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30 de julio de 2013

Algo que hay que hacer

      Alfredo oye de nuevo el suspiro, casi una queja, de su abuelo. Ve reposando las manos artríticas sobre La Gaceta y las zapatillas desgastadas sobre la tarima. 
      -¿Qué pasa, abuelo?
      -Me lo has prometido...
      Marcial mira a su nieto. En su mirada se mezclan la impaciencia y la súplica. Los años de dar órdenes han pasado y ya se sabe que esta juventud le tiene poco respeto hasta a lo más sagrado.
      -¿Ya estamos? ¿No es mejor olvidar? Ustedes vencieron y se les dieron todos los honores –responde Alfredo.
      -Pero los perros quieren roernos los zancajos, Alfredo –replica con rabia contenida Marcial.
      -¡Por Dios, abuelo!: son cuatro gatos que quieren enterrar como se debe a sus familiares.
      -Es gente mezquina y vengativa. Te lo he dicho miles de veces. Después de los entierros querrán destruirnos.
      -¿Destruirnos? ¿Yo qué tengo que ver, abuelo? Solo sé de la guerra lo que usted ha contado a su manera y lo que se lee en los libros de Historia.
      Marcial se alza de la mecedora trastabillando y apunta a su nieto con un dedo tembloroso, el mismo con el que apretaba el gatillo de la Campogiro:
      -¡Libros de Historia! ¿Es que no me crees? ¡Eres mi nieto, sangre de mi sangre!
      -Abuelo, por favor...
      -¡Me lo prometiste! Un hombre de honor...
      -Siempre cumple su palabra –completa Alfredo-. No se cansa usted de decírmelo.


      El Golf lleva más de dos horas recorriendo las mismas carreteras, los mismos caminos de los mismos cerros despoblados. La memoria de Marcial parece hacer aguas como un barco naufragado.
      -Es imposible. Tiene que ser por aquí –repite una y otra vez Marcial.
      -Abuelo: ¿no ha pensado que el famoso alcornocal ya no exista? Además, el trazado de las carreteras ha podido variar, ¿no?
      -¡Espera! ¡Qué dura es la vejez! Ya no me acordaba.
      Marcial saca de un bolsillo una brújula y un ajado mapa. Cuando despliega este, a punto están de salirse de la carretera. Al cabo de unos minutos, Marcial grita:
      -¡Frena!
      -¿Está loco? ¿Quiere que nos matemos? Vaya susto que me ha dado.
      Macial señala algo en el mapa y, después, indica hacia el parabrisas con un movimiento circular de un dedo, el mismo con el que apretó el gatillo de la Campogiro para dar el tiro de gracia a los miserables.
      -Es aquí. Por ese camino.
      -¿Está seguro?
      -Tan seguro como que me llamo Marcial.


     Del alcornocal solo quedan tres ejemplares añosos, pero la roca, a solo tres metros, sigue ahí.
     -Vaya sitio para dar un paseo... –balbucea Alfredo.
     -Calla y cava –dice Marcial a su nieto tendiéndole un pico y una pala.
     -¿Vamos a desenterrar a los muertos? ¿Y después?
     -No. Solo quiero asegurarme –una sonrisa ladina se dibuja en los pálidos y secos labios de Marcial.
     -No entiendo –responde Alfredo.
     -Ya entenderás. Es algo que hay que hacer. Cava.
     La pala tropieza con algo que produce un sonido metálico. Marcial detiene a Alfredo con un golpe en la espalda.
     -Déjame, Alfredo.
     Marcial se arrodilla sobre los terrones y empieza a escarbar con ansiedad. Tras la hebilla y los jirones podridos de un uniforme aparecen, por fin, unas costillas mondas.
     -Anda: recoge el pico y la pala y vuelve al coche.
     -¿Cómo?
     -Es algo que hay que hacer; pero lo tengo que hacer solo. Y, además, hombre, no querrás ahora ver las vergüenzas de tu abuelo –responde Marcial casi entre risas.
     Mientras Alfredo se aleja, Marcial se desabotona la bragueta y orina profusamente sobre la tierra removida. De pronto, una idea feliz le llena de regocijo. Marcial se baja los pantalones y el calzoncillo, se agacha resollando un poco y, finalmente, defeca.



  • La imagen es de Jean-Pol Grandmont. Se publica con licencia CC BY 3.0.

2 comentarios:

  1. ¡Joder, menudo hijoputa el abuelo! Hay que tener mala sagre. Supongo que la mayoría no son así, porque el tiempo lo atempera todo, hasta los odios, pero es más que probable que quede gente así todavía. Y más si hubo cuestiones personales en los ajustes de cuentas.
    Los pelos de punta.

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    Respuestas
    1. Me pillas corrigiendo un desliz.

      Los abuelos, no sé. Pero gente así sale en televisión.

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