Antes de que cantasen los gallos, estaba a dos cuadras de la casa. La cautela se había impuesto al dolor de abandonar las paredes amadas sin decir palabra a Elvira ni acariciar, por última vez, las cabezas de sus hijos.
-Estando ya mi casa sosegada... –rumiaba los versos de Juan de la Cruz, cuando topó con la ronda.
-¡Alto en nombre de Dios y del Rey! ¡Deteneos! –bramó un porquerón.
El salvoconducto pasó a las manos, no muy limpias, del teniente, a quien bastó la vista del sello real para dejar el paso franco.
-Temprano anda vuestra merced a su negocio...
-Los hay de vida o muerte, teniente...
-Id con Dios.
Iba a responder: “Él os guarde”; mas la frase, no supo por qué, se perdió helada en los sesos y a los labios sólo asomó algo semejante a un suspiro y una media sonrisa.
Camino de Palacio, sin otra luz y guía, sino la que en el corazón ardía, recordó el sobresalto de la anciana al mostrarle el ajado pergamino:
-No puedo ayudarte –le dijo-: saber cómo obra este conjuro se ha perdido en la noche de los siglos.
-¿Entonces? –inquirió angustiado.
Los ojos, única fuente de vida en el rostro sin edad de la vieja, se cerraron un momento:
-Entonces, todo puede permanecer como es ahora, o puedes dar ocasión a un desastre que no esperas.
-No me importa.
-¿No te importa perder la vida y condenar tu alma?
-No me importa, madre. No es vida la que se vive bajo tiranía. En cuanto al alma, no estoy seguro de que sea algo distinto del cuerpo...
-Eso es herético –la anciana sonrió-. Piensa en los tuyos...
-En ellos pienso. Empero, mis pecados no se pueden cargar en la cuenta de mis deudos.
-¿Estás seguro?
-Creer otra cosa es otra forma de tiranía.
-¿No basta tu ciencia para...?
-No, madre. Mi saber sólo alcanzaría, a lo sumo, a cortar una o dos cabezas de la hidra...
-Y tú quieres acabar con el monstruo para siempre –asintió, poco convencida, la hechicera.
Llegó a Palacio apenas comenzado el ajetreo del día. Felizmente, el Rey había regresado hacía varias horas de sus correrías nocturnas. Le rogaron aguardar en la antecámara. Durante la espera, deseó que don Francisco de Sandoval acudiera a despachar con el monarca. Mas Aminadab tampoco parecía.
A mediodía, a punto de colmarse y vaciarse el vaso de su paciencia, apareció Felipe III ante él saludándolo, primero, con una carcajada.
-¡Mi buen Hernando! Os hacía ya camino de Venecia o de Orán. ¿Habéis cambiado de parecer?
-No, Majestad.
-Sabéis que estáis seguro bajo mi protección...
-¿Y cuando vuestra Majestad no esté? No insistáis, os lo ruego.
La faz del Rey se recompuso en un instante tras acusar el golpe:
-¿A qué se debe vuestra visita? Si necesitase una sangría, hubiera llamado...
-Cortesía y gratitud debidas, Majestad, -se adelantó Hernando de Válor- insuficientes para pagar tanto favor y bien como me habéis hecho. Traigo, además, algunas medicinas que...
-¡Mi buen Hernando! Sois vos quien, de nuevo, me colma...
-Hay algo más...
Hernando de Válor extrajo el pergamino de entre el jubón y lo abrió.
-Estando ya mi casa sosegada... –rumiaba los versos de Juan de la Cruz, cuando topó con la ronda.
-¡Alto en nombre de Dios y del Rey! ¡Deteneos! –bramó un porquerón.
El salvoconducto pasó a las manos, no muy limpias, del teniente, a quien bastó la vista del sello real para dejar el paso franco.
-Temprano anda vuestra merced a su negocio...
-Los hay de vida o muerte, teniente...
-Id con Dios.
Iba a responder: “Él os guarde”; mas la frase, no supo por qué, se perdió helada en los sesos y a los labios sólo asomó algo semejante a un suspiro y una media sonrisa.
Camino de Palacio, sin otra luz y guía, sino la que en el corazón ardía, recordó el sobresalto de la anciana al mostrarle el ajado pergamino:
-No puedo ayudarte –le dijo-: saber cómo obra este conjuro se ha perdido en la noche de los siglos.
