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7 de marzo de 2011

Morder el polvo

Su dentadura quizá no fuera el mejor de sus atributos, pero sí el más significativo. Las piezas, ayudadas apenas por la ciencia, unidas en armonía, poseían un grado de blancura y brillo que podría calificarse de perfecto, si a su sonrisa, y aun a su risa cuando era franca, no acompañase muchas veces algo así como un rictus o un aire caníbal o de bestia depredadora.

Por eso, la realidad, o la vida, en una de sus múltiples variantes, hubo de compensar, por fin, tanta maravilla. Caído del éter en que se desenvolvía, probó el sabor de la tierra y de las sabandijas que tanto había despreciado.


5 comentarios:

  1. ¿Y ahora de quién estamos hablando? Porque en ese perfil me caben una docena de capullos y capullas, ¡Válgame Rouco!

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  2. Me encaaaaaaantaaaaa

    No lo había visto como Francisco. A mí, el éter no me recuerda a cosas humanas precisamente; aunque, bueno, sendo sincera, a primeras pense el alcohol; pero, bueno, papi, ya sabes la cabecita de chorlito que tien la tu fía. Jiji.

    Ah, más de uno y una debería saber ya qe las nubes no sostienen, ni tan siquiera a una mísera hormiga.

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  3. Kir, pues yo debo tenerla también, jejeje
    Juan Carlos, siempre me haces releerte.

    Saludos.

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  4. Sonrisas profident mordiendo polvo. Qué maravilla de imagen, qué deseo insatisfecho de muchos de nosotros, las sabandijas que vivimos tierra, respiramos tierra, somos tierra. Más tierra y polvo para muchos es lo que hace falta.

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  5. Francisco: de todos los capullos y capullas que se te ocurran.

    Mija Kir: las nubes no sostendrán, pero algunos de estos etéreos bien que hacen la puñeta.

    Juanjo: la verdadera lectura es la relectura.

    Dezaragoza: ahí le has dao de nuevo. Por cierto: enhorabuena por la criatura germano-mañica. Aunque tarde, me entero.

    Y, aunque tarde, vengo a corresponder a vuestra atención.

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