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2 de noviembre de 2008

Carranque. Final.


Hasta que no entró en el comedor de la casa de Romeral, Carranque no pudo creer que el teniente se sintiera tan seguro como para no vivir en la casa cuartel. Había rodeado el edificio al ver a una pareja de tricornios liando tranquilamente unos pitillos en el poyete de la entrada. En la sala, espaciosa pero austera, Romeral levantaba una cuchara. A la derecha del teniente se sentaba una mujer. La cuchara no llegó a su destino, pues el estupor del comensal hizo que vertiera el contenido sobre la casaca.

-No te muevas, Pedro, o te dejo sentado ahí para siempre de un tiro. Usted tampoco, señora: no quisiera hacerle daño...

La recomendación fue innecesaria porque la mujer había quedado paralizada. Romeral recuperó la sangre fría que siempre lo había caracterizado. Se limpió las manos en la servilleta y, con media sonrisa, pero con los ojos grises fijos en la pistola, dijo:

-¡Hombre, Julián! Te hacía en el extranjero. ¿A qué se debe...? Toma asiento, hombre: come, si quieres, con nosotros... Esta es Consuelo, mi señora. Consuelo: saluda al señor, mujer.

La mujer no dijo nada. Miraba alternativamente a su marido y a Carranque con cara de no saber qué estaba ocurriendo. Carranque había reprimido con rapidez la sonrisa que empezaba a dibujársele cuando oyó su nombre.

-Ya sabes a qué he venido, teniente.

La mirada de Romeral huyó fugazmente a la cartuchera que reposaba sobre el aparador.

-Ni se te ocurra, teniente. Levanta las manos, que yo las vea, y ponte en pie con lentitud. Vamos a dar un paseo.

-Voy a complacerte un poco, hombre, que no se diga que no soy hospitalario. Pero de aquí no me muevo. Lo que tengas que hacer hazlo ya.

-Si se te ocurre llamar a tus subordinados, acabo contigo ahora mismo.

-No va a hacer falta –repuso con sorna Romeral-, debe de quedar poco para que entren a buscarme. ¿Así que has venido a matarme?

-Yo diría que a ejecutarte...

-¿No me dirás que es por lo de tu hermana? Fue hace tanto tiempo. No estoy muy orgulloso de aquello, la verdad. Manuela me gustaba, pero no me hacía caso... Un accidente de juventud...




Consuelo se levantó bruscamente. El teniente la asió con tanta rapidez que Carranque no pudo reaccionar y la obligó a interponerse entre su cuerpo y la trayectoria del arma. La presión del brazo de Romeral sobre el diafragma hacía más evidente la gravidez de la señora.

-¡Pedro, me haces daño! ¿Qué es eso de un accidente?

-¡Cállate, mujer! De todas formas, Carranque –silabeó el sobrenombre con sarcasmo-, según parece Manuela no le hace ascos a los hombres... En eso ha salido a su madre.

-Eres el mismo cerdo de siempre. Suéltala.

-Ni lo sueñes. Tú, chata, quietecita. Eres nuestro mejor seguro, pues has de saber que el valiente de Carranque nunca ha tenido redaños para maltratar a una mujer, ni para disparar contra un hombre desarmado. ¿No es así, Carranque? Por eso los tuyos te enviaron a Francia.

-Suéltala, Pedro. Contra ella no tengo nada.

-¿No te lo he dicho, Consuelo? No tiene huevos.

Los amigos de Toulouse tenían razón: había sido una locura. Ahora tenía que tomar una decisión. Quizá pudiera hacer blanco sobre Romeral; pero le aterraba no acertar. Una embarazada... Quizá no estaba todo perdido si conseguía salir a campo abierto.

-Ponte al otro lado de la mesa, teniente.

Mientras Romeral obedecía divertido, pero sin separarse de su mujer, ofreció:

-Si te entregas ahora, Julián, quizá puedas ver a Adila, aunque no está muy presentable que digamos: hemos tenido que zurrarla un poco. Ya sabes: como a tu padre.

-Volveremos a vernos.

-Lo dudo. Si sales, eres hombre muerto.

-Yo llevo muerto ya muchos años, cabrón.

Carranque oyó en el patio los gritos de la mujer y la llamada del teniente. Un momento después, el silbido de una bala. El impacto lo desarmó. Cuando una ráfaga de naranjero lo derribó, oyó también las pisadas de la pareja a un costado y la voz de Romeral:

-Yo no tengo ningún escrúpulo en disparar a un hombre por la espalda, Julián, deberías acordarte. Rubio: remátalo.

Carranque no llegó a escuchar el estallido de la granada a la que había quitado el seguro segundos antes. En su cerebro resonaban como un eco sus propias palabras: “Yo llevo muerto ya muchos años.”




En octubre de 1951, los compañeros de guerrilla de Girón, Manuel Zapico Terente “Asturiano”, Pedro Juan Méndez “Jalisco”, Francisco Martínez López “Quico” y Silverio Yebra Granja “Atravesado”, cruzaron la frontera con Francia. Los restos de Manuel Girón Bazán, rescatados de la fosa común por un amigo, fueron enterrados en el cementerio del Carmen de Ponferrada el 5 de febrero de 1995. He tomado los datos de Paisajes de la guerrilla.


2 comentarios:

  1. Juan Carlos, Ya leí tu "Carranque", me ha gustado mucho. Está muy bien escrito, tiene fuerza y emotividad. Es solo un episodio de la vida de un hombre (¿Existió realmente?) pero dice mucho más porque apela a la memoria, al inconsciente colectivo o como se llame ese lugar de la mente que empieza a manar cuando es estimulado convenientemente.
    Enhorabuena y un saludo,

    (¿Has pensado en subirlo a Bubok.es, por ejemplo?)

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  2. Muchas gracias por tus apreciaciones, Francisco.

    No conozco Bubok. Veré si me interesa.

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