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2 de septiembre de 2012

Por la Umbría


Parece que umbros y etruscos se hubieran empeñado en protegerse de las miradas, no solo de posibles enemigos, sino, simplemente, del futuro, al levantar sus asentamientos en lo alto de colinas o cerros o en sus estribaciones. Luego, los siglos han convertido el centro de ciudades como Perusa, Gubbio, Asís u Orvieto en relicario de piedra al cual los visitantes han de acceder por caminos, calles, callejones empinados y tortuosos, si es que no se acogen al expediente de echar pies y manos de taxis, autobuses, ascensores, funiculares, escaleras mecánicas o, como en el caso de la capital de Umbría, el Minimetro.                                                                         
El Minimetro
Una camiseta verde en Gubbio
En el relicario, en medio de catedrales, iglesias, ermitas, palacios y casas, las plazas, las calles, los rincones se abren a un correr del tiempo más lento, pese al trasiego de turistas. Entonces, para quienes viniendo del bochorno y de la aglomeración de gentes en, como se suele decir, los lugares de interés de Florencia, aliviados, en parte, en mesas de trattoria día y noche y con los cócteles, solo de noche, del Caffé Paszkowski y el buen hacer de la Sharade Band, se toman la visita con la calma secular que destila la piedra, la mejor elección es dejarse llevar por el azar del capricho o de la curiosidad, sin la obsesión por tachar los puntos de una ruta previamente trazada ni el afán de ver todo.

Porta Eburnea
Así, los visitantes, que reconocen, por ejemplo, la belleza del entorno de la Piazza IV Novembre, pueden encaminarse por las vías que conducen a una de las cinco puertas medievales que convierten a Perusa en una estrella, para arribar, más allá del acueducto romano, a la magnífica redondez de Sant’ Angelo, hartos, quizá, de la verticalidad que subrayan fachadas, muros y torres de otros templos. De igual modo, fatigados por variantes de anunciaciones, adoraciones, presentaciones, huidas de Egipto y madonnas con bambino de la Galería Nacional, prefieren no considerar épocas ni autores y atender, por el contrario, al detalle, incluso chusco, que los alivie un poco de tanto arte sacro. Para eso están esos cuadros en los que el Bambino luce un collar de cuentas de coral contra el aojamiento o la envidia, del mismo color que brota como un espumarajo o una llama del pico y las patas del Espíritu Santo en otra tabla, sin importarles si el artífice fue Bonfigli o Piero della Francesca.

Piazza IV Novembre
Sant' Angelo
Sant' Angelo. Interior
Quizá se decidan, sorteando los toldos, las mesas y las sillas que convierten al Corso Pietro Vannucci en un inmenso comedor (mangiodromo o cenódromo lo llaman), a acercarse a las murallas y topar en el paseo con una placa dedicada a Francesco Ferrer i Guardia, deambular por los pasajes subterráneos de la Roca Paulina o quedarse un rato sentados en una terraza de la Piazza Danti refrescándose con una Peroni, antes de bajar la escalera que les permitirá plantarse en Al Mangiar Bene, donde no se sirve Coca-Cola y se llama al boicot de las pastas Barilla, pues sus dueños declaran la guerra a las multinacionales, o acudir, junto al arco de la Via Volte della Pace, a la Antica Trattoria delle Volte. Aquí o allí, podrán dar cuenta de un buen antipasto que abra las puertas del gusto a una tagliata, un filete de pescado o, por qué no, un plato de pasta o una pizza, convenientemente regados con un Montefalco tinto o un blanco de Orvieto, intentando recordar dónde han visto esos angelitos cuyas alas y miembros se transforman en brazos de estrella de mar. Después, en la noche, buscarán la brisa en el jardín que hay cerca de las escaleras de acceso a la Roca Paulina o, junto a una copa, en una recoleta terracita sobre la Via Marzia.

Pasaje subterráneo. Roca Paulina
Via Volte della Pace
Así, los visitantes, que reconocen, por ejemplo, la belleza de la doble basílica de San Francisco en Asís, con sus Giotto y sus Cimabue, después de hacer parada en la Osteria Dei Proiri, descienden, un tanto intrigados y bajo un sol de justicia, al silencio y recogimiento de San Damián, donde dicen que un crucifijo habló al fundador de la orden franciscana. La tabla, como el curioso sabrá, se guarda ahora en la basílica de Santa Clara, a la espera, tal vez, de otro fraile a quien lanzar una arenga. Parecidos cuidado y limpieza a los que se observan en estos lugares se echan de menos, por cierto, en Santa Maria sopra Minerva, quizá porque donde estuvieron paganos no barren cristianos.

