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17 de septiembre de 2009

La tarima de don Pedro


A solas rumia Pedro, ahora don Pedro, las novedades del curso que empieza. La fruición anticipada lo embarga y lo embriaga. Del infierno al paraíso. Ya verán esos salvajes de tercero cómo se las gasta; los apabullará con su ciencia, con vigor y rigor renovados.

Recuerda los años felices de los comienzos, esa sensación especial que le producía balancearse al borde de la tarima, las manos cruzadas a la espalda, mientras dictaba la lección del día. Ni una mosca. Águila avizor que todo observaba y abarcaba desde su pétreo dominio. Se pregunta si será de madera o de fábrica. Prefiere la primera: se oirán claros sus firmes pasos. El taconeo del poder, de la autoridad.

El disgusto de Pedro, ahora don Pedro, al ver el pasillo atestado de sabandijas se convierte en pasmo cuando entra en el aula. Apenas nota el roce de los chavales que van tomando asiento a trompicones. No atiende a los murmullos, mira, nos ha tocado otra vez el Napias, ni al saludo, qué tal, profe, de Miguelito. La mesa, su mesa, se halla a un metro del suelo, sobre una especie de catafalco al que se accede mediante tres escalones. ¡Hala, qué pasada: como en las películas! La exclamación de Jenny Martín provoca la sonrisa de Pedro, ahora don Pedro. Hay que empezar. Van a enterarse de lo que vale un peine.

Voy a pasar lista, señoritas y caballeros, aunque más valdría decir carne de cañón, que es lo son la mayoría de ustedes. Vale, profe, no te pases. Peñaranda, cállese o le pongo un parte. Pues empezamos bien. A mí se dirigen ustedes de usted, como hago yo. Lo que tú digas, esto... señor. Algunas risas celebran la ocurrencia al fondo, pero Pedro, ahora don Pedro, prefiere dejarlas pasar porque se ha hecho rápidamente silencio. Ya se acostumbrarán. Es el primer día.

Aprovecha el silencio para anunciar el primer trabajo de clase. Suárez, acérquese a la tarima, por favor. Coja estos folios y repártalos entre sus compañeros. ¿A la qué, profesor? A la tarima, aquí. El rotundo taconeo del poder, de la autoridad. ¡Olé, profe: venga, por sevillanas! Cállese, pollo. Usted a mí no me insulta: no soy un animal. Pues lo parece. Las sabandijas ríen de nuevo.

Es el momento: ha llegado a todas las manos el papel. Peñaranda hace un gesto: es la señal. Los alumnos, en tanto que Pedro, ahora don Pedro, busca el dictado en la cartera, estrujan con disimulo la hoja que les ha tocado en suerte. ¡Ahora!, grita Peñaranda. Lluvia de bolas blancas sobre Pedro, ahora don Pedro, que se ha convertido, gracias a la magia de la tarima, en una diana más fácil. Si fueran de acero...

Se oye, desmayado, el taconeo del poder, de la autoridad.


18 comentarios:

  1. Que difícil profesión. Y cuanto se perdió (lo siento, a lo mejor no viene a cuento) con la represalias franquistas en ese sector después de la Guerra Civil...

    Carpe Diem

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  2. Como no meto más que erratas, repito la entrada:

    Vecino, qué depre te noto al volver al puesto que tienes allí (como dice la canción). Esa tarima de la mesa del profe, más que catafalco asemeja un cadalso.

    Ya está, dicho sin erratas (creo)

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  3. Nunca pensé que no haber hecho la mili iba a ir en mi contra para ser profesor...

    Qué tiempos aquellos... ¿No podría ser todo como antes, como los días en que yo iba al instituto? Cuando me daban clase en mi instituto público auténticas figuras de la cultura y las letras, cuando mis notas de corte eran infinítamente inferiores a las de los alumnos de los institutos privados y concertados, pero tras el primer año de carrera aquellos eran barridos del mapa. Qué tiempos cuando la secundaria pública era un ejemplo y no se tenían que hacer experimentos de despacho y de rueda de prensa. Un abrazo fuerte en estos días de inicio de curso, mi capitán.

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  4. ¿En qué momento se perdió ese respeto esencial? ¿Fue cuando cualquiera pudo impartir clase, cuando cualquiera pudo aprobar o cuando cualquiera pudo ser padre? En fin... dramático relato.

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  5. ¿La de los tacones es Esperanza que viene a salvarlo?

    Es un tema muy serio este, y quién mejor que tú para saberlo. Pero te ruego que te signifiques más claramente, ¿qué te parece todo el revuelo que se ha montado?
    ¿Lo apoyas 100%? ¿Lo rechazas 100%?

    El relato superior, como todo lo que haces.
    Un abrazo.

