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13 de mayo de 2013

El hijo de Leo



      Le da el alto un gigantón con el naranjero terciado que lo lleva ante el sargento del puesto. El sargento, un individuo amojamado, enteco, hace una seña al gigantón para que registre el hatillo de Pablo.
      -¿Qué haces aquí, muchacho?
      -Busco a mi padre –responde amedrentado Pablo.
      -Nombre.
      -Mi padre se llama Leobardo Martín.
      -No: el tuyo.
      -Pablo Martín Andrés.
      -Eso son tres nombres, majo. ¿No serás un aristócrata? –ríe jocoso el sargento.
     -Es un cachorro comunista, compañero –apostilla el gigantón mostrando triunfante La defensa de los trabajadores.
      -Sargento, Gómez, sargento. Kautsky no era comunista.
      -Si tú lo dices, compañero sargento...
      -Anda: di que llamen a la brigada, a ver si saben algo.
      -Mejor se lo mandamos directamente a Líster, así ganamos tiempo, compañero sargento.
      -¡Gómez: menos cachondeo, que te empapelo! Que te acompañe el chico.
      Gómez mira de arriba a abajo a Pablo y le sonríe:
      -¿Así que no eres comunista, chaval? Mejor. ¿Tienes hambre?
      Pablo mira las alpargatas de Gómez cuando este le pone media manzana ante las narices.


      Ha bajado, de noche, desde el Zofío al río. Es noche de tregua.
      -Anda, acompaña al hijo de Leo, no sea que se nos pierda y se pase al otro lado. Tened cuidado –le ha dicho el mayor López de la Fuente a Ramiro, camarada de Leobardo Martín desde el Quinto Regimiento.
      Pero Pablo no quiere oír hablar otra vez del Pingarrón, ni desea otra muestra de estima (“¡Caramba con el hijo de Leo!”). Del bombardeo de la mañana no le llega solo el llanto del crío, de apenas cuatro meses, que ha arrancado de los brazos histéricos de la madre bajo el zumbido del obús, sino también el cuerpo descabezado del anciano, después de la trepidación, la metralla y el polvo, caminando unos pasos con lenta inercia, quizá en busca del tabaco o del pan a que le daba derecho la tarjeta de racionamiento.
      En las aguas negras del Manzanares la cabeza del anciano no rebota ni se hunde, flota en las ondas de las preguntas. “¿Qué hacemos ahora con este niño?”. Y oye la voz de Carmen: “Se lo llevaremos a Frida; ella sabrá”. Mientras la cabeza desaparece, se pregunta si Frida y Carmen le podrían contar quién era Leo.
      -Quiero alistarme, Ramiro.
      -Tú estás loco, chaval. No sabes lo que es esto. Vuélvete a Burgohondo con tu madre. Es lo mejor que puedes hacer.
      -Ya no soy un niño. Voy a cumplir dieciséis.
      -Ya.
      Pablo no sabe, las aguas negras no le dicen que no ha llegado la hora de la quinta del Biberón.





8 comentarios:

  1. Un capítulo más de las aventuras de Pablo. Muy interesante, Juan Carlos. ¿Por qué no te pones y escribes cien páginas? Creo que te quedaría un relato muy bueno para publicar por algún lado.
    Un abrazo

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    1. Gracias.

      Pues no sé. No sé si tengo el temple y la paciencia necesarios. Ten en cuenta que las aventuras de Pablo nacieron como un apunte en homenaje a las Misiones Pedagógicas. Después, se me fue la mano o la olla y pensé que podría imaginar y escribir como una media docena, o poco más, de apuntes.

      Este es el tercero. Igual suena la flauta.

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  2. Oi,oi,oi!!! Haz un librico, que así te sale una orda de fans y de orcos, y te pasa como a Paco. El pobre no puede salir de casa porque las señoras le tiran bragafajas y chillan como si fueran adolescentes viendo a Justin Bieber. Un espectáculo digno de ver, oiga. Venga, no me seas moñas y anímate :)

    Un abrazo ;)

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    1. Ja, ja, ja.

      Si las señoras me tiran bragafajas, me apunto y pongo puesto en El Rastro.

      Ya contarás cómo te prueban los madriles.

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  3. Me gusta leerte, Juan Carlos. Tienes un estilo que me encanta.

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  4. Apoyo la moción, escríbete un libro.
    Me gusta.

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