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5 de marzo de 2009

Rosa de los vientos o en el espejo de los otros


Es hora de dar un paseo. Bajamos las escaleras o entramos en el ascensor y, allí, saludamos a Xiao, el chino que acaba de abrir tienda en la esquina. Mohamed nos cede el paso en el portal.

Nos sentamos un rato, corto porque hace algo de frío, en un banco de la plazoleta, a seguir las evoluciones de esa familia de cotorras que este invierno ha aparecido para poner varias notas de color en los cielos del barrio. La niña de la pareja polaca que ha alquilado el sótano nos regala el candor que flota en el brillo de sus enormes ojos azules.

Son sólo (¿sólo?) unos ejemplos, una pequeña muestra de aquellos que se han acogido a nuestra tierra porque la suya les venía demasiado ancha o demasiado estrecha. Y recordamos, entonces, que nuestros abuelos llegaron aquí desde Andalucía o desde otro pétalo de la rosa de los vientos. Y, también, recordamos a ese primo lejano que, un buen día de invierno, vino a visitarnos con la familia que había formado en Alemania, en Suiza, en Argentina, en México... en otra espina agridulce de la rosa.


Miguel tuvo que marcharse por ser teniente de la Guardia de Asalto cuando le acometió el mal recordado toro de la Guerra Incivil. A Pedro le jugó una mala pasada el azar, otro toro: varias temporadas de pésimas cosechas lo obligaron a emigrar al extranjero. Quizá le venía demasiado estrecha, o demasiado ancha, su tierra, nuestra tierra, la que debiera ser también ahora la tierra de Xiao, de Mohamed o de unos ojos azules, como los cielos de nuestro barrio son, también ahora, la verde libertad de las cotorras.

Volvemos a casa y pasamos un momento al baño. Hay pétalos, ajados, esparcidos por las losetas. El espejo en que nos miramos a diario necesita una mano de limpiacristales. Mientras colocamos la toalla, algo nos dice que los otros no son el infierno: son nuestro espejo. ¿Vamos a romperlo porque no nos gusta la imagen que devuelve de nuestro rostro?


4 comentarios:

  1. Bonita y poética forma de recordarnos quiénes somos y por dónde anduvimos, o por dónde anduvieron nuestros padres. Recuerdo que cuando yo era adolescente tropezarse con un negro era poco menos que un milagro. No digo ya un oriental (por no haber no había ni turistas japoneses). Te quedabas mirándolo como si fuera un marciano. Ahora forman parte del paisaje como los chinos, los indios o los magrebíes.
    Quizá dentro de otros cien años seamos (sean) los españoles una raza homogénea mestiza de todas las que abundan hoy por nuestras calles. Y dentro de cinco siglos no haya en la Tierra más que una sola raza y un mismo ateísmo. Por ese entonces la nota de color la pondrán los extraterrestres llegados de otra galaxia. O quizá seamos nosotros, los humanos, los que debamos emigrar a esas alemanias de otros mundos para poder subsistir. La vida es un recomenzar perpetuo.

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  2. Este post me toca más que los otros, más directamente digo. Y me encanta la reflexión. Yo que decidí pasar al otro lado del espejo puedo decirte que vaya razón que cargas encima con tal opinión. Enorme. Pero que también hemos de ser justos para todo: mismos derechos pero mismos deberes. Al margen de razas, religiones e ideologías. ¿No era esa la teoría?... ¿dónde falla?.

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  3. Éste es el que más me ha gustado de los últimos artículos que has CREADO (No te ofendas por los anteriores) Crear HISTORIAS es tan difícil. Recoges la idea de forma sintética, con palabras bien escogidas, que impactan en los circuitos de la sensibilidad del que lee. Y además la comparto.

    Los nuevos venidos, da para mucho... Vivo con uno de ellos ¡hace 10 años! Mis padres también vinieron de lejos. Ella de Murcia, él exiliado por el franquismo obligado a venir a 900Km de su casa salmantina, mientras esperaban por 10 años a que mi abuelo pagara su pena por ser de los otros y no haber huido a tiempo. Somos humanos y a veces tenemos resistencias. No voy a negar que hubo veces en que me sentí invadido, extraño en mi casa, en mis calles, en mi ciudad. La vez que más recuerdo fue en un vagón de metro. Allá donde miraba veía extranjeros (turistas, inmigrantes, estudiantes, trabajadores europeos). ¿Era mi parada, o era otra ciudad? La verdad es que me gusta mi cultura hispano-catalana, pero la realidad de Madrid o Barcelona está abocada a la interculturalidad. Debemos saber convivir con ella, aprender y disfrutar de ella y, sobre todo, RECORDAR. Me cuentan mis padres que cuando eran jóvenes las chabolas que poblaban Barcelona no eran de rumanos, sino de andaluces y extremeños; que los chorizos y carteristas eran de estas tierras y eran legión; que los nuevos se mal integraron en una sociedad catalana demasiado cerrada, que no hablaban su lengua y que no compartían su cultura. Ellos se acabaron integrando, pero es inadmisible que sus mismos hijos sean los que ponen trabas a la continuación del proceso.

    Los deberes son necesarios, pero los derechos no se pueden privar en ningún caso.

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  4. Gracias, amigos. Naturalmente, derechos y deberes.

    Quizá lo que falle, Dezaragoza, dependa de un atávico apego tribal a la tierra y no pasemos o seamos incapaces de asumir más que unos pasos en ese recomenzar de que habla Francisco. Gran parte de nuestra historia ha consistido en un arrojar fuera del ruedo al otro, a otras castas, sin recordar que por aquí han pasado ciento y la madre. No aceptamos nuestra condición mestiza.

    Santi: no puedo ni debo ofenderme. Quien escribe los textos es el mismo, aunque pueda ser diferente el tratamiento, el enfoque y, por tanto, el mismo texto. A veces no se acierta o se acierta más o menos. Y quien lee tiene su propia visión y gusto, faltaría más.

    Hablando del asunto, mis abuelos paternos, que no conocí, eran andaluces. Los maternos, segovianos. Tengo familia casi en cada pétalo de la rosa: Barcelona, Valencia, San Sebastián, Mondragón, Extremadura, Valladolid... Por otra parte, la anécdota del primo de Alemania es cierta. Muchas veces digo que mi patria es mi lenguaje; pero no creo que fuera capaz de matar por él, porque, entre otras cosas, no cierro los oídos a los sonidos que vienen de fuera.

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