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2 de julio de 2012

El baile de los esdrújulos

       La exageración y el lenguaje figurado forman parte, más de lo que pudiera parecer, de la manera en que se comunica este pueblo de pueblos, el español, que algunos, engañados seguramente por sus deseos o por la afición a falsear las cosas, calificaran de templado o austero en usos y costumbres. Quizá fuera así en otros tiempos, aunque lo dudamos. En estos, más de devastadora vulgarización que de radical secularización o de vertiginosa democratización, no observamos que los usos se funden en la necesidad de nombrar nuevas realidades, sino, más bien de convertir en realidad deseos no siempre de buena ley.
      Aunque la mayor parte de nuestras palabras son llanas, llama la atención el cambio que se ha ido produciendo en el uso de algunos esdrújulos, especialmente de adjetivos, como álgido, lívido, estético, ético, patético, histórico o mítico. Podemos encontrar casi todos en el vocabulario del hablante común y, casi siempre, en la última acepción, aunque no se halle en el diccionario académico, manejados con excesiva generosidad o profusión.
      Ya apenas se utiliza álgido en el sentido original de "muy frío", sino en el más nuevo que sirve para aludir al momento crítico o culminante de un proceso. Algo parecido sucede con lívido, que de "amoratado" ha pasado a significar "muy pálido". Son simples, o no tan simples, desplazamientos por analogía que no acarrean ninguna carga especial.
      Muy distinta cosa sucede con los otros esdrújulos citados. En sus usos más extendidos nos parece que hay una lastimosa o lamentable depreciación, cuando no desprecio del buen sentido, que responde, como decíamos arriba, a una extremosa vulgarización en la que se trasluce una confusión de valores y una tendencia a reducir o acomodar la realidad al punto de vista de quien la considera, aunque sus miras sean muy estrechas.
      Estético ya poco tiene que ver con el arte, puesto que se ha convertido casi en un sinónimo de bonito, un adjetivo, de tan manoseado, que apenas resulta útil para manifestar el gusto. Este gusto, por otra parte, no siempre responde a criterios sólidamente fundados. Es muy respetable que cada cual tenga una idea particular o propia de lo que es la belleza, aunque esa idea no vaya más allá de lo superfluo o de la apariencia.
      Ético poco tiene que ver ya con la moral, según se desprende de la facilidad con que se confunde con justo y lícito, sobre todo si se tiene en cuenta que la idea de justicia o de licitud se consideran con frecuencia desde el punto de vista de una ideología determinada o desde el desconocimiento de qué sean licitud, justicia o moral.
      Patético ya no es aquello que mueve a compasión, tristeza, melancolía o dolor, sino algo despreciable o reprobable, quizá porque el hablante, que tiene su corazoncito, esté más dispuesto a enzarzarse con lo que no le gusta de los otros, que a entender lo que les sucede y sufrir con paciencia y nobleza sus efectos.
      No voy a ser yo el que niegue la pertinencia de estudiar lo cotidiano como parte de la historia. Pero de ahí a hacer de cualquier suceso o acontecimiento que nos llame la atención un hecho histórico sin tomar la suficiente distancia o perspectiva, media un abismo. Lo que uno considere digno de figurar en la historia no es, muchas veces, necesariamente historiable, pues no es el juicio personal lo que convierte en incontrovertible la importancia que se concede a un suceso.

Foto de Andreas Trepte. Publicada con licencia CC BY-SA 2.5.

      Como la historia no deja de ser un relato, es fácil confundirla con otros, por ejemplo, con los mitos. Si el concepto de mito o de mítico pierde peso por el uso, resulta más sencillo. Ya no nos rodean personajes de carácter divino, salvo los que Benedicto XVI tenga a bien canonizar, o heroico, pues los héroes de hoy actúan o mueren, por lo general, en el anonimato. Sin embargo, tenemos la necesidad de admirar o emular personajes que, como se lee en el DRAE, condensen “alguna realidad humana de significación universal”. Esto sucedía, y sucede, con personajes literarios o artísticos. Pero también sucede que, cada vez con más frecuencia, decimos que es mítica una persona, o es mítico lo que hace o dice porque nosotros le concedemos extraordinaria estima, aunque sea el humilde, pero respetable, vecino del quinto. De este modo, nos sentimos más cerca de la maravilla y el famoso gol de Zarra, o aquel otro de Marcelino, por poner un ejemplo, se equiparan a la destrucción de Troya.
      ¿Por qué no decir, simplemente, memorable? Quizá porque el plumaje blanco, negro, pardo y rosado de cualquier pájaro (hay un ave así, llamada mito) nos encandila sobremanera y, claro, tenemos que contarlo o cantarlo.

5 comentarios:

  1. Excelente sesión lingüística.
    Saludos.

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  2. Genial, vecino. Completamente de acuerdo, hay un abuso de determinadas palabras que conducen, de rebote, a una vulgarización (y casi menosprecio) de los conceptos que contienen. Voy a recomendar su lectura a mis amigos de la Fundéu.

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  3. Cierto. A veces distorsionamos las palabras sacándolas (iba a decir de sus casillas) de su acepción correcta, correcta para el contexto de que se trata. Unas veces por ignorancia de su significado preciso, otras por torpeza, otras cuantas más por la falta absoluta de reflexión a la hora de utilizarlas.
    Por supuesto, de la manera en que lo has expuesto, estoy totalmente de acuerdo contigo.

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    Respuestas
    1. Es cierto lo que dices, si hablamos en general. Para la mayoría, el principal medio de comunicación de que disponen, la lengua, es solo un instrumento más, al que prestan bastante menos atención que, por ejemplo, el móvil.

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