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14 de marzo de 2009

"La Fontana de Oro", novela de dictador


Cuando se habla de las “novelas del dictador” (o del tirano) en el ámbito de la narrativa en castellano, se habla de un ciclo de obras que alcanza su apogeo en el siglo XX, sobre todo en tierras de Hispanoamérica. Se cita Tirano Banderas (1926) de Valle-Inclán como cabeza de la serie y se mencionan Facundo (1845) de Domingo Faustino Sarmiento y Amalia (1851) de José Mármol como precedentes. Entre estos precedentes habría que situar La Fontana de Oro (1870).

La primera novela de Galdós, episodio nacional avant la lettre, no figurará entre las mejores del canario, quizá por su lastre ideológico, ya que es una “novela de tesis”. Sin embargo, la simpatía de Galdós por los liberales (nada que ver, por cierto, con los que hoy se hacen llamar así) que se opusieron a la política del tirano Fernando VII, no resta un ápice a las virtudes de la recreación histórica que de la época hace el autor. Una época de conspiraciones e iniquidades que simboliza el “Coletilla”, tío de Lázaro, el protagonista, y espía y “perro favorito” del tirano. El sintagma entrecomillado, por cierto, que tomo de la novela, es una buena muestra de animalización, nada infrecuente en el estilo de don Benito “El Garbancero”, de quien tanto aprendiera, quizá a su pesar, Valle-Inclán; pero esto, que no se cuenta, es otro cantar.

El retrato y la trayectoria de Fernando VII aparece en el capítulo XLI de la novela. Puede parecer largo, pero es, aparte de un resumen sin desperdicio, uno de los puntos o piezas fuertes de la obra:

“La luz de una lujosa lámpara le iluminaba completamente el rostro, aquel rostro execrable que, para mayor desventura nuestra, reprodujeron infinidad de artistas, desde Goya hasta Madrazo. Es terrible la infinita abundancia de retratos de aquella cara repulsiva que nos legó su reinado. España está infestada de efigies de Fernando VII, ya en estampa, ya en lienzo. Esa cara no se parece a la de tirano alguno, como Fernando no se parece a ningún tirano. Es la suya la más antipática de las fisonomías, así como es su carácter el más vil que ha podido caber en un ser humano. Estupenda nariz, que sin ser deforme como la del conde-duque de Olivares, ni larga como la de Cicerón, ni gruesa como la de Quevedo, ni tosca como la de Luis XI, era más fea que todas estas, formaba el más importante rasgo de su rostro, bastante lleno, abultado en la parte inferior, y colocado en un cuerpo de buenas proporciones. La vanidad austriaca no hubiera puesto su boca prominente debajo de la nariz borbónica, símbolo de doblez, con más acierto y simetría que como estaba en la cara de Fernando VII. Dos patillas muy negras y pequeñas le adornaban los carrillos, y sus pelos erizados a un lado y otro parecían puestos allí para darle la apariencia de un tigre en caso de que su carácter cobarde le permitiera dejar de ser chacal. Eran sus ojos grandes y muy negros, adornados con pobladísimas cejas que los sombreaban, dándoles una apariencia por demás siniestra y hosca.