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  6. Ahora que la leo 2 veces, no sé qué decir. Ni tanto (antes), ni tan calvo (ahora), me quedo con mi época donde había respeto, pero diálogo. No tengo esa sensación de las pocas clases que he dado, pero conozco a profesores que lo pasan mal, muy mal, sobre todo en los institutos... Espero y creo que tú no eres de ese grupo, porque sino vamos listos.

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  7. (*Oh, capitán, mi capitán)

    Uy, qué bajos están los ánimos...

    Estoy con Santi. No es plan de volver a la antigua, (a mí me tocó una chaladísima de profesora de inglés cuando tenía 8-9 años y tanta bronca no vale para nada); pero algo hay que desandar el camino. Por lo pronto eso de no poder expulsar a un alumno de clase, me parece una auténtica gilipollez. Ach, pero que te voy a contar yo que tú no sepas

    Espero que no te haya tocado, ni te toque, sufrir a esos charranes en carne propia. Un abrazo

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  8. Voy a dejar, por fin, unas palabras para corresponder a vuestra amable atención.

    Cierto, Adolfo: no es fácil profesión. No estás tan descaminado cuando aludes a maestros y profesores de la República. Si hay que fijarse en el pasado, es allí hacia donde se podrían volver los ojos, pues, si se mira bien, esos métodos pedagógicos que parecen tan modernos nacieron durante la llamada Edad de Plata.

    Francisco: ya no puedo saber de qué erratas me hablas; pero colaboro desde aquí a eliminar el rastro. Es posible que, en el relato, se trasluzca inconscientemente la poca gana que tengo de empezar. Sin embargo, te aseguro que en esto nada tienen que ver los chicos. Es más, aparte de lo que acabo de decir, del comienzo de las clases me llegan buenas vibraciones, si me olvido de algún enfado que se debe no a las aulas, sino a la organización.

    Santi: a estas alturas no tengo claro, dejando aparte la posible nostalgia, volver a los tiempos idos si no es para sacar de ellos lo que resulte verdaderamente necesario, lo que, realmente, pueda ser un modelo factible. Pero, para ello, es cierto que no valen los bandazos ni las banderías. Este es, en materia educativa, un país de chapuzas y parches. Es verdad, como puede deducirse de lo ya he escrito, lo del tanto y lo del calvo. Me parece poco que ahora se están planteando lo de la autoridad del profesor de una manera distorsionada. Los males de la educación están relacionados con los males de la sociedad. Por eso, no sirve utilizar o presentar como ejemplo de lo que algunos, que hacen todo lo posible por cargarse la enseñanza pública, entienden por autoridad cosas como la de la tarima o el tuteo. El relato nació de reducir al absurdo este planteamiento y de las siguientes consideraciones: poniéndonos en un caso extremo, ¿qué más me da si un alumno me golpea tuteándome o tratándome de usted?; si un alumno no entiende de respeto, o si tu manera de hacer las cosas no consigue hacérselo ver, de poco va a servir una tarima.

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  9. Ya ves que es un tema que no se acaba y da para muchas entradas...

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  10. Continúo.

    Faltaba decir, Santi, que, hasta ahora, he podido manejarme bastante bien con los chavales en estas cosas. Soy de los que no tienen pelos en la lengua para decir lo que piensa. He tenido de todo en clase, hasta rapados.

    Marqus: creo que la respuesta está en un conjunto o suma de las tres cosas, en diferentes proporciones. Es algo que no se quiere ver.

    Juanjo: el taconeo es una imagen de un concepto vacuo de la autoridad. Me da la impresión de que lo que se pretende con esa ley que anuncia Esperanza, motivo del relato que has leído, es conferir poder al profesor; pero un poder que está más cerca de la actuación policial, de la represión, que de la corrección. Me pides que me signifique: sea. No se puede esperar nada bueno de la señora Aguirre. Buena muestra de ello es que la única referencia clara que ha hecho a lo que parece que están cociendo es la dichosa tarima. Una verdadera frivolidad, una salida de pata de banco si pensamos, por ejmplo, en materias como Educación Física, Tecnología, Plástica, Música o Taller de Teatro, que imparto este año. Ni siquiera voy a concederle a los políticos el beneficio de la duda (ya está José Blanco, por ejemplo, diciendo que no le parece mal que Esperanza Aguirre se plantee estas cosas y que hay que esperar a ver qué se inventa: yo no quiero inventos ni experimentos desde arriba). Plantear esto sin considerar un cambio en profundidad del modelo de sociedad que queremos me parece una pérdida de tiempo y energías, una equivocación. Es cierto que la actución ante casos graves de violencia ha de ser más decidida; pero eso no se logra convirtiendo los centros de enseñanza en cuarteles. Si pensamos en disciplina, no hay disciplina que valga sin autodisciplina, y esta depende de valores morales y sociales, así como del concepto y de la práctica del respeto. La autoridad del profesor no se puede hacer depender de jerarquía, sino de su hacer. Los centros tienen actualmente mecanismos (el RRI) para corregir lo que se llaman faltas a las normas de convivencia. Estas normas han de ser informadas, discurridas e interiorizadas por todos los estamentos de la comunidad escolar. La implicación de las familias no sólo es necesaria sino urgente. Lo que se debe pretender es que se apliquen sin trabas guiadas siempre no sólo por el derecho de los profesores a impartir enseñanza, sino, también, de los alumnos a recibirla. Lo demás es marear la perdiz.

