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29 de agosto de 2008

Variación de un cuento tradicional

Decía Borges que la literatura es una casa de citas y que no hay muchas historias que contar. Añadamos que las variaciones y las contrahechuras creativas o paródicas de una misma historia o de un mismo motivo son frecuentes.

Presentamos hoy una propuesta habitual en talleres de escritura. Con ella, pasamos del verso a la prosa, al calor de los cuentos tradicionales. La propuesta consiste en la variación de un relato conocido partiendo de un rasgo definitorio o característico de los personajes o de las situaciones de ese relato. En este caso, tomamos como objeto del ejercicio "Caperucita Roja". En este cuento, el color de la caperuza es el rasgo que nos sirve de base. Variemos el rasgo y dejemos que nuestra imaginación vuele y reconstruya la historia, respetando, en lo posible los principales elementos de la trama.

Hemos de decir a los navegantes que se asomen a esta página que el texto ya apareció antes en otro sitio que aún mantenemos. Nos parece, con todo, que está mejor aquí.

Fuente de la imagen: Wikipedia

CAPERUCITA VERDE

A Neil Jordan y Carmen Martín Gaite, por recordarnos la fascinación de la vieja historia que contó, entre otros, Perrault.

A orillas del río, entre la umbrosa espesura de los robles que daban comienzo al bosque, hace muchos, muchos años, vivía una niña a la que todos conocían por el nombre de Caperucita Verde, porque su abuelita, que siempre estaba enferma, le había cosido con sus pálidas y delicadas manos una caperuza de juncias que tenían el suave matiz glauco de los ojos de la niña.
 
Un día que Caperucita se disponía a visitar a su abuelita, su madre le gritó desde el balcón:
 

-¡Caperucita Verde!: ¡que olvidas el tarro de menta para tu abuela...!

Como otros días de primavera, Caperucita volvió y salió corriendo, corriendo, hasta que se halló en mitad del bosque. Y, allí, como otros días, se entretuvo mirando, oliendo, escuchando y hablando a cuantas florecillas encontraba. A falta de sus preferidas, las peonías y las crucíferas, dijo a una amapola:

-Amapola sola, voy en busca de las verdes olas. 

Dijo a un pensamiento:

-Pensamiento, que mi parra siempre esté verde, nunca sea sarmiento.

Dijo a:

-¡Huy! ¡Qué flor más rara! ¿Cómo te llamas?

Había topado con una especie de cogollo negro brillante al que rodeaban verdinosos filamentos. Era la nariz del lobo, que acechaba a Caperucita tumbado entre los ásaros, porque había observado que la niña gustaba de juguetear con las mariquitas que posaban en las arriñonadas hojas.


-Soy quien temes y quien esperas, Caperucita. Me llaman Lobo y...

Las últimas palabras de la bestia se perdieron por los rincones del bosque, porque Caperucita salió corriendo y corriendo al recordar las palabras de su abuela:

-No te detengas nunca en el bosque, y menos si cae la tarde. Y, por encima de todo, Caperucita, nunca prestes oídos al lobo: es pérfido y embaucador... Nunca, Caperucita, nunca, o te perderá: no volverías a ser la que eres o morirías...
 


Una tarde de final de mayo, de regreso a casa tras haber llevado a la abuelita un cocimiento de hierbabuena, Caperucita decidió dar un rodeo para entrar en la era que lindaba con el bosque. Le gustaba tenderse sobre el trigo joven, aspirar el olor de la mata de albahaca que en el límite del campo crecía, seguir el vuelo de las golondrinas en el azul que se teñía de púrpura.

Un gemido la detuvo junto a la Loma de los Árboles Eternos, llamada así porque en ella daban sombra tres árboles centenarios, más viejos aún que la abuela y que la abuela de la abuela: un ciruelo, un pino y un bambú, regalo, según una añeja leyenda, de no sé qué rey de la China.

