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5 de agosto de 2010

Desde algún cielo

Yukio Yoshimoto siempre se había sentido un extraño entre extraños. Estaba harto de oír contar las gestas de los shogun, de los 130 km y las 120 estaciones del metro de Osaka y del enka. Odiaba hablar en dialecto y los cerezos le daban alergia.

Yukio Yoshimoto se pasaba las horas muertas en Tsuruhashi, el barrio coreano. Allí vivía una flor rara llamada Natsuko. Natsuko le recordaba a Yukio algunas variedades de crisantemo que sobrevivían en el parque de Kenroku, en su Kanazawa natal.

La había conocido al comienzo del verano. Yukio estaba sentado en un banco, en un umbroso rincón del parque del Castillo. Memorizaba, mascullando los versos, un haiku de Bosha, cuando la sombra de una cabeza sobre el libro abierto lo sorprendió. Acompañaba a la sombra el susurro de una voz, suave como los desiguales pétalos de un pensamiento.

- Desde algún cielo,
el grito de un milano:
leve nevada
.

Yukio se sonrojó, como si le hubieran descubierto en una mentira o robando una estola de seda. No supo responder a la voz que brotaba de los labios entreabiertos de la mujer:

-Es uno de los haikus que más me gustan.

Las palabras de Natsuko arrastraban un dejo de melancolía que acentuaban las finísimas arrugas de su rostro. Y a las palabras siguió la música insomne del koto herido de julio.

-Voy sin paraguas. Si dejas que me refugie bajo el tuyo y me acompañas al metro, puedo invitarte a un té perfumado. Y charlaremos de haikus, si es que dispones de tiempo –dijo Natsuko señalando el paraguas azul que reposaba cerrado en el banco, junto a Yukio.

Hubo otros días de lluvia y de té, días en que los versos se entremezclaban con los pausados movimientos, propios de una geisha, de Natsuko y las confidencias.

-No te engañes: no pasé de ser una maiko, una aprendiz. El señor Shinoda se encargó de truncar mi carrera.

Señor Shinoda: así llamaba siempre Natsuko a su marido. Y no decía más; prefería desviar la conversación a las ilusiones adolescentes de Yukio o a su infancia en un escondido ryokan, en un punto impreciso del Tokaido.

Los días de té y de lluvia acabaron durante los primeros días de agosto. El padre de Yukio le había prevenido contra lo que calificaba de relación inconveniente y anómala. El padre de Yukio selló la interdicción con el socorrido refrán que a Yukio tan poco agradaba:

-No dejes un solo grano de arroz en el tazón.

La palabra "yakuza" bailaba en el cerebro de Yukio mientras aguardaba a que Natsuko terminase de hablar por teléfono. Sobre el tatami se veían las trizas del rollo que había ilustrado la pared del tokonoma, los añicos del incensario, pétalos de azaleas y lirios, alas de mariposa arrancadas.

-Tu padre tiene razón. No es bueno que te vean conmigo –dijo la inexpresiva máscara que había logrado componer el rostro de Natsuko. Pero en la voz había ecos de cuerdas de seda rotas. O eso creyó oír Yukio; como creyó atisbar el ojo tumefacto tras las gruesas gafas de sol.

Como creyó ver, bajo la primera nevada del año, en Dotonbori, a Natsuko llevada casi en volandas a un coche por dos hombres.




Después de quince años, los rincones del parque del Castillo le parecían ajenos a Yukio. Había caminado horas y horas huyendo de la alergia que le producían los cerezos hasta rendirse a la fatiga. Se sentó en un banco, en un umbroso rincón. Se dispuso a trazar un boceto del pino que se alzaba enfrente. A la derecha de Yukio una chica musitaba unos versos de Bosha:

-Desde algún cielo...

-...el grito de un milano... –continuó Yukio.

-¿Cómo? –preguntó la chica.

-Es uno de los haikus que más me gustan –respondió, con un dejo de melancolía, Yukio.

Yukio cerró el cuaderno de dibujo y se volvió hacia la chica. Reparó, entonces, en el paraguas azul que reposaba cerrado en el banco.

Las trizas de un grabado roto, pétalos de lirios y azaleas, alas de mariposa arrancadas, danzaron en el cerebro de Yukio hasta que se atrevió a preguntar:

-¿Cómo te llamas?

Tras unos instantes en que el fastidio y la curiosidad combatieron, el rostro de la chica logró componer una máscara inexpresiva y respondió con un susurro:

-Natsuko, señor.

Y a las palabras siguió la música insomne del koto herido de julio.



Fuente de la imagen: Wikipedia. Por  Daderot. Bajo licencia Creative Commons (CC BY-SA 3.0).

6 comentarios:

  1. Ummm Leve y delicado. Triste. Bello.

    Carpe Diem

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  2. Gracias, señores.

    Tenía el relato, sin terminar, en un cajón desde algo más de dos años y, por fin, me decidí a darle fin. La verdad es que es uno de los textos que más me satisfacen. La satisfacción se multiplica si os ha gustado.

    Gracias.

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  3. Qué bueno que hayas decidido finalizarlo. ¡Bien por el haiku!

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  4. He pospuesto deliberadamente la lectura del texto hasta tener un ratito de sosiego para disfrutarlo como merecía. Y acerté. Me he emocionado al terminar de leerlo. También es verdad que he tenido que buscar unas cuantas palabras en google por mi falta de familiaridad con la cultura japonesa, pero merece la pena: además de un texto dulce y melancólico, ha sido instructivo.

    Me ha gustado la trama que se repite alternando las posiciones de los personajes, una historia de amor fallido en una rueda sin fin.

    A pesar de lo dicho anteriormente una vez me contaron que la terminación -ko, lo llevan las mujeres como indicativo de soltería y que se pierde al casarse. Pero no sé hasta qué punto es cierto del todo.

    Seguro que tienes muchos otros textos sin terminar y seguro que los terminas :-D

    Abrazos.

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  5. Gracias, "qp", seas quien seas.

    Gracias, Markos. Era inevitable algo de exotismo al escoger semejante marco, y eso que lo suavicé o rebajé; pero un "tatami", por ejemplo, es un "tatami". En cuanto al sufijo, puede que tengas razón. He leído sobre él cosas diversas. Elegí el nombre porque, según parece, significa algo así como "chica del verano". En todo caso, si lo que dices es lo cierto, no deja, a posteriori y sin pretenderlo, de tener su puntillo que Natsuko, o el narrador por ella, lo mantenga.

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