-¿Entonces? –inquirió angustiado.
Los ojos, única fuente de vida en el rostro sin edad de la vieja, se cerraron un momento:
-Entonces, todo puede permanecer como es ahora, o puedes dar ocasión a un desastre que no esperas.
-No me importa.
-¿No te importa perder la vida y condenar tu alma?
-No me importa, madre. No es vida la que se vive bajo tiranía. En cuanto al alma, no estoy seguro de que sea algo distinto del cuerpo...
-Eso es herético –la anciana sonrió-. Piensa en los tuyos...
-En ellos pienso. Empero, mis pecados no se pueden cargar en la cuenta de mis deudos.
-¿Estás seguro?
-Creer otra cosa es otra forma de tiranía.
-¿No basta tu ciencia para...?
-No, madre. Mi saber sólo alcanzaría, a lo sumo, a cortar una o dos cabezas de la hidra...
-Y tú quieres acabar con el monstruo para siempre –asintió, poco convencida, la hechicera.
Llegó a Palacio apenas comenzado el ajetreo del día. Felizmente, el Rey había regresado hacía varias horas de sus correrías nocturnas. Le rogaron aguardar en la antecámara. Durante la espera, deseó que don Francisco de Sandoval acudiera a despachar con el monarca. Mas Aminadab tampoco parecía.
A mediodía, a punto de colmarse y vaciarse el vaso de su paciencia, apareció Felipe III ante él saludándolo, primero, con una carcajada.
-¡Mi buen Hernando! Os hacía ya camino de Venecia o de Orán. ¿Habéis cambiado de parecer?
-No, Majestad.
-Sabéis que estáis seguro bajo mi protección...
-¿Y cuando vuestra Majestad no esté? No insistáis, os lo ruego.
La faz del Rey se recompuso en un instante tras acusar el golpe:
-¿A qué se debe vuestra visita? Si necesitase una sangría, hubiera llamado...
-Cortesía y gratitud debidas, Majestad, -se adelantó Hernando de Válor- insuficientes para pagar tanto favor y bien como me habéis hecho. Traigo, además, algunas medicinas que...
-¡Mi buen Hernando! Sois vos quien, de nuevo, me colma...
-Hay algo más...
Hernando de Válor extrajo el pergamino de entre el jubón y lo abrió.
Algo semejante a un estallido lo despertó. Elvira, ¡oh cauterio suave!, dormía en paz. Pulsó la tecla del despertador antes de que la alarma sonara a la hora prevista. Se levantó sin hacer ruido y se vistió a toda prisa.
Hernando tenía una misión que cumplir. Ni cogeré las flores, ni temeré las fieras...
Hmmm... Hernando solo no sé si podrá. Incluso con conjuro incluido.
ResponderEliminarAh, Dezaragoza, me pillas corrigiendo. No hay conjuro que valga; aunque a Hernando le gustaría.
ResponderEliminarYa estoy aquí aunque corto y cierro por vacaciones, pero en septiembre será otra cosa. Un abrazo muy fuerte. ¿De verdad vas a cerrar el Camino de la letra?
ResponderEliminarAguanta hasta fin de año y quizá tengas una satisfacción... efímera, pues en la antecámara aguarda el VI. palabra de brujo.
ResponderEliminarHola, Santi. Sí: Por el camino... y Palabra de Cypher desaparecen y se juntan aquí, hasta el punto de que aquí está lo que en ellos se publicó. Algo nuevo, pero no tan distinto. Me cansé. Escribiré lo que me dé la gana, cuando me dé la gana. Felices vacaciones, majo.
ResponderEliminarFrancisco: ¿por ahí van los rumores? No se trata de aguantar. El relato, entre otras cosas, muestra, creo, la imposibilidad y precariedad de soluciones personales o individuales, así como de las soluciones "mágicas". El tiempo sería, entonces, una de éstas: hay quien dice que el tiempo no existe.
Ya, pero es que no he podido resistirme. Y no es un rumor, sino buenas fuentes
ResponderEliminarAy, no sé si seré capaz de brindar con cava ante la nueva. Es sólo una cabeza de la hidra, como bien recordaste.
ResponderEliminar