Detrás de los troncos, un rayo de sol tamizado de esmeralda hería la cerviz del lobo, que estaba sentado sobre sus cuartos traseros llorando.

Pudo más la curiosidad de Caperucita que el miedo. Se aproximó y dijo al animal:

-Yo creía que los lobos aullaban a la luna llena. ¿Por qué lloras?

-Hay muchas cosas que no sabes de mí –respondió Lobo sin sobresaltarse, pues estaba esperando a la niña-. Lloro por lo descortés que fuiste conmigo el otro día.

Lobo volvió la cabeza hacia Caperucita. La niña quedó atrapada en una rara estupefacción al ver que tras las lágrimas, en medio de los amarillentos iris de la fiera, las pupilas tan pronto eran redondas como igual de estrechas y verticales que las de los gatos y algunos reptiles.

-¿Qué cosas tendría que saber? –dijo al fin Caperucita sobreponiéndose a la fascinación que sobre ella ejercía la mirada de Lobo.

-Siéntate junto a mí y hablaremos, jovencita –respondió el lobo.

Del ciruelo saltó entonces una calandria:

-No escuches al lobo, Caperucita, márchate.

-Vete, niña, vete –dijo un ruiseñor que estiraba las alas en lo alto del pino.

El hocico de Lobo se arrugó mostrando los dientes:

-Callaos, pajarracos, o me las pagaréis.

-Recuerda lo que siempre te dice la abuela –era la voz de un verderón que se posó en el bambú.

Caperucita, alertada, echó a correr y correr, y no se detuvo hasta llegar a su casa.

Aquella noche, Caperucita no pudo dormir tranquila. Una y otra vez, entre el sueño y el duermevela volvían a su mente los ojos del lobo. Algo en ellos, no sabía muy bien qué, le recordaba la mirada dulce y acerada, a un tiempo, de su padre, y el corazón se le llenó de congoja.


Un día que la niña fue a casa de la abuela para llevarle en un cestillo de mimbre tierno unas ramas de salvia seca, se entretuvo más de lo debido en el bosque. Algo en sus entrañas la empujaba hacia el estanque de las ninfeas, que estaba un poco apartado. Desoyendo pasadas advertencias de su madre, pues allí murió ahogado el padre de Caperucita, llegó jadeante.

El lobo la halló absorta, con la mirada fija en las aguas verdinegras. Sus blancos dedos rasguñaban el liquen de una piedra medio sumergida en la orilla.

-Yo puedo hacer que entiendas lo que te pasa –dijo el lobo.

Caperucita no se asustó. Sentía que deseaba aquel encuentro. Aun así se levantó, dispuesta a huir ante la menor señal de peligro.

-¿Cómo? –desafió al lobo.

-No es hora de entretenerse aquí –dijo Lobo oteando el horizonte que empezaba a oscurecerse-. Además, hace tres días que no pruebo bocado y empieza a hacer frío...

-¿No pretenderás comerme?

-No, niña, no pensaba en eso, aunque me gustaría...

Caperucita hizo ademán de marcharse, pero se detuvo.

-Antes de seguir hablando has de saber que tu querida abuela está muy, muy enferma...

-¿Cómo? –Caperucita se sobresaltó.

-Espera, niña, espera... Tengo un trato que proponerte. Tu abuela es ya muy vieja y yo he de comer. Delante de nosotros hay dos caminos: los dos conducen a su casa. Elige uno de ellos, cualquiera, incluso te doy ventaja. Si yo llego primero, tendré a la abuelita de cena y charlaremos, tú y yo, hasta el amanecer. Si ganas tú, me marcharé para siempre.

-¿Y si yo salgo corriendo ahora?

-Te comeré.

-¿Cómo puedo confiar en ti, que eres una bestia sucia e inmunda? ¿Cómo sé que no me engañas?

-Prueba –respondió el lobo relamiéndose-. Que tu corazón te guíe, niña. Palabra de lobo. Adelante.

