, digamos, una vuelta de péndulo, pues al Rey casi le crecieron los enanos como a su bisabuelo. La sublevación de Cataluña, donde Pau Claris proclamó una efimerísima república, la conspiración del Duque de Medina Sidonia y la del Duque de Híjar conforman, con otros elementos, una crisis, la de 1640, considerada como “puntual”.

Carlos II no daba para mucho, así que el cambio de dinastía ofreció el pertinente entretenimiento con la Guerra de Sucesión, en la que media Europa anduvo enzarzada por mor, digamos, de la unidad de España. No se puede olvidar que, en medio de este jaleo, los Tres Comunes de Cataluña y el Consejo de Aragón se declararon partidarios del Archiduque Carlos y que se perdió, ay, Gibraltar.

Dentro de estos parámetros, lo más reseñable, por callado, del reinado de Fernando VI el Prudente o el Justo fue la Gran Redada de 1749 (si se prefiere: la Gran Cagada) contra los gitanos. El medio hermano de Fernando, Carlos III, el Mejor Alcalde de Madrid, consigue, parece, más allá del Motín de Esquilache, poner el péndulo en su sitio.

Entre Godoy y Godoy y los malabares que hicieron con la corona Carlos IV y su hijo, Fernando VII, España se ve abocada, ya se sabe, a la Guerra de la Independencia. Fernando vuelve a hacer malabares, esta vez con la Constitución de Cádiz y la Prágmática Sanción, y le coge gusto a perseguir a liberales de los de entonces. A su muerte, los partidarios de Carlos María Isidro dan muestras de la cainita afición española por la unidad que se baña en sangre y, así, tenemos la primera de las guerras carlistas.

De pronunciamiento en pronunciamiento, pasando por la Segunda Guerra Carlista, la ejecutoria de Isabel II acaba, ya se sabe, con la Gloriosa y la Primera República, si olvidamos a don Amadeo. Entre federales y unitarios, en medio de las revueltas cantonales y la Tercera Guerra Carlista, el golpe de Pavía y el pronunciamiento de Martínez Campos traen de regreso a los Borbones.

Durante el reinado de Alfonso XIII no faltó la sangre. Después, ya se sabe, tampoco. Dejamos el recorrido aquí. Echen los lectores un vistazo hacia atrás, de siglo en siglo: al más tonto le resultará fácil comprobar que ninguno (a los siglos me refiero) está falto de, llamémosles así, episodios que empañan o relativizan el exceso de estimación, a veces vano y hasta cínico, de eso que llamamos España.

8 comentarios:

  1. Menudo paseo por la historia... No ha faltado sangre, no.... Lamentablemente.

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    1. Así es.

      Si se echa un vistazo más detenido a los hechos, se observa, además, que bastantes conflictos están vinculados a lo que se puede llamar, en sentido amplio, nacionalismo(s).

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  2. Sangre, sudor y lágrimas. Eso es España dese que se prnuncia tal nombre. Y antes también. Es a lo que conduce una perticular geografía, que todo el mundo ha querido tener la península bajo su dominio. Desde los romanos hasta los Reyes Católicos, pasando por visigodos y árabes. Parecía que si no se tenía toda la piel de toro bajo una misma corona había alguien frustrado.
    Si por mi fuera celebraba refernedums en cada provincia de España y me basraría con la mitad más uno de los votos para dar la papeleta a quien la quisiera. está demostrado que cuando más pequeño sea el país (menos habitantes), más rico y más próspero es: Luxemburgo, Liechtenstein, Suiza, Andorra, Gilbraltar, islas Caimán... Es que tienen tendencia a crear paraísos fiscales.

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    1. Cierto, me parece.

      No sé si abogaría yo ni en broma por la creación de más paraísos fiscales. El caso es que la cosa desde hace un tiempo se complica porque el dinero no tiene patria y no habla únicamente alemán.

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  3. "Debo repasar la historia de España". Es lo primero que se me ha venido a la cabeza al leer tu texto. ¡Ha sido una lección en toda regla! A España le ha gustado siempre ser "una y grande". En cuanto pueden, vuelven a las andadas: al feudo, al cortijo, a la unidad. Lo lleva en los genes y, sobre todo, en las venas. La sangre es el telón de fondo de España.

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  4. Bueno, es una lección con uno o dos objetivos.

    En cuanto a la tarea que se te ha venido a la cabeza, es necesario recordar que, quizá, sería más preciso hablar de "historias".

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  5. Vaya tela, estamos bañados en sangre, la última la guerra civil del 36, es terrible que ocurra esto para demostrar el nacionalismo.
    Muy bien traido este post con el tema de los catalanes...
    Un abrazo Juan Carlos y lindo fin de semana TQM,

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    1. No es solo un problema que parta de los catalanes, Rosa. En cualquier caso, viene de lejos. Soy de la opinión de que nunca se abordó debidamente la cuestión. Que la unidad ha sido, desde antaño, relativa y, en cierto modo, falsa, lo dicen los hechos. No hace falta acudir a Escocia ni hacer comparaciones.

      Asunto bien distinto es, por un lado, si los catalanes saben lo que les conviene; por otro, si los no catalanes saben lo que a estos conviene.

      Pensando en frío, tan rechazable puede ser el nacionalismo periférico como el centralista. No sé si me entiendes.

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