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15 de febrero de 2009

Pesadilla vaticana. Páginas ¿finales?


Lamentamos comunicar al lector curioso que el asunto se ha complicado de manera inopinada y terrible. La redacción está confusa y temerosa ante los últimos sucesos. Al abrir esta mañana el correo, este amanuense ha topado, en la carpeta de “no deseados”, con un mensaje en el que se le mienta indecorosa e injuriosamente a la madre, se le tacha de blasfemo, “gafo, sodomético, cornudo, traydor y hereje” y, finalmente, se le amenaza con el mismo castigo “que ese tal Cypher ha imaginado para el Santo Padre. Así, redactarás tus ponzoñosos escritos tecleando con la boca.” La misiva viene firmada por un desconocido Batallón de Adoradores del Santo Escapulario. Hechas las primeras, oportunas y urgentes pesquisas, hemos logrado averiguar que el gato es un espía al servicio del mencionado batallón. Aunque el felino niega obcecado el hecho y orgulloso apela a la nobleza de sus ancestros angorinos, poseemos pruebas irrefutables: una polaroid que muestra al presunto en amable y jocosa tertulia con la gaviota cuyas abundosas deyecciones decoran todas las mañanas las baldosas de nuestra terraza; una grabación en mp3 de los amistosos ronroneos y graznidos que la pareja de animalitos intercambiaban en tanto que la imagen de su fechoría era captada para la posteridad. Debemos los preciosos documentos al celo vindicador y justiciero del perro de la vecina, el cual, viendo la persecución de que es objeto esta redacción, ha considerado un deber depositarlos en nuestras manos, en lugar de subirlos a YouTube o venderlos a El País. Y es que en estos tiempos de desenfrenado relativismo todavía es posible encontrar un rastro de humanidad hasta en un chucho de mil razas.

-Esto está muy bien, señor amanuense; pero le rogaría que, antes de la publicación de este su escrito cambiase, por lo menos, la palabra chucho por otra menos ofensiva y acorde con mi condición, como perro o, mucho mejor, can.

-¿Qué hace aquí este can? –pregunta Cypher.

-Cosas de Juan Carlos. Sigue, sigue, hermanito, que me tienes en ascuas –apremia Oulipo.

-Eso: siga usted. Haga como que no estoy –ladra el solidario can-. Vaya: esto está mejor, mucho mejor, señor amanuense. Gracias.

-He tenido que poner entre el cardenal, que ya empezaba a babear, y mi persona una distancia de varios metros. “Ven aquí, pequeñín, que no voy a hacerte daño.” “Ni yo lo voy a consentir”, le digo a Güemes. “En fin, Cypher: dejémoslo. Lo que ahora importa es la vida del Santo Padre.” “Me temo que mi ayuda va a ser inútil, cardenal. El señor Ratzinger ha asegurado que el mensaje de la Iglesia ‘proclama que la vida humana es bella y va vivida en su totalidad también cuando es débil y está envuelta en el misterio del sufrimiento’. Su jefe está aún consciente. De este modo, no puedo yo contravenir sus deseos.”

-Buen golpe, Luis –aplaude Oulipo.

-Espera, espera, hermano. “Mi jefe, como usted dice, doctor Cypher, a veces delira. Pero hasta sus delirios son valiosos para nosotros, pues en ellos se revela también la palabra de Dios. De todas formas, no es lo que tú piensas, y si así fuere, tampoco atentaría contra los mandatos o pensamientos de la Iglesia...” “¿Cómo?”, le interrumpo, porque no acabo de creer lo que sugiere. “Sin ir más lejos, la Conferencia Episcopal Española aprobó en 1989 un testamento vital en el cual se lee: ‘Si por enfermedad llegara a una situación irrecuperable, no se me mantenga en vida por medios desproporcionados, no se me prolongue la vida abusiva e irracionalmente, y ayúdeseme a vivir ese momento como cristiano, en paz y en compañía de mis seres queridos’. Del mismo modo, en el número 2.278 del Catecismo Romano se dice: ‘La interrupción de tratamientos médicos, onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el encarnizamiento terapéutico (...). Las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene competencia y capacidad, o si no, por los que tienen derechos legales, respetando siempre la voluntad razonable e intereses legítimos del paciente.’ ¿Qué dices a esto, perro ateo?”

-¡Oiga: un respeto! –ladra de nuevo el can solidario.

-Calla un poco, hermano...

-Oye, Luis, que no he sido yo...

-No, si se lo decía a nuestro nuevo amiguito. Se me caen los palos del sombrajo, como comprenderéis. Sin embargo, tú sabes, Oulipo, cuán cabezota soy...

-Nos viene de familia, Luis.

-...de modo que le digo al tal Güemes: “¡Qué calladito se lo tenían! A Dios rogando y con el mazo dando...” “No seas infantil, doctor Cypher. O, mejor, sí, sí: acércate un poquito que te enseñaré un ratoncito...” “Ni por pienso. Además, cardenal, la cosa no cambia: están los deseos del paciente.” “Espera, espera. No te pedimos que interrumpas ningún tratamiento, sino, más bien, que ayudes a prolongar la vida del Papa como te dije hace un rato. Nosotros no queremos, tampoco, oponernos a sus deseos. Es más, vemos con muy buenos ojos que quiera seguir el ejemplo de Juan Pablo II. Necesitamos santos, Cypher, necesitamos milagros...” Las puertas de la capilla se abren de un golpe. El padre Berlusconi llega corriendo con una ampolleta llena de un líquido viscoso y blanquecino en la mano: “El Santo Padre está en las últimas. Le he dado la extremaunción, ha recibido la Sagrada Forma. Ahora delira; pero he obtenido esta muestra palpable de su poder. Toda una reliquia...” “¡Dámela, dámela, Silvio! Para mi convento, que está de capa caída.” Quien forcejea ahora por la preciosa ampolleta es, ni más ni menos, la abadesa o superiora de las Ursulinas Genovesas Con Calcetines, que luce el último modelo de hábito de Zara sobre su más bien retacado que recatado palmito...

