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16 de diciembre de 2008

Dinero caído del cielo


Dinero caído del cielo (Pennies from heaven) es una película que pasó sin pena ni gloria. Ya se sabe que el éxito no siempre acompaña a la calidad. Mejor: que otros muchos vayan a atascarse con las palomitas y a sorber ruidosamente el refresco mientras lloran, cantan y ríen con Mamma mia, por ejemplo, y nos dejen, a muchos menos, o a pocos, empaparnos de magia antes de que películas así desaparezcan de la cartelera. Es lo que suele suceder. Es lo que sucedió con esta cinta de Herbert Ross cuando se estrenó en España en 1985, cuatro años después de que viera la luz.


Dinero caído del cielo es un espléndido homenaje al cine musical americano clásico, desde las coreografías de Busby Berkeley, pasando por las de Fred Astaire y Ginger Rogers, hasta las de Gene Kelly. La diferencia está en que, salvo al final, los actores no cantan. ¡Pues vaya una película! No se soliviante el lector. El play-back es necesario para redondear, y trascender, el contraste de una trama melodramática en la que el protagonista, encarnado por Steve Martin en uno de sus papeles más interesantes (por no decir uno de los pocos, pero esto es una opinión) busca, sin conseguirlo, el olvido de su anodino pasar sumergiéndose en un mundo de ilusiones, el mundo de colores de las tonadas con cuya venta se gana la vida a duras penas. Esto explica el play-back de los números musicales que se superponen o alternan, como representación del deseo, con la realidad del personaje. De los personajes, cabría añadir, puesto que Arthur Parker (Steve Martin) encuentra un alma gemela en Eileen (Bernadette Peters), con la cual coincide en el ámbito evasivo de la canción, pero con la que no logra una unión efectiva, más allá del frenesí erótico, en la realidad de la ficción a causa de su cobardía, primero, y del azar o, más bien, de la fatalidad, después. De esta manera, el meollo del film consiste en ese imposible encuentro entre la realidad y el deseo. Dinero caído del cielo es, por lo tanto, una obra romántica, en el mejor sentido del término.

El expediente de recurrir a dos planos distintos, el de la trama, por un lado, y el de las canciones, por otro, fue utilizado, años más tarde, en Bailar en la oscuridad y en la sobrevalorada Chicago. De modo parecido, si Eileen y Arthur se meten en la pantalla de un cine para sustituir a Fred Astaire y Ginger Rogers en Siguiendo a la flota, Woody Allen, a quien Ross dirigió en Sueños de un seductor, hará que suceda algo semejante en La rosa púrpura del Cairo.



El tratamiento de los números musicales es, por otra parte, exquisito por la variedad de las coreografías y por el hecho de subrayar con diferentes gamas de color el contraste, ya aludido, entre la riqueza ilusoria de lo imaginado o deseado y la poquedad del mundo en que Eileen y Parker sobreviven. Sorprende ver al siempre sorprendente Christopher Walken marcarse un claqué incendiario, salvo que leamos en la Wikipedia que empezó su carrera enseñando danza en un teatro musical.


Para terminar, pensando en los aficionados a secuencias memorables, Dinero caído del cielo tiene para dar y tomar. Aparte del número del cine y el de Walken, pueden citarse, además, el dedicado a la canción que da título a la película, así como la secuencia en que Joan (Jessica Harper), la mojigata esposa de Arthur, intenta en vano someterse a las fantasías sexuales de éste.






Hoy nos hemos decidido a rescatar una de las páginas que, sobre cine, hemos escrito en diversas circunstancias. Quizá vengan otras.

1 comentario:

  1. Pleasant memories, mad teacher.

    Y lo cierto es que no te equivocaste al recomendarla con tanta vehemencia.

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