Hacia el final del primer capítulo de La saga/fuga de J.B., don Perfecto Reboiras, farmacéutico de Castroforte del Baralla, confiesa a José Bastida: “Busco la palabra que destruya lo que el fiat creó, y la palabra que permita reconstruirlo luego, organizado de otra manera.”
Más acá del regusto cabalístico de la cita, opino que el deseo que en ella subyace se realiza, en mayor o menor medida, en la escritura. Pero esa realidad ficticia no sobrepasa, por lo general, el marco.
Algunas semanas atrás, había estado dándole vueltas a un argumento en el cual el protagonista encontraba, inopinadamente, la primera palabra. Sin embargo, no sabía cómo emitirla o pronunciarla. De esta manera, era forzoso que el relato desembocase en un final trágico o irónico.
No puedo asegurar que no acabe escribiendo la historia algún día. Mas confieso que ahora me sabe a poco tener que encerrar en el marco unas cuantas palabras que pudieran estar cargadas de razón o de ilusión e, incluso, quién sabe, hasta de algo de arte.
A veces las palabras cansan cuando no son un martillo. Yo quiero, ahora, un martillo. Si me he de quedar con las palabras, puesto que de ellas vivo, las mías sobran ahora. Así que, dilectos lectores, amigos, disculpen que prefiera buscar palabras releyendo, por ejemplo, una buena novela como la de Torrente Ballester y que yo calle por un tiempo.
Más acá del regusto cabalístico de la cita, opino que el deseo que en ella subyace se realiza, en mayor o menor medida, en la escritura. Pero esa realidad ficticia no sobrepasa, por lo general, el marco.
Algunas semanas atrás, había estado dándole vueltas a un argumento en el cual el protagonista encontraba, inopinadamente, la primera palabra. Sin embargo, no sabía cómo emitirla o pronunciarla. De esta manera, era forzoso que el relato desembocase en un final trágico o irónico.
No puedo asegurar que no acabe escribiendo la historia algún día. Mas confieso que ahora me sabe a poco tener que encerrar en el marco unas cuantas palabras que pudieran estar cargadas de razón o de ilusión e, incluso, quién sabe, hasta de algo de arte.
A veces las palabras cansan cuando no son un martillo. Yo quiero, ahora, un martillo. Si me he de quedar con las palabras, puesto que de ellas vivo, las mías sobran ahora. Así que, dilectos lectores, amigos, disculpen que prefiera buscar palabras releyendo, por ejemplo, una buena novela como la de Torrente Ballester y que yo calle por un tiempo.
Pasen todos ustedes un buen verano.
ResponderEliminarQUe tus palabras también descansen, y que vuelvan fuertes. Buen verano
ResponderEliminarCarpe Diem
Pues a mí me toca los cojones miserablemente. Yo quiero leer TUS palabras.
ResponderEliminarVenga, ¡feliz verano a tí también!
ResponderEliminarPues feliz verano y que recuperes la voz muy pronto.
ResponderEliminarAprovecho la oportnidad de tu comentario para apuntarme a tu palabra. Saludos cordiales.
ResponderEliminarGracias, señores, por la visita.
ResponderEliminarAunque pasaré de cuando en cuando por sus casas, en esta me tomo un descanso laaargooo. No sé cuánto durará ni si el verano será suficiente para aclararme qué pinto en este mundo virtual. La verdad es que sólo me tienta, y no mucho ahora mismo, sacar a Cypher a soltar azufre.
Veremos.
Juan Carlos, tienes madera suficiente para escribir esas historias en las que estás pensando.
ResponderEliminarPero tal vez después de este descanso vuelvas con otros bríos.
Buen verano
No se trata de madera, Froilán, sino de ganas.
ResponderEliminarEspero que disfrutes de las lecturas relajadas que hagas y que hagas lo que te apetezca.
ResponderEliminarSalu2
Gracias, Markos: eso estoy haciendo.
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