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21 de enero de 2013

Gestos


Es siempre la misma escena; solo cambian algunos elementos del decorado. Un plano entero de la espalda de un niño sentado, casi exangüe, en el suelo, ora vestido de harapos o piltrafas de tejido, ora desnudo, una piltrafa él mismo. El niño llora, gime o cabecea de hambre. En el suelo hay hierba rala y quemada, cascotes o basura. Se oye el revés del silencio que conforman el aleteo de los insectos y los gruñidos y graznidos de la sabana, la trepidación o el eco de estallidos lejanos o el goteo de un grifo oxidado que se superpone a un claxon o a una bocina distantes.

Solo tengo que poner mi experiencia detrás de la cámara y convertirme en el ojo del espectador de la serie de “spots” destinados, según la ONG que los encargó, a remover la buena o la mala conciencia de un público cosmopolita perteneciente, en su mayoría, a las clases medias. No debo, por tanto, obsesionarme con lo que parece una pesadilla que abre un hueco, una llaga, en lo real a fuerza de realidad impostada.

Mis escrúpulos al ver estado de los niños cuando es necesario repetir la toma más de una vez son infundados. A mi disposición están los permisos, las licencias, los contratos. He visto el dispensario de campaña, todo un hospital en miniatura. He conversado, por señas, con cinco de los seis niños, sorprendentemente parecidos, y sus familias. Todo está, pues, en orden; así que solo he de esperar a la claqueta y a que la directora diga: “¡Acción!”.

Un perro famélico, en realidad son tres muy bien adiestrados, se aproxima al niño. Olisquea y abre la boca, pero, cuando parece que va a morder, vuelve sobre sus pasos y regresa con un bocado que deja caer al lado del crío. Hemos tenido que repetirlo varias veces, pues el primer perro se ha sentado, de buenas a primeras, junto al niño, y el segundo ha encontrado motivo de distracción en un escarabajo. Para colmo, se ha puesto a llover. Me he negado a rodar a las criaturas en estas condiciones.

Ahora, espectador de mí mismo, me las vuelvo a ver con el espejo o, más bien, con la navaja barbera, pues no se encuentra otra cosa en este pueblo. Me veo haciendo parecidos aspavientos a los que ayer, por falta de costumbre o maña, causaron la herida que tengo en la barbilla, esta vez con la intención de sortearla. Todo muy teatral para no servir como actor. La hoja se detiene en la garganta y el grifo, oxidado, deja caer una lágrima turbia sobre los grumos que navegan en la loza, mientras me digo que es imposible que seis críos desnutridos que nada tienen de profesionales hagan el mismo gesto menesteroso, de la misma manera, cuando sienten que el perro está cerca.

Corten.

4 comentarios:

  1. "El revés del silencio", preciosa imagen, vecino. ¿Qué anuncios son esos?
    A veces, intentar reproducir una espantosa realidad, aunque sea con el fin de eliminarla, resulta tan obsceno...

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  2. Gracias.

    No pensaba en ningún anuncio en particular, sino, como bien dices, en la obscenidad con que a veces nos acercamos o nos acercan a ciertas realidades.

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  3. Como bien decís, es una mirada impúdica y vergonzante. Darte cuenta de ello, y venírsete abajo, como un castillo de naipes, este mundo nuestro tan veleidoso.

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    Respuestas
    1. No se viene abajo este mundo, sino que aparece como es, opino.

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