Páginas

6 de septiembre de 2008

Manual Escolar de Religión


Debo ratos de curiosa y regocijante lectura al Manual Escolar de Religión de don Cipriano Monserrat. Este señor fue, entre otras cosas, profesor titular de Religión en el Instituto “Jaime Balmes” de Barcelona. Dispongo de la 7º edición del libro, que publicó la Editorial Lumen en 1950.

En el Manual puede uno toparse con perlas como la que sigue:

Penas del infierno.- Distínguense en el infierno dos clases de pena: la de daño y la de sentido.

1º. Pena de daño. Consiste esta pena en la privación de la vista y posesión de Dios. Es el mayor castigo del réprobo. “Aparta de mí, maldito”, dice el Juez supremo. ¡Fatal maldición! El alma, libre de las ataduras del cuerpo, ve sin celajes la magnitud de la pérdida que se ha acarreado; siente vivamente que Dios es su principio, su centro y su fin; comprende que de sí misma dependía el gozar para siempre del bien supremo y que voluntariamente se ha privado de él por toda la eternidad. La aprensión de tamaña desdicha provoca en ella unos transportes de rabia y de desespero que el hombre es incapaz de expresar y comprender.

2º. Pena de sentido. Consiste esta pena en el suplicio de un fuego activo y devorador. Desconocemos la naturaleza de este fuego, mas la Sagrada Escritura nos permite colegir que no se trata de un fuego metafórico, sino real, pues Nuestro Señor Jesucristo emplea varias veces y sin ambages la palabra “fuego” al referirse al tormento de los réprobos. El mal rico clama desde lo más hondo del infierno: Me abraso en estas llamas.


Los teólogos añaden que ese fuego está dotado de unas propiedades singulares, en virtud de las cuales obra sobre las almas sin mediación del cuerpo, haciéndoles padecer unos dolores análogos a los que en nosotros produce la llama. Y san Agustín afirma que el fuego de la tierra no es más que una sombra o pintura del devorador fuego del infierno.


No sé qué se enseña en las catequesis actualmente. Juan Pablo II llamó la atención sobre la necesidad de corregir la visión física tradicional del infierno. No queda claro que Benedicto XVI haya vuelto, en esto, hacia atrás. Sólo me gustaría que nos pusiéramos, por un momento, en el pellejo de un niño de unos diez años, allá por 1950. Pensemos, por tanto, teniendo en cuenta la credulidad y la ingenuidad del chico, en la imagen atroz de unas llamas mucho más intensas o poderosas que las de la tierra. Imaginemos, también, ese terrible castigo asociado de inmediato, de manera casi inconsciente, a cualquier pecado o pecadillo. Añádase la facilidad y la acuidad con las que el chico aprehendería la noción de que no es Dios, sino el alma la que se condena. Llamaría yo a esto terrorismo espiritual.


Fuente de la imagen: Wikipedia.

3 comentarios:

  1. Muy interesante el texto que nos dejas, tanto que no sé por dónde empezar.

    Empecemos, por ejemplo, por el texto en sí. Deja mucho que desear la didáctica, desde luego, y más si tenemos en cuenta al público al que según dices iba dirigido. Para empezar un niño de esa edad no tiene todavía la capacidad de manejar conceptos abstractos lo suficientemente desarrollada como para entender nada de lo que se explica. Si a eso le unimos lo que comentabas sobre la atrocidad que están diciendo, la sensación se multiplica.

    Luego está el contenido. No viene al caso, o sí, hablar del adoctrinamiento ciego al que ha sometido el clero al pueblo durante la historia. No importa que no se entienda nada, porque ni ellos mismos son capaces de demostrarlo o entenderlo tomando como fuente, o eso afirman, las Escrituras. De ahí que no haya una sola cita bíblica para apoyar el razonamiento, algo de lo más razonable si tenemos en cuenta que precisamente la creencia de la existencia del infierno entra en conflicto claro con otros pasajes bíblicos.

    Lo único que está claro es que Tomás y Agustín se lo montaron de maravilla plagiando a Platón.

    ResponderEliminar
  2. Ahora que lo dices, sí hay una cita bíblica, del evangelio de Lucas en concreto. Es la frase del mal rico que aparece entrecomillada.

    He de aclarar otro punto. El Manual estaba destinado, en principio, según reza la portada: "Para institutos, centros de enseñanza media y candidatos al examen de Estado".

    ResponderEliminar
  3. Más allá de lo propiamente religioso, y los miedos, y las culpabilidades, y los remordimientos, y todas esas cosas que nos siguen pesando sobre los hombros como si nosotros fuéramos seminaristas también, está la parte educativa.

    Mantener la disciplina en ese contexto, obligar a estudiar, estaba indudablemente apoyado por el pavor a esos fuegos del infierno...

    Afortunadamente, hace casi 60 años de semejante dislate educativo... aunque aún haya nostálgicos que lo echen de menos. Yo, profesional y personalmente, valoro que haya una cierta, ejem, indisciplina ordenada... La sinceridad insolente de algun@s alumn@s ayuda a calentarse en las mañanas y a no morir de un frío angelical... Y para quemarse siempre hay tiempo... por muy peligroso que sea jugar con fuego.

    Salud.

    PD.: Mil gracias por las orientaciones técnicas...

    ResponderEliminar

Piénselo bien antes de escribir