Basílica de San Francisco de Asís
San Damián

Catedral de Orvieto
A estas alturas del viaje, no es de extrañar, por tanto, que al trasponer la fachada, como trazada con tiralíneas, de la catedral de Orvieto, sorprenda a los visitantes, tanto o más que la amalgama de motivos pintados en la Capilla de San Brizio (cuando son varias las manos que, en distintos tiempos, se ponen en la masa, las de Fra Angelico y Luca Signorelli, en este caso, pasa lo que pasa), la curiosa Pietà de Hipólito Scalza. Luego tendrán que lamentar no haber podido disfrutar plenamente de las vistas de la Piazza del Popolo por causa de los escenarios y los chiringuitos instalados en ella para el Umbría Folk Festival.

De vuelta a Florencia, con menos calor esta vez, los visitantes consumen el tiempo que les queda arrimándose a los más o menos animados restaurantes de las plazas de San Lorenzo o del Mercato Centrale. Aunque en alguno les intenten dar sepia por gamba, no faltan otros en que amabilidad y asequibilidad se conjugan para satisfacer al cliente (Lo Spuntino, Zà-Zà, por ejemplo). La sobremesa transcurre, quizá, entre divagaciones sobre lo extendido que está el consumo de trufa (“Tartufo per tutti”, dicen entre risas) o lo fácil que es encontrar una plaza o una calle dedicada al pueblo en general y a nadie en particular. En la sobremesa aparece, en forma de botella, el anuncio de algo que encontrarán, lamentablemente, al regreso. Quizá por atemperar un poco la seriedad del presagio, uno de los visitantes se anima a posar de Giocondo, con la convicción, no puede decir si firme, de volver algún día a Italia.

Presagio en Zà-Zà
Il Giocondo



















Va bene. E forsi altro canterà con miglior plettro.

8 comentarios:

  1. Bonito viaje, Giocondo. Espero que el Cabreo te lo tomaras al final del viaje, más que nada porque lo disfrutaras mejor. Coqueto el Minimetro y mejor aún el paseo de la camiseta verte por tierras foráneas.
    ¿Los italianos de la Umbría son tan bordes como los de Veneto?
    Por cierto, lo que son las casualidades, después de sugerirme el otro día lo del museo Cerralbo, fue mi mujer la que me propuso ir. Y fuimos, el jueves que es gratis por la tarde. Muy bonito y ecléctico.

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    1. Ya habíamos elegido un Greco di Tufo, así que el Cabreo quedó para la foto de la comida que hicimos antes de acudir al aeropuerto para, ay, regresar.

      ¿Bordes? Hay de todo; aunque, en general, encontramos gente bastante amable.

      Ya te dije que merecía la pena el Cerralbo. Hace siglos que no lo piso.

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  2. De una mano experta como la tuya, el recorrido por La Umbría resulta ser de lo más instructivo y emocionante.

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    1. Hala, que me gorgojo... Gracias.

      Si han logrado interesarte estas líneas producto de impresiones o notas mentales y de las otras, misión cumplida.

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  3. Ayyyyy!!!! como me gustaría visitarlo.... las fotos maravillosas, por cierto en Suiza, en Heerbrook (en la parte alemana) hay algo parecido al minitren ese, es un minitren que sube a las montañas, altísimo, y preciosísimo, no olvidaré ese sitio...
    Un abrazo Juan Carlos y bienvenido!!!

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    1. Anímate, entonces.

      No soy el autor de las fotos, conste, aunque fueron hechas en el viaje. Me he limitado a seleccionarlas y retocar un poco la última.

      No me cabe duda de que Suiza tiene muchos encantos. Pero prefiero abstenerme de ir a ese paraíso fiscal.

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  4. Jajaja... ¡Qué bueno lo del Giocondo!
    Genial viaje. Se nota que lo has disfrutado.
    Saludos

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    1. ¿A que sí? El clown que llevo en mí no pudo resistirse. El trasto estaba en un local del mismo edificio del hotel florentino en que pernoctamos. Lo veíamos todos los días; así que...

      El viaje, cierto, ha sido estupendo.

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