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13 de febrero de 2009

Diálogos sin cuaderno. Pesadilla vaticana. Primera página


Un grito entrecortado suena en la habitación de Cypher. Antes de encenderse la luz del velador, se oye un golpe en el entarimado. Ruido de cristales. Mientras Oulipo se aproxima, con la bata art decó a medio ceñir, le llegan las palabras de su hermano:

-Sé que estás ahí. No te escondas.

-No me escondo. Ahora estoy aquí –responde Oulipo.

-No hablaba contigo. Esto me pasa por pasarme con el coñac. A mí me gusta el brandy.

-Ya lo sé, hermano. ¿Otra pesadilla? –Luis asiente-. Te traeré un vaso de agua y un comprimido. ¿Traigo también la grabadora o escribo al dictado?

-Trae la grabadora.

Oulipo se demora en volver. Luis enjuga abstraído el sudor que perla su frente y corre por su cuello. Los ojos negros bizquean y la garganta busca una tregua por entre la saliva que niega la boca. Un perro solitario ladra en la calle. Luego suelta un gañido que parece un reproche.

-Si los perros hablaran... –se oye decir Cypher.

-...No se quejarían precisamente de las pulgas y las garrapatas. Me lo has dicho mil veces, Luis.

-¿Qué? –toma el vaso que le tiende Oulipo.

-¿Apago la luz?



Cypher niega con un gesto. Más que un reproche, semeja una súplica. Oulipo toma asiento en la cama después de alisar el edredón e imagina, al mirar por un momento los rombos de retal, qué clase de rompecabezas armarán los labios resecos de Luis. Un clic y otro gañido compiten por completar el cuadro.

-Soy jefe del servicio de cuidados paliativos en el Hospital del Santo Espíritu...

-Eso es poco verosímil, Luis –interrumpe Oulipo.

-¿Vas a pedir verosimilitud a un sueño?

-Pues sí. Lo decía porque no te imagino con bata. Anda, sigue.

-Voy de calle, hombre. Corte italiano, claro. Me han reclamado con gran secreto en San Pedro. Ahora estoy en la Capilla Sixtina. Todo está oscuro. Una luz cenital se enciende sobre una cama que se halla en medio de la sala. Sigue imaginando: hay un cuerpo mutilado... ¿Te acuerdas de Johnny cogió su fusil? –Oulipo asiente-. Pues igual, sólo que el paciente conserva entera la cabeza...

-¡Caray!

-Eso mismo digo yo: “¡Caray!”. Y oigo un susurro, suave, perentorio: “Acércate, hijo.”

-No me querrás decir...

-Sí: es Ratzinger. “Mi Santi... Su Santidad: llámame Su Santidad. Soy el vicario de Cristo, no lo olvides.” Un muñón vendado dibuja el fantasma de un dedo que apunta a mi rostro...

No es, pío y querido lector, que se haya acabado la cinta. Tampoco se debe esta interrupción a un descuido de Oulipo. Simple y llanamente: el amanuense se encuentra fatigado a causa de una larga jornada de trabajo que se ha visto complicada por las secuelas de un catarro y los gañidos apesadumbrados del perro de la vecina.


3 comentarios:

  1. Lo del perro de la vecina tiene fácil solución. El catarro también: con medicamentos son unos siete días, sin medicamentos como una semana. A reposar. Lo del trabajo es ya un mal mayor.

    Espero que el amanuense recupere fuerzas y no nos deje a los lectores colgados del palo mayor de la intriga. A ver en qué para todo esto...

    Por cierto, lo de "pío" lector a mí personalmente como que se me altera el demonio que llevo dentro :P

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  2. Magnífica imagen esa del B16 mutilado (me lo tomo en sentido figurado, no le deseo ningún mal). Como si al pulpo vaticano le hubieran amputado siete de sus ocho tentáculos. Le dejo el octavo para que empuñe la pistola(o el fusil, como Johnny) y se descerraje un tiro en la mollera. Espero que te rcuperes pronto y termines el relato onírico, mundo en el que todo cabe, incluso amputar al Beni. Desgracidamente la realidad no va por ese camino: el Belloch quiere poner una calle en Zaragoza a Sanjosemari (al Escrivá, no al del bigote) y nos anuncian que la Iglesia en España ha recaudado 50 millones más con la puta casilla del IRPF.
    La hidra está viva

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  3. Gracias, señores.

    Estoy bien. Lo del amanuense es un juego literario con el que se pretende parodiar algunos recursos del folletín. De modo que seguirá transcribiendo la pesadilla.

    Tampoco deseo yo ningún mal a la cabeza de la Iglesia. Es preferible que la razón se imponga sin necesidad de violencia. Pero la imaginación tiene sus caminos y su lenguaje A veces estos pasan por la truculencia.

    La hidra, por supuesto, está viva. Quizá donde la razón no alcanza, apunte la imaginación para comprender, por lo menos, la necesidad de cercenar los tentáculos o, mejor, la cabeza.

    Lo de pío forma, obviamente, parte del juego. Es mi intención provocar al lector.

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