Caperucita titubeaba, pero por fin escogió el camino que pensaba la llevaría más pronto junto a su abuela, porque era el más luminoso.

Bañada en sudor, con la capucha y el cestillo deshechos, Caperucita llegó, entrada la noche, a la humilde casa. Las luces estaban encendidas y eso le procuró alguna esperanza. Llamó a la puerta.

-¡Abuelita!

-Entra, por favor –gruñó el lobo.

Caperucita dudó. El miedo la impulsaba a huir; el deseo de saber y la fatiga la inducían a entrar.

-Entra –nunca fue tan dulce la voz del lobo.

Caperucita entró. Dentro hacía un calor sofocante. Reparó con terror en los restos del festín.

-¡Criminal! –gimió-, me has engañado.

-De ninguna manera. Sólo tú te has engañado. Ahora siéntate y hablemos: es el trato. No pienso hacerte daño si no quieres.

Algo en la voz de Lobo, una nota de tristeza, acabó por derrotar a la niña. Caperucita se sentó.

-¿Y ahora qué? –preguntó a la fiera.

-No son preguntas lo que debes hacerme. Y, por favor, quítate la ropa, que estás sudando, y acuéstate aquí, conmigo. ¿Quieres?

A Caperucita ya no le quedaban fuerzas que oponer a la voluntad del lobo. Obedeció.

Durante un rato que pareció un siglo, Caperucita se encogió aterrada en la cama, lo más lejos que pudo de la bestia. Más tarde, como el lobo no se movía y sólo suspiraba, lo observó con atención.

-¡Qué orejas tan grandes tienes! –dijo al lobo.


-Con ellas, hija mía, escucho lo que fue y lo que ha de venir –respondió sonriendo el lobo.

-¡Qué ojos tan grandes tienes!

-Con ellos veo los cambios: lo que nace y lo que pasa, lo que se pierde y lo que regresa.

-¡Qué dientes tan grandes tienes!

-Están hechos para morder; pero, si te muerdo, ya no serás la misma.

-Así sea.


El tiempo del otoño era un tiempo difícil. Caperucita observaba la tristeza que volvía pardos y grises los senderos que tantas primaveras recorriera. Tenía mucho de que preocuparse: su madre, prematuramente envejecida, a la cual cuidaba como antes a su abuela; la casa de ésta, en la que vivía, empezaba a dar señales de ruina.

Caperucita se miró de nuevo en el espejo carcomido. Hizo un mohín al ver las finas estrías amarillas de sus ojos. Poniendo las manos sobre las caderas pensó:

-Tengo que hacerme un vestido nuevo. Este se ha quedado ya pequeño.


5 comentarios:

  1. Habrá que pensar pues en qué cuento tomar como base...aunque esto llevará un poco más de tiempo, habrá que intentarlo.

    Por cierto, acabo de caer en la cuenta. No te dije que vi En compañía de lobos, ¿no es cierto?. Trama aparte, que juega con los dobles sentidos y que resulta más que interesante, me llamaron profundamente la atención los efectos especiales, porque aunque sencillos hasta para la época, conseguieron impresionarme como no lo han hecho ningunos otros hasta la fecha dentro del género de terror.

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  2. Lo cierto es que nunca me gustó demasiado el cuento de pequeña, pero creo que puedo hacer algo interesante con la Bella Durmiente...

    Seguiré pensando...

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  3. Nada, nada: a pensar, pues.

    Neil Jordan hace buenas películas: ahí están En compañía de lobos o Juego de lágrimas para certificarlo.

    Más desiguales, aunque interesantes:
    Mona Lisa, Entrevista con el vampiro, Michael Collins o Desayuno en Plutón.

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  4. ¿Recuerdas el concurso catalán? Pues Expresividad concentrada quedó en segundo puesto.

    Esta tarde/noche finalmente, La princesa y la semilla.

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  5. Enhorabuena por lo del concurso. En cuanto a lo otro, habrá que leerlo.

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