    De todo lo que llevo escrito, Kir, se infiere que estoy de acuerdo con lo que dices. Mas voy a precisar algo: un alumno que falte a las normas de convivencia puede ser expulsado en la práctica. La práctica consiste básicamente, en actos leves, en que abandone el aula con una tarea concreta cuya realización sea supervisada, para respetar el derecho de sus compañeros a la educación. En cuanto a charranes, alguno te encuentras de vez en cuando; si no entran enrazón porque no quieren o no saben, puerta. Se puede y se debe hacer.

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  11. Claro que sí, Santi. En mi caso, las entradas dependerán de las ganas que tenga.

    Se me olvidaba añadir, por si os interesa, pero pensando en Juanjo concretamente, que ya estoy oyendo por parte de algunos compañeros que todo lo que ayude a recuperar la autoridad del profesor es bienvenido. Uno se pregunta: ¿qué estamos haciendo, entonces, cuando, salvo excepciones como la de la directora que acaba de ser agredida por un padre, por nuestra parte? Esperar, según parece, a que nos impongan cualquier barbaridad desde arriba.

    ¿Cómo se puede esperar ni confiar, repito, en lo que diga quien hace poco ha asociado la corrupción a la existencia de funcionarios? Yo soy funcionario, para mal o para bien, de modo que lo que dijo y dice esta señora que pertenece a un partido en el que se acumulan y multiplican casos de corrupción no dejó de ser un insulto, ni deja ahora de ser un desatino peligroso.

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  12. Siento contestarte a tu razonada y esmerada contestación con una sola frase, pero lo único que se me ocurre es mandarte un APLAUSO por todo lo que has dicho.

    Más valores, más implicación familiar y menos tonterías.

    Un abrazo.

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  13. Que diferencia y cómo ha cambiado el cuento desde el miedo (que no respeto) hacia algunos profesores. Del respeto que tuve a muchos otros. Y de la falta completa de educación de las generaciones actuales.
    Que frustrante debe de ser para alguien con vocación de enseñar a los jóvenes, no encontrar ni el más mínimo reconocimiento a su labor.
    Yo también tuve una pequeña etapa como profesor en una academia (con tarima!) y pensé que no merecía la pena. Aunque recuerdo con placer algunas clases particualares (que también tuve que dar) que sirvieron para que algún que otro vago lograra aprobar siete asignaturas en septiembre.
    Siento por lo que tendrás que pasar, maestro.
    Un abrazo

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  14. Me defiendo, me defiendo como gato panza arriba, Markos. Normalmente, no tengo necesidad de arañar por mucho que bufe.

    Aunque el reconocimiento no es desdeñable, más me preocupa qué les llega a los alumnos de lo que uno les intenta enseñar y, por supuesto, qué hace falta para que les llegue lo que uno observa que les falta. No es sólo un problema de educación; también, de construcciones mentales, de mecanismos. Para bien o para mal, están cambiando, me parece, los procesos mentales en las formas de aprehender (esto afecta, obviamente, al aprendizaje). No sé si nos damos cuenta y, lo que es más grave, si cuando nos la demos sea tarde.

    Por lo demás, aunque cansado, estoy confiado, pero no, obviamente, por lo que los políticos hacen o no hacen, ni en obtener resultados positivos a corto plazo (no hablo de aprobados y de suspensos, conste). Al fin y al cabo, son seres humanos como yo. Hago lo que puedo y, a veces, me encuentro satisfecho. De esas veces hay que tomar fuerzas.

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  15. Pienso, querido amigo, que el camino que abres con tu entrada, aún estando de plena actualidad, no acertaremos a ver un desenlace plenamente satisfactorio ni para unos ni para otros.Si bien es cierto que yo considero que la educación parte en el seno de la familia, la situación actual de los que imparten el conocimiento,dista mucho de ser la ideal, pues su descontento se une a la situación que viven con alumnos que no tienen interés por lo que se les comunica.
    Un saludo!

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  16. Solo darte ánimos. Poco más puedo decirte.

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  17. Alejandro: estoy de acuerdo. No es nada fácil.

    ¡Dezaragoza!: ¡cuánto me alegro de que des señales de vida! Gracias: los ánimos van según el día. No me moverán mientras pueda...

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