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28 de diciembre de 2012

El silbo de los trigos


     Encañaban los trigos en mayo y verdegueaban. Y crecía el orgullo de Ginés y la satisfacción de García, que los contemplaban al abrigo del relente bajo el álamo viejo. Era la mejor tierra para la buena cosecha que vaticinaban los ancianos. Tierra comprada y abonada por el sudor. Cosecha de promesas. Se lo merecen, dijeron hasta los cuervos. Algo caerá cuando ahechen y, si no, ancho es el campo y azul el cielo. Habría zapatos nuevos para Perico y Juanilla. Y García podría, al fin, casarse con Leo.
      San Juan pasó entre chispas de alegría, llamas y bailes. Pero la resaca no impidió que García y Ginés compartieran hogaza, bota y yeros bajo el álamo viejo. Ni faltaba conversa sobre las avispas de la fuente del chaparro, el diente perdido de Juanilla o los cambios de humor de la Leo. La contemplación era para las pujantes espigas.


      -¿Oyes eso, Ginés?
      Fue primero un rumor como de alas. Después, un silbo que remataba en concierto como de pardales y grillos.
      -Ha sido el viento –dijo Ginés.
      -El viento habrá sido –asintió García.
     Otro día, Perico, que acompañaba a los futuros cuñados, descubrió que no había viento. Las hojas del álamo viejo apenas mecían su verde plata y las espigas, sin granar por completo, cabeceaban suavemente. Había pocos pájaros: una pareja de gorriones picoteando en el lindero y un jilguerillo en la mata de cardo. Para los grillos no era tiempo. Pero el silbo se oía intenso.
      -¿Sabes qué? –preguntó García.
      -Sí –respondió Ginés-: parece un milagro.
      -O brujería.
      Ginés y García decidieron buscar al cura sin hacer caso de las protestas de Perico:
      -¡Pero si es muy bonito! –decía.
    El cura tuvo que apartar a los chicos y a varios vecinos del pueblo, que se habían congregado al borde del trigal alertados por Perico. El rumor de los trigos era tan variado y tan alto que García y Ginés apenas podían oír lo que decía don Ramón:
      -Esto es un misterio. Mis luces no dan para asegurar que sea cosa de hechicería. Pero os va a causar problemas...
      La voz del cura se quebró al ver la repentina aparición de una bandada de luciérnagas. Las luces danzaban al compás del silbo.
   -¡Vámonos de aquí! –gritaron algunos vecinos arrastrando a duras penas a sus maravillados hijos.
      -¡Pero si es muy bonito, papá! –decían las criaturas.


     Cuando llegó el tiempo de la siega, Ginés y García no encontraron brazos que los ayudaran, ni por todo el oro del mundo.
      -Esto va ser nuestra ruina, Ginés –decía García mientras, con miedo, cortaba los haces silbantes.
      -Algo hay que hacer, García. Terminemos de segar, quizá entonces...
     Pero, cuando acabó la trilla y la criba del trigo, los del molino no quisieron comprar el grano porque en cada saco miles de silbidos diferentes concertaban una melodía de otro mundo.
      -El grano parece bueno, pero está maldito –dijeron.
      Encañaba la cebada en mayo y verdegueaba. Y García y Ginés, acostumbrados durante largos y duros meses a compartir la almorzada de yeros o cebollas y las rebanadas de hogaza musical, esperaban al abrigo del relente bajo el álamo viejo. Era la mejor tierra, sin duda, decían hasta los cuervos.


  • La foto de la luciérnaga es de timo_w2s. Se publica bajo licencia CC BY-NC-SA 2.0


5 comentarios:

  1. Me he permitido rescatar este cuento, que se publicó en el fenecido Por el camino de la letra hace unos cuatro años.

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  2. Bello y lírico relato. Tan poético y musical, que lo he leído dos veces por darle gusto a los sentidos.

    Debo decir que aunque la música me ha gustado, no acompañaba demasiado al texto, para mi gusto.

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    1. Muchas gracias.

      La música que pongo en la gramola no suele tener que ver con lo que se lee en la página.

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  3. Cómo no rescartarlo Juan Carlos, si desde que inicias, es "una cosecha de promesas" toda una melodía en letras, es bellísimo!!! que tengas un 2013 lleno de Bendiciones,alegrias, y paz; y quenos permita seguir compartiendo, miles de abrazos

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