Como no he sido ministro ni, tampoco, ocupo un muelle sillón en ninguna academia en el que malgastar mi prestigio a base de bofetadas y, ni mucho menos, cátodos, bitios o papeles difunden lo bien que se me da practicar tantra a mi edad o sofaldar púberes niponas, no tengo empacho de confesar que vengo aquí a enjugar lágrimas.
Las lágrimas son por tantos niños a los que los juegos de poder, cada vez más asentado en la miseria moral más absoluta, ahorran experimentar por sí mismos cuán dura puede ser la existencia.
Las lágrimas son por verme en la necesidad de anotar algunos nombres. Quizá así no los olvide. Lágrimas porque alguno, como el de Nemat Safavi, se me escabulle por los rincones de la memoria.
De esta manera, anoto en este paño de lágrimas el nombre del saharahui Nayam Elgarhi. Aún está, es un escribir, la tinta fresca cuando leo las declaraciones de Avi Dichter. Mientras me digo, popularmente, que cada palo aguante su vela, quien se pica ajos come, ¿los ricos también lloran?, súbitamente me llegan, arrancadas de un recoveco purulento, quemándolo todo como fósforo blanco o plomo fundido, las imágenes y los nombres de dos hermanas palestinas, dos niñas, Lama Hamdan y Haya Hamdan.
Haya Hamdan, Lama Hamdan, Nayam Elgarhi... Y tantos otros niños a los que besaron las balas.
Las lágrimas son por tantos niños a los que los juegos de poder, cada vez más asentado en la miseria moral más absoluta, ahorran experimentar por sí mismos cuán dura puede ser la existencia.
Las lágrimas son por verme en la necesidad de anotar algunos nombres. Quizá así no los olvide. Lágrimas porque alguno, como el de Nemat Safavi, se me escabulle por los rincones de la memoria.
De esta manera, anoto en este paño de lágrimas el nombre del saharahui Nayam Elgarhi. Aún está, es un escribir, la tinta fresca cuando leo las declaraciones de Avi Dichter. Mientras me digo, popularmente, que cada palo aguante su vela, quien se pica ajos come, ¿los ricos también lloran?, súbitamente me llegan, arrancadas de un recoveco purulento, quemándolo todo como fósforo blanco o plomo fundido, las imágenes y los nombres de dos hermanas palestinas, dos niñas, Lama Hamdan y Haya Hamdan.
Haya Hamdan, Lama Hamdan, Nayam Elgarhi... Y tantos otros niños a los que besaron las balas.
El vídeo es terrible. No menos que el resto de desgracias, pero sucumbo como todos a la imagen y el audio. Llorar de rabia y de impotencia, pero sin alivio.
ResponderEliminarNo he podido terminar de ver el vídeo... pero que nos está pasando... pero que estamos haciendo... lloro junto con Markos.
ResponderEliminarLuego veré el vídeo, con leer lo escrito ya me ha indignado y dolido bastante. Un saludo, amigo.
ResponderEliminarAmigos, mami: llevaba un tiempo queriendo escribir sobre esto. La ocasión ha sido el asesinato del chico saharahui.
ResponderEliminarLa parte de To Shoot An Elephant es terrible. Hay otras en este documental de Alberto Arce, cuyo visionado o descarga recomiendo (es legal, pues tiene una licencia Creative Commons), que no se quedan a la zaga. Esta es la página oficial: To Shoot An Elephant.
Y así es de verdad la naturaleza humana. Y lo demás paños calientes. Anarquía, el cuerpo pide anarquía.
ResponderEliminarLloro de rabia y de impotencia.El vídeo es estremecedor
ResponderEliminarCuántos niños,cuántos seres humanos deben morir aún para completar el cupo de la maldad?
El vídeo es terrible, pero cada día hay menos sensibilidad para estas cosas. A quienes nazcan hoy, cuando tengan veinte años escenas parecidas probablemente les estremezcan mucho menos que a nosotros. Hacia eso caminamos. Y los niños solo son tenidos en cuenta para engañarlos con la publicidad, para que consuman la mierda que nos meten.
ResponderEliminar¿Y la mente, Dezaragoza?
ResponderEliminarIba a decir, Felipe, que depende de todos; pero no me atrevo a contradecir ahora mismo lo que dicen el maño y mi vecino Francisco.
Invito a todos a ver el documental completo, que ha pasado bastante desapercibido.
Siempre me ha sobrepasado esa escena de la mente en la que se cuelan los niños, anónimos pero niños. Sí es cierto que cada vez parece que nos importa menos, o que la noticia nos estremece menos, porque nos vamos habituando a tenerla en el postre cada día. Y aunque nos invada la impotencia, creo que hacemos bien en removerlo. Siempre queda una estela a la que alguien se agarra. ¡Tremendas escenas!
ResponderEliminarCierto, Froilán.
ResponderEliminarNo son las únicas imágenes en To Shoot An Elephant que remueven. En el documental puede verse cómo un francotirador israelí dispara contra unos enfermeros que acuden a rescatar un cadáver; cómo, por efecto del fósforo blanco, arde un almacén de alimentos y ropa de la ONU para la población palestina; cómo, en fin, en una casa destruida por las bombas, el fósforo blanco sigue ardiendo después de echarle agua.
Ojalá se pudieran besar todas las balas, y que se durmieran todas, y que fueran Bellas Durmientes. O mejor, ojalá aprendieran a besar quien sólo sabe matar.
ResponderEliminarCarpe Diem
Ojalá, Cosecha, ojalá.
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