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15 de mayo de 2012

"Aura" de Carlos Fuentes

A la memoria de Carlos Fuentes. Reedito un artículo publicado allá por septiembre de 2008 en el fenecido Por el camino de la letra.
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La novela contemporánea perturba porque explora y descubre. Pero su exploración jamás termina y sus descubrimientos se prolongan en más y más interrogantes.

      El mejicano Carlos Fuentes es autor de una variada y compleja obra narrativa en la que se conjugan, casi siempre con acierto, el interés por la historia, sobre todo la de su país, el buceo en la conciencia y el subconsciente del ser humano y la renovación de técnicas y formas.
     La primera lectura que hice de Aura, novela corta o nouvelle que Fuentes publicó en 1962, poco después de La muerte de Artemio Cruz, causó en mí una impresión difícil de olvidar. Señalar las causas principales de esa impresión puede servir, tal vez, para que quien leyere esto se interese por esta obra.
      Se ha dicho que Aura es más que una historia de fantasmas. Esto es cierto; pero conviene recordar que, al fin y al cabo, el personaje que da nombre a la obra es un fantasma de ojos verdes, un fantasma muy especial, creado como proyección de la juventud de la anciana Consuelo mediante sortilegios y bebedizos. Hay algo más a este respecto, y con ello se trasciende, sin abandonarlo, el marco de lo fantástico en que se introduce Felipe Montero, el tercer personaje de esta danza de espectros: el enigma de la identidad se presenta como un fantasma.
      Siguiendo con el motivo de la identidad, llegamos, según creo, al sentido de la obra. Desde mi punto de vista, en Aura se plantea, por debajo o por encima de lo dicho y del tópico del amor post mortem, que la identidad plena se encuentra en la realización del deseo o el amor, en la unión, sin trabas, con otro. En el caso de Aura es un amour fou.
      Si tuviera que destacar unos pocos aspectos formales, uno de ellos sería, sin duda, el desasosegante uso que se hace de la segunda persona como única voz narrativa. Sin entrar en discusiones, se admite que la primera novela escrita en segunda persona fue La modificación de Butor. Fuentes ya echó mano de ella en Artemio Cruz. En Aura sustituye a la primera persona para hacer más intenso el proceso de identificación del lector con lo narrado característico del relato de terror. Sin embargo, la segunda persona apunta, aquí, más lejos, puesto que se introduce en el meollo de uno de los motivos nucleares: el de la identidad. ¿Quién es el “yo” innominado que se dirige al “tú”? El “tú” corresponde a Felipe Montero y, por identificación, al lector. El “yo”, en los comentarios, estudios o ensayos que he leído, suele relacionarse con Montero, con un narrador omnisciente o con los dos. Propongo, si no se ha hecho, una vuelta de tuerca. Si un “yo” escritor de ficciones puede ser comparado con un taumaturgo que convoca fantasmas para un “tú” lector, la figura que, en la ficción de Aura, se corresponde con el escritor, no es Montero, sino la longeva y estéril Consuelo.
     He dicho de otra forma que Aura habla del reconocimiento o del hallazgo de la identidad. Más que reconocimiento, sería correcto decir alumbramiento, puesto que la acción se desarrolla en la oscuridad de la casa de Consuelo Llorente. Pero es una oscuridad en la cual los sentidos de la vista, el oído y el olfato cobran un extraordinario vigor. La especial sensualidad de la novela es otra de las causas que mencionaba arriba.
      Con esto basta. Quien quiera más tendrá que leer a Carlos Fuentes.

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