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12 de noviembre de 2013

Bajar la basura

      Lo que había hecho que el medio tacón de su zapato izquierdo resbalase por la acera era, simplemente, caca de can, mierda de perro, vaya, cubierta aviesamente por una bolsa vacía de chucherías que algún piquete había colocado de propósito a dos metros de la peluquería. Se compuso nerviosamente la melena recién lacada, mientras pensaba cómo decir al guardaespaldas distraído que le hiciese el favor de limpiar la suela de lo que se le había adherido, pues toda una señora, y más si le apretaba un poco la faja, no podía rebajarse a realizar menesteres como el que le iba a encomendar al subalterno. Aprovechó que el subordinado seguía mirando las piernas de las clientas que iban saliendo para serenarse y decidir, aun sufriendo con paciencia cristiana sostenerse sobre un pie, cual grácil garza, cuál era la mejor expresión para su estado, pues de niña se había prometido no proferir palabras soeces como las que le venían a la mente, salvo para afear ante los medios de comunicación la insolidaria conducta de los huelguistas. Tras considerar poco apropiado el sustantivo “excremento”, resolvió:
   -Jaime: ¿sería usted tan amable de retirar con cuidado esta inmundicia? –dijo al guardaespaldas mostrándole el pie.
      -Eso es...
      -Sí: inmundicia de mamífero cánido –resolló amoscada.
      -Dicen que da buena suerte pisar...
      -¡Jaime! Yo no he pisado nada. He puesto el pie ahí y mi zapato se ha encontrado con, con...
      -¡Con una buena mierda de perro! –exclamó Jaime.
      -¡Inmundicia de mamífero cánido, caray! Ha sido un acto sabotaje, estoy segura.
      -¡Un perro terrorista! 
      Efectuada la delicada operación con diligencia, pero sin falta de chanza, la alcaldesa subió al coche y dio un portazo. Miraba con asco el zapato y contaba tras la ventanilla, cuando el vehículo se veía forzado a detenerse en los semáforos, las bolsas, los montones de desperdicios, residuos, desechos, detritus...
      En el despacho, con la taza de relajante café vacía entre las manos, observó su dominio mancillado asomándose a la vidriera y dio con el modo más conveniente de aplicar un correctivo a Jaime, quien, a pesar de ser leal, eficiente y, en definitiva, valioso e insustituible, mostraba todas las trazas de una educación deficiente, por no decir deplorable, y, lo que era peor, un sentido de la confianza poco adecuado para el alto cometido que desempeñaba. Ordenó, entonces, llamar al guardaespaldas y, aunque se había prometido hablarle con sosiego, pero también con seriedad y firmeza, no pudo contenerse al ver la sonrisa con que Jaime apareció en el despacho:
      -¿Sabe usted? Hoy le toca sacar al perro y bajar la basura –dijo señalando con el dedo las papeleras.
      

4 comentarios:

  1. Pobre señora, es una incomprendida...

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  2. Comportamiento de marquesa, como cree ser. ¿"Inmundicia de mamífero cánido"? No creo que sea capaz de juntar esas tres palabras.

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