-Luis: ¿qué te pasa? Te está cambiando la voz: pareces Matías Prats.

-Ay, no sé. Ya sabes que el coñac me afecta. Pero escucha, escucha... Güemes se encoge de hombros ante mi gesto de sorpresa: tampoco él sabe de dónde sale la madre Esperanza. Y yo, así, hermano, no puedo continuar... “Un milagro, Cypher. Te recompensaremos. ¿Qué tal un puesto en la redacción de la COPE?”

Ruido de cristales. Algarabía de voces en la Capilla Sixtina.

-¿Algarabía? ¿Cómo te atreves, perro? –dice a voz en grito el Papa.

-Un respeto, Su Santidad, un respeto –aúlla el perro, perdón: el can de la vecina.

En este momento, hipócrita lector, mi semejante, mi hermano, en este momento, digo, en el cual todo este embrollo está a un paso de concluir, si es que encontramos una salida, tengo que arrebatarle la palabra a Luis por mor de la claridad narrativa. Varias voces se han escuchado ya en este texto polifónico y se habrán de oír otras tantas. Cypher duda de si todo es o no pesadilla. Lo más grave del asunto es, desavisado lector, que tú y yo formamos parte ya de ella.

A fuerza de convulsiones, el lacerado cuerpo de Ratzinger cae al suelo mientras grita:

-¡Abrid las ventanas de par en par! Tengo que decir algo muy importante a todos mis súbditos... a la Humanidad...

-¿Has visto eso, Cypher? El Papa ha levitado de nuevo. ¡Milagro! –gritan el cardenal y el padre Berlusconi.

-¡Milagro! ¡Milagro! –exclaman arrodilladas unas quinientas ursulinas genovesas.

-¡Ayudad al Santo Padre! Y que no se derrame o pierda ni una gota –ordena la madre Esperanza.

-Esto se pone feo, hermanito. ¿No oyes cómo llaman a la puerta? Iré a ver.

Una de las novicias se acerca a la abadesa. Esconde, después de besarlo, un pedazo de venda bajo el halda y pregunta, apuntando a Cypher y Oulipo:

-¿Qué hacemos con esos dos?

-Maniatadlos. Pero no los encerréis aún: que sean testigos de esta gloria.

-Luis: no te pases. Esta no es mi pesadilla –reprocha Oulipo a su hermano.

-¿Estás seguro? ¿Qué pasa con la puerta?

En pleno estertor, el Papa alza la cabeza y exhala su último aliento:

-¡Ein Volk, ein Reich, ein...

-¿Qué dice? –pregunta la novicia.

-No lo sé. En todo caso, son divinas palabras. Así que apúntalas, aunque sea en el refajo –ordena y manda la madre Esperanza.

Tras el último aliento, el cuerpo de Su Santidad expele sustancias innombrables. Los golpes en la puerta (¿en la de la redacción, en la de la capilla, en la del cielo, en la tuya, lector?) se hacen más acuciantes y se oyen gritos:

-¡Abran! –gritan las voces.

-Eso: abran de una vez las ventanas. Aquí huele a carroña –asegura Cypher.

-¡Mentira! –gritan las ursulinas genovesas-: es... es un perfume sabeo... Es olor de santidad. ¡Es un milagro!

-¡Que no se pierda ni una sola gota!

-¡Carroña!

-¡En nombre del Santo Oficio: abran la puerta! -grita uno y golpea con un hacha.

-¡En nombre del Rey: abran la puerta o la tiramos! –grita otro, golpea con una pica y la puerta se astilla.

-¡En nombre del Gran Hermano: abrid la puerta, carroñas! –grita el Gran Hermano, que no golpea porque la puerta ha caído-. ¡Siéntense, coño!

Ruido de cristales rotos y de astillas pisoteadas. La vecina se asoma sin pudor, “pues no había puerta, oiga”, a interesarse por la causa del alboroto. El perro, perdón: el solidario can escapa por un pelo entre las piernas del ama y se escabulle escaleras abajo. O arriba, qué más da.

Un grito entrecortado suena en la habitación de Cypher.


3 comentarios:

  1. Diría que "jaque al rey" pero podría decir mejor "jaque al papa" o "jaque a la hipocresía de la iglesia católica". Qué callados se lo tenían oye. Buen golpe y bien escrito. Saludos y salud.

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  2. Cada día me convenzo más de que hay que aplicarles la eutanasia aunque no la quieran, incluso sin estar enfermos. Me refiero a la política, eh, y para los hermanos Güemes, Esperanza, Silvio. Y luego ponerles el nombre de una calle, por mí que no quede.
    Buen relato, Juan Carlos, hasta he olido la santidad del B16

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  3. Gracias, caballeros.

    Dezaragoza: ya lo dice la Iglesia: "De todo hay en la viña..."

    Francisco: yo los ponía en la calle con una mano por delante y otra por detrás para que se buscasen la vida subidos a un andamio o fregando suelos, con todos mis respetos, dicho sea de paso, hacia alarifes o albañiles y personal de limpieza.

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