“(...) Este hombre nos hirió demasiado, nos abofeteó demasiado para que podamos olvidarle. Fernando VII fue el monstruo más execrable que ha abortado el derecho divino. Como hombre, reunía todo lo malo que cabe en nuestra naturaleza; como Rey, resumió en sí cuanto de flaco y torpe pueda caber en la potestad real. La revolución de 1812, primera convulsión de esta lucha de cincuenta años, que aún dura y tal vez durará mucho más, trató de abatir la tiranía de aquel demonio, y en sus dos tentativas no lo consiguió. La Revolución hubiera abatido a Nerón, a Felipe II, y no abatió a Fernando VII. Es porque este hombre no luchó nunca frente a frente con sus enemigos, ni les dio campo. No fue nuestro tirano descarado y descubiertamente abominable; fue un histrión que hubiera sido ridículo a no tratarse del engaño de un pueblo. Nos engañó desde niño, cuando fraguando una conspiración contra un favorito aborrecido, muy superior a Fernando por su inteligencia, adquirió una popularidad que pronto pagó España con la sangre de sus mejores hijos. Fernando fue mal hijo: conspiró contra su padre Carlos IV, cuya imbecilidad no disminuía el valor de su benevolencia; conspiró contra el Trono que debía heredar más tarde, y aun amenazó la vida del que le dio el ser. Después se arrastró a los pies de Napoleón como un pordiosero, mientras España entera sostenía por él una lucha que asombró al mundo. Al volver del destierro, pagó los esfuerzos de los que él llamaba sus vasallos, con la más fría ingratitud, con la más necia arrogancia, con la anulación de todos los derechos proclamados por los constituyentes de Cádiz, con el destierro o la muerte de los españoles más esclarecidos; encendió de nuevo las hogueras de la Inquisición; se rodeó de hombres soeces, despreciables e ignorantes, que influían en los destinos públicos, como hubiera podido influir Aranda en las decisiones de Carlos III; persiguió la virtud, el saber, el valor; dio abrigo a la necedad, a la doblez, a la cobardía, las tres fases de su carácter. Restablecido a pesar suyo el sistema constitucional, tascó el freno, disimuló como él sabía disimular, guardando el veneno de su rabia devorando su propio despecho, encubriendo sus intentos con palabras que nunca pronunció antes sin risa o encono. Lo que es capaz de tramar un ser de estos, tan hipócritas como cobardes, se comprende por lo que tramó Fernando en aquellos tres años desde las mil facciones y complots realistas, alimentados por él, hasta el complot final de los cien mil hijos de San Luis, que Francia mandó al Trocadero. Así recobró lo que en su jerga real llamaba él sus derechos, inaugurando los diez años de fusilamientos y persecuciones en que la figura de Tadeo Calomarde apareció al lado de Fernando, como Caifás al lado de Pilatos. El pacto sangriento de estos dos monstruos terminó en 1833, en que Dios arrancó de la tierra el alma del Rey, y entregó su cuerpo a los sótanos del Escorial, donde aún creemos que no ha acabado de pudrirse.

"Pero con este fin no acabaron nuestras desdichas. Fernando VII nos dejó una herencia peor que él mismo, si es posible: nos dejó a su hermano y a su hija, que encendieron espantosa guerra. Aquel Rey que había engañado a su padre, a sus maestros, a sus amigos, a sus ministros, a sus partidarios, a sus enemigos, a sus cuatro esposas, a sus hermanos, a su pueblo, a sus aliados, a todo el mundo, engañó también a la misma muerte, que creyó hacernos felices librándonos de semejante diablo. El rasgo de miseria y escándalo no ha terminado aún entre nosotros.”


Y usted que lo diga, don Benito. De aquellos polvos aún perviven bastantes lodos.


Los lectores pueden encontrar La Fontana de Oro en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.


7 comentarios:

  1. Tratando de aterrizar en tierra firme, volvemos o revolvemos recogiendo los escritos previos que, por causas ajenas no habían podido seguirse al día. Y la verdad es que, como muy bien se comentaba, no me imagino al pobre Chyper a primera hora con el arábigo y el diario, viendo las vueltas que le da por aquí.

    En cuanto a la entrada de hoy, mentiría si dijera que lo primero que pensé es que en general, el texto histórico, no me llama demasiado. Pero como visto lo visto, no soy capaz de despreciar una sugerencia literaria que venga de cualquiera de los miembros de la cuadrilla, no he dejado de leer el fragmento propuesto. Sin tener muy claro en algunos momentos si reir o llorar, es sin duda un escrito ingenioso, mordaz, y repleto de ese tipo de verdades que duelen. Invita, desde luego, a seguir leyendo, y será la próxima parada en cuanto acabe con el señor Murakami. Sea como fuere, habría que ver la cara del señor Galdós al explicarle que todavía coletea el bicho mal muerto.

