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5 de febrero de 2009

"Rumbo al Paraíso": dos versiones


Cuando Oulipo escribió “Rumbo al paraíso”, hará ya tres años, no pensó que se vería obligado a sacarlo de la gaveta de su escritorio virtual para someterlo a una drástica operación de cirugía. Por razones que no hacen al caso, se le ofreció al mellizo sonorizar el relato con la condición de que no sobrepasase los cinco minutos.

En esta redacción barajábamos la idea de dedicar sendos trabajos a la corrección en la escritura y a las adaptaciones audiovisuales de textos escritos. Sin embargo, el necesario y fructífero debate degeneró pronto en una trifulca entre los mellizos a cuenta de este cuento. Ahorraré a los lectores los pormenores de la disputa. Baste decir que, aun coincidiendo Cypher y Oulipo en la necesidad de corregir como parte de la tarea de un escritor, Luis sostuvo, no sin cierta y gratuita violencia verbal, que las versiones, por ejemplo, cinematográficas de una obra literaria deberían excusarse si no aportan nada nuevo, mientras que Oulipo defendió, con no menos vehemencia, aunque con más refinamiento, la libertad y tesón de los creadores de adaptaciones audiovisuales, aunque su resultado fuese una patochada.

No voy a ser yo quien decida si “Rumbo al paraíso” ganó o perdió con la adaptación. De esta manera, me limitaré a ofrecer a nuestros queridos lectores las dos versiones.

La versión sonora fue acogida por los responsables de Relatos Entretenidos, quienes tuvieron la amabilidad de redactar una transcripción que pueden encontrar ustedes en la página citada. El archivo de audio es este:



Y este es el relato original:


RUMBO AL PARAÍSO

Faltan dos horas para llegar al Paraíso. Acabo de oírlo a la, digámoslo así, solícita azafata que hace más grato el tiempo sin tiempo de espera de este viaje. Por lo menos, a mí me parece una azafata, pese a que al señor de mi derecha, de nombre impronunciable, le convenga asegurar que es el sobrecargo del crucero en que navegamos todo lo cómodamente que puede tolerar el hecho de compartir un camarote de primera con un centenar de personas.

El anuncio no me preocuparía si no recordase que hace más o menos dos horas oímos lo mismo. Quizá el chico de atrás, Valentín, no, ya que porfía en ser sordo. Y eso que, durante un buen rato, unos cien minutos o más, hemos mantenido sin problemas una amena charla sobre las virtudes de un buen rompecabezas. Aunque disentimos, esa es la verdad, en la nombre: Valentín prefiere la palabra puzzle.


Ya me había hecho a la idea de estar muerto. Es más, me divierte imaginar qué pasará ahora por la cabeza de los míos. La cara que pondrá Luisa ante el cadáver, si es que ha quedado ahí abajo o donde sea. Estará llorando con ese llanto quedo que hacía añicos de mí; la mano izquierda aparta el pelo para que el humo difumine en gris el gris de los ojos. Nani es demasiado pequeño para darse cuenta; será una diversión más para él. No puedo decir que no duela pensar en los juegos que ya no compartiremos, en los cuentos sin final que tanto le gustan, en ese rompecabezas al que ha tomado un irracional apego porque tiene un cubo de menos. Veo a mis padres resignarse, mamá tras un ataque de histeria, ante lo que preveían: “Tenía que pasar. Es que el chico trabajaba demasiado”.

También parece razonable, dentro de esta sinrazón, que se hayan derrumbado algunos de mis prejuicios. No he visto la película de mi vida atravesar mi mente como un meteoro. Tampoco he oído el trote de la peste, el hambre, la guerra o de la misma muerte. No me sorprende entender al señor de mi derecha, que habla pashto e inglés, cuando los idiomas nunca han sido mi fuerte. Es gracioso ir derechito al cielo con un mahometano que puede ser talibán. Hasta empiezo a notar un aire masculino entre las curvas de la azafata que se acerca a nuestro camarote, cada dos horas, a informar que faltan dos.

Eso es lo que desazona. Si la eternidad no puede ser medida, ¿cómo vamos rumbo a ella en un viaje que dura dos horas, ciento veintiún minutos para ser exactos? Lo he preguntado. Ahí, quizá, está la pieza que falta: ese minuto de clavo. No en este tío que se duerme precisamente ahora, ni en los pasajeros que pegan la oreja a móviles que no he oído sonar. Diría que están hablando con Dios, de no ser tan descreído. Ni siquiera en esto: que un don nadie como yo, a quien nunca le ha quitado el sueño el miedo a pecar, vaya a sentarse con los justos. El minuto, la pieza que falta. Ahí la veo, en el hueco crema de esta mesa demasiado grande para un asiento de avión: una concavidad en cada costado; un saliente dibujando apenas un círculo arriba y otro abajo.

Valentín tampoco la encuentra. Hemos contado dos veces las suyas y las mías. Cinco mil piezas en total. La cifra impresa, gris sobre gris, en las cajas.


Ya hemos llegado. El sobrecargo se despide afablemente, aunque le sobra ese guiño afeminado. Hace frío en este muelle desde el que se divisan varios rascacielos. No hay tiempo para rumiar la paradoja.

Al pie de la escalerilla espera con una sonrisa un mocetón en camiseta y pantalón corto. Mueve nerviosa o mecánicamente un manojo de llaves. Me entrega una. Extraña facha para San Pedro. No puedo pararme a preguntar.

No veo a Valentín ni al afgano. En plena carrera, el atleta, amo de llaves o lo que sea, afirma que tardaremos dos segundos. Recibiré toda clase de explicaciones antes de hablar con Él. Así, con mayúscula.

Me deja en una sala de espera. Hay unas cien personas más y otras tantas puertas. Regresa corriendo y pone en mi mano derecha una pieza de puzzle.

- Se le ha caído esto.

Me conducen a un despacho. Desde la puerta distingo la oronda figura, la tez cetrina y el olor a habano de don Amalio.

- Martínez: antes de que Lo vea – así, con mayúscula -, quiero esos informes aquí.

Mientras sigue golpeando la mesa con el índice, añade:

- Y los quiero dentro de dos horas; mejor: en dos segundos.



8 comentarios:

  1. Me parece una adaptación muy buena. Las adaptaciones son precisamente eso, adaptaciones y no transcripciones. Cada obra debe adaptarse al medio por el que se transmite. Desde mi punto de vista ería absurdo mantener la literalidad del asunto.

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  2. Gracias.

    Estoy de acuerdo con lo que dices. Yo añadiría que, para sostenerse, una adaptación ha de convertirse en una creación válida por sí misma y no por dependencia o relación con un texto u obra previa. Toda lectura lo es. Añadiría, también, que al concepto de literalidad hay que añadir el de fidelidad. ¿Cómo se puede ser fiel en un medio distinto?

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  3. Yendo un poco más allá, quién mejor que el propio autor para desarrollar una adaptación si así podrá reforzar lo que sea que intenta transmitir usando otros medios distintos.

    Sesudo relato, genial labor al cambiarlo de plataforma.

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  4. Gracias, Ada.

    En cuanto a lo que dices al principio, depende de lo que el autor sea capaz de hacer. La versión sonora me dio bastante trabajo, pero fue una experiencia divertida y apasionante de la que me siento muy satisfecho, pese a algunos golpes de micrófono y alguna peguilla de edición.

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  5. Querido vecino, prefiero que el Paraíso no exista si va a ser como lo describes. Con el puto jefe allí también. Me ha traído a la memoria una anécdota que contó alguien (no recuerdo) sobre los encomenderos españoles en América: A un encomendero le fueron a avisar de que sus indios estaban a punto de colgarse de unos árboles porque no soportaban la mala vida que les daba el español. Este se presentó ante ellos con una cuerda y les dijo que si se colgaban, él también lo haría y les daría la misma mala vida en el otro mundo. Así logró que no se suicidaran y siguieran siendo buenos inditos.
    A parte de eso, Juan Carlos, creo que tienes muy buena mano para el relato corto. Lo poco que te he leído es muy bueno. te lo digo de corazón.
    Sobre la adaptación, yo también creo que es legítimo hacerla, más cuando el adaptador es el autor del original. Evidentemente el texto debe adaptarse al medio. En este caso, la versión sonora tiene algunas connotaciones esperpénticas y de humor que no están en la versión original.
    Muy buen ejercicio. Felicidades

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  6. Muchas gracias, vecino.

    El relato nació de varias paradojas. Es cierto que la versión sonora añade o, más bien, realza el humor escondido. Ahora mismo, casi prefiero oírme haciendo las voces de los distintos personajes.

    Parte de la cultura cristiana arroja fuera del Paraíso a los infieles, como arroja fuera al que se aparta de su moral. El sexo sigue siendo uno de los mayores pecados.

    En cuanto a si tengo o no mano para el relato, lo cierto es que disfruto cada vez más haciéndolos cuando llegan al papel. Me da mucha pereza y me incomoda armar en largo, quizá por haber escrito muchos versos; quizá, también, porque soy de los que opinan que nada tiene que envidiar el relato a la novela.

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  7. Mis felicitaciones, Juan Carlos, has montado todo un escenario y pareces tener también virtudes de ventrílocuo.
    Mis mejores augurios para ti, amigo.

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  8. Como te digo en Bitácoras: agradezco tus felicitaciones y augurios.

    Igual me animo, con tiempo, a repetir la experiencia.

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