En Lo que sé de los vampiros, Francisco Casavella introduce a Martín de Viloalle, el protagonista, en el ambiente de la Revolución Francesa. Viloalle conoce a Baptiste Rivette, periodista al servicio del conde de Mirabeau. Una de las páginas memorables de la novela atribuye a Rivette las siguientes palabras:
He aquí los pasos necesarios de la degradación:
Al tono de fineza que compromete sucede el tono de fineza que se recata. Y esta cede sitio al halago que inciensa, a la duplicidad que miente con impudicia, a la rusticidad desmandada que insulta sin disimulo o a la oscuridad circunspecta que vela la indignación.
Salgo de mi oscura circunspección para imaginar a Rivette escribiendo lo que antecede