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  2. Joder, vecino, no paráis de escribir. Me cuesta seguiros a todos sin abandonar mis quehaceres y me da rabia porque no puedo estar a gusto ni a lo uno ni a lo otro.
    Pero con esta entrada me tocas la fibra, como bien podrás imaginar si ya has entrado en aventuras bicéfalas.
    Quisiera puntualizar que eso de "don Benito el garbacero" fue un mote injusto y envidioso de sus enemigos porque aunque con él se querían referir al desaliño de su escritura, ninguno de sus contemporáneos (ni posteriores) le llegó a la altura del tacón en el manejo de lenguaje.
    Dicho esto, creo que el retrato que hace de FVII es tan extacto en el fondo y la forma que no hay historiadores actuales que discrepen del papel histórico y la catadura moral que don Benito describe. Fue el peor gobernante de los últimos 500 años, peor que Franco, incluso. El error de Riego y compañía fue no haberlo pasado por las armas en 1820 como se merecía. Quizá hubiéramos cambiado el signo de nuestra historia. Porque, gracias a él, inauguramos en España una afición a la asonada, el levantamiento y el golpismo que aún colea.
    Y puestos a aportar algo, y así a bote pronto, me viene a la memoria la decripción que hace Galdós de Mosén Antón (creo qu así se llama el personaje) en "Juan Martín El Empecinado", uno de sus Episodios Nacionales. Es para relamerse de gusto y también está en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. LO recomiendo.

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  3. Ada: ya advierto que La Fontana no es lo mejor de Galdós. Si vas a leerla, tómatelo con calma. Por otra parte, no es el tema lo que confiere interés a una buena novela. La cosa histórica es sólo una posibilidad entre otras que ha dado lugar a obras de arte.

    Francisco: hay mucha tela que cortar en tu comentario. Vayamos por partes.

    No te voy a decir que elijas entre leer y producir. Como lector tuyo, prefiero que produzcas. Difícil es, ciertamente, encontrar el equilibrio necesario. Ahora bien, si te sirve de consuelo, yo juego con ventaja, ya que podría inundar esta página con mis poemas, por ejemplo, o con otros escritos inéditos o que han visto la luz en otras partes. También está el hecho de que, normalmente, manejo varias ideas. Ahora mismo tengo tres relatos estancados y un par de ideas para sendos artículos de crítica o divulgación. De modo que, para ayer, por ejemplo, eché mano de lo más cómodo.

    Estoy de acuerdo, y a ello apunto en mi escrito, con lo injusto del marbete que se le puso a Galdós. Ahora bien, disiento de la apreciación que haces: "Clarín" o Valle-Inclán me parecen, por ejemplo, mejores estilistas.

    Tengo que decir que la idea del artículo surgió, por un lado, leyendo sobre los papeles que se han descubierto de Salinas y, también, leyendo lo que se dice de la primera aparición del Deseado en tu novela. De modo que, en buena parte, eres responsable de mi texto.

    Nada que decir a lo que aseveras acerca del borbónido. Estoy completamente de acuerdo.

    No he leído todos los Episodios. Así que tomo nota de la recomendación.Gracias.

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  4. Tienes razón, como siempre, me pasé al decir que los demás no le llegan al tacón a Galdós. Aunque sigo pensando que es el mejor del XIX, y s el más prolífico.
    Sobre los episodios, se deñ Empcindo es el mejor, pero me dejó impresionado cómo describe a ese personaje, que se corresponde con un tal Chacón, un traidor. Por eso a los traioes los llamaban chacones, al menos eso dicen Abella y Nart en "Guerrilleros", un libro interesante para empezar en el tema.

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  5. Son puntos de vista, vecino. Si tomamos el conjunto de la obra, efectivamente Galdós puede ser considerado el mejor novelista del XIX. Entre otras cosas, en él se observa estupendamente la evolución de la novela durante las últimas décadas del siglo mencionado y la vuelta de tuerca que, por comparación con la del Romanticismo, le da a la novela histórica. Vuelta de la que aprendió mucho Valle-Inclán, como aprendió otras cosas del canario.

    Si alguien que yo me sé leyera esto, me colgaba por las afirmaciones que acabo de hacer.

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  6. Y lo que estoy aprendiendo. El tigrekan fue una gran desgracia para España, su legado funesto y perdura, a mi juicio, hasta hoy en día. Aunque también hay que tener en cuenta que es así porque el caldo de cultivo es favorable.

    Salu2

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  7. Markos: nuestros lodos, efectivamente, vienen de aquellos polvos. Nunca mejor dicho.

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