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24 de noviembre de 2013

Busto de Larra en Bailén. De románticos, liberales y revoluciones

      Los ojos de piedra parecen mirar hacia la bajada de Mayor o, más allá, hacia el Viaducto. Al otro lado queda la mole ciclópea de la catedral, indigna de que un romántico le preste atención, si por romántico entendemos algo más que la ñoñería.
      Larra no estuvo en las barricadas como Espronceda, pero sufrió en sus carnes lo que el poeta almendralejense consideraba característica de la época: “El espíritu mercantil, mezquino en su principio y siempre impulsado por el sórdido estímulo del interés”. Algo parecido escribía Bécquer dos décadas después en el monasterio de Veruela: “Este siglo positivista y burgués solo rinde culto al dios Dinero, y es su romanza preferida el sonido del oro acuñado”. Al poeta sevillano le hubiera causado algo más que estupor saber que el rostro que pintó su hermano figuraría en un billete de cien pesetas, y no precisamente en el dorso.
      Espronceda hubiera participado gustoso en los sucesos de la Vicalvarada, si la difteria no se le hubiese llevado antes. Bécquer tenía diciocho años entonces, cuando llegó a un Madrid convulso. El sevillano, que no tenía mucho de revolucionario, no fue testigo de unos sucesos que llevaron al linchamiento del jefe de policía y obligaron a la familia real a refugiarse en el Palacio de Oriente, pero su relato de los mismos, a los que califica de “última revolución romántica”, deja entrever, si no simpatía, sí un grado considerable de fascinación. 
      Aunque quienes hoy se proclaman liberales poco tienen que ver con los románticos, más de cien años después el espíritu mercantil impera con o sin disfraz. Sus valedores han decretado que no existe alternativa, que la mezquindad es altruismo y la explotación del hombre por el hombre encomiable emprendimiento.
      Si Larra levantara la cabeza, volvería la mirada, como su estatua, hacia el Viaducto.

2 comentarios:

  1. Muy interesante reflexión, vecino. El Dinero era el dios de entonces, el de hoy y probablemente también los tiempos del Cid Campeador. Siempre ha sido así. Lo que ha cambiado es la percepción que tenemos de términos como romanticismo o liberalismo. Normalmente, el poder (conservador) los manipula a su antojo y los modela a su gusto. En términos políticos no es lo mismo un liberal del XIX que uno de hoy. Diría yo que, incluso, si la máquina del tiempo permitiera juntar a uno de cada, llegarían a las manos por defender valores contrapuestos.
    Una de las cosas que siempre me hizo mucha gracia fue esa definición que Manuel Fraga hizo de sí mismo: "Soy liberal-conservador". Es que, como sus discípulos y antes sus padrinos falangistas, lo quería todo.

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