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31 de agosto de 2016

Por tierras y cielos de Galicia

Asocia esas voces
O són d'os pandeiros,
¡As santas surrisas
De terras e ceos!

Manuel Curros Enríquez


Antes de regresar a las largas rúas de Ferrol, con sus galerías y balcones acristalados, nos despiden los muñones de los cipreses de California en el malecón de Ortigueira, al término de la bajamar. Es un mensaje mudo, sobrecogedor por el aire de esqueletos retorcidos y por contrastar con el recibimiento sonoro de la Escola de Gaitas, que atribuimos, primero en broma, a nuestra presencia y, en seguida, a una inexistente procesión.

Casa modernista en Ferrol.
Casa modernista en Ferrol.

Ortigueira. Monumento al gaitero.
Ortigueira. Ciprés de California.




















Dos días atrás, camino de Betanzos, batallones de pujantes eucaliptos se asoman, como en otros lugares de Galicia, a nuestra retina. En el autobús y, también, en la villa, parvas de jóvenes bien provistos para el botellón se disponen, seguramente, a participar en la romería de Os Caneiros. Preferimos acercarnos al casco viejo a admirar algunas muestras del gótico gallego. Los arcos torcidos de la iglesia de Santiago nos recuerdan los de Santa María del Sar. En San Francisco, aparte de los sepulcros de nobles, incluido el de Fernán Pérez de Andrade con su cochino jabalí y su oso, nos llaman la atención las figuras sin cabeza del altar mayor, árboles de piedra desmochados. Nos conformamos con rodear Santa María del Azogue, pues sus puertas están cerradas, reprimiendo las ganas de recitar a grito herido los versos del poema “N’o convento” de Curros Enríquez que dicen:

Abrídeme esas portas,
Concencias farisáicas, almas mortas,
Que faguedes de Dios un ruin caseiro.

Quizá hubiera sido más entretenido bajar al Mandeo para ver las barcas engalanadas con esas hortensias que, con tanta profusión, se encuentran en casi todas las localidades gallegas que hemos visitado, pero el chasco se olvida pronto ante la tortilla, el plato de zamburiñas y el bacalao, regados con un excelente godello, Quinta do Buble, que nos sirven en el restaurante Casanova.

Betanzos. Interior de la iglesia de Santiago.

Betanzos. San Francisco.

















Hace un día ideal para pasear por Baiona. La brisa nos acompaña hasta la capilla de Santa Liberata. La imagen de la mártir chocará unas horas después con la apostura, un tanto chusca, por no decir irrisoria, del monarca en el monumento a Alfonso IX. Pero la caminata, que, como todas, empieza con un paso, por la fortaleza de Monterreal borra las ganas de chancear para dejar libres a los sentidos. Esa osamenta mutilada de roble a un costado del parador, la pachorra de esa gaviota sobre la muralla, cerca de la Torre del Príncipe y, al frente, la bruma que emborrona las islas Cíes...

Baiona. Santa Liberata.
Baiona. Monumento a Alfonso IX.


















Baiona. Fortaleza de Monterreal.

Baiona. Vista desde Monterreal.
Baiona. Gaviota en Monterreal.












No sabemos qué clase de coloquios se podría mantener con tanta gaviota molesta de tierra adentro como se oía y veía por Pontevedra y Santiago (“Gaivotas á terra, mariñeiros á merda”, nos recordó una camarera en la capital compostelana). Sin embargo, hay que reconocer que nos habría regocijado escuchar al deslenguado y mordaz loro Ravachol llamar “bárbaros” a los curas en plenas fiestas de la Peregrina, con las peñas taurinas pululando entre el gentío.

Ravachol.
Ahora bajamos desde el monte de A Pastora en Cambados para ver cómo el sol se acuesta en la ría de Arosa. Los arcos al aire de Santa Mariña Dozo arropan apenas los sepulcros. Aunque el sol saldrá mañana, nos refugiamos de la desolación de lo muerto bajo los magnolios de la terraza que la bodega Gil Armada regenta en el Pazo de Fefiñáns. El albariño que nos sirven no será tan famoso como el homónimo del pazo, no figura como libación favorita de Álvaro Mendiola, el protagonista de Señas de identidad, pero a nuestro paladar le parece exquisito.

El sol se acuesta en Cambados.
Cambados. Santa Mariña Dozo.


















Volviendo sobre nuestros pasos, Santa María a Nova ya nos había proporcionado en Noia la vista de un cementerio adosado a la iglesia. En semejante entorno, no es de extrañar que Santa María se convirtiera en un museo de lápidas. El paseo por la villa nos depara la vista de otros templos y otros rincones y la ocasión de probar una empanada de harina de millo y xoubas.

Paseando por Noia.
Noia. San Francisco.




Noia. Tímpano de San Martiño.
Noia. Santa Maria a Nova.



























Es hora de volver al punto de partida. No hizo frío en la plaza de la Quintana. Tampoco encontramos, después, aquella estatua del caballero. Sin embargo, con la certeza de haber escuchado solo unas pocas voces de las tierras y los cielos de Galicia, brindamos por seguir escuchando.

Para brindar.


4 comentarios:

  1. ¡Buen repaso que le has dado a las tierras gallegas! ¡Y las zamburiñas! Yo no pude catarlas en O'Grove, como era mi deseo porque al parecer no es tiempo...
    El bacalao, sí, pero de Portugal. Todo ahumando, eso sí, por cientos de incendios.

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    1. Qué raro lo de las zamburiñas, pues las comimos también en Cambados, en Ortigueira y en Ferrol, en este caso en empanada.
      Incendios no han faltado en Galicia, como sabrás.

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  2. Ya lo creo. He visto a los hidroaviones españoles cargar en la río de Vigo y a los portugueses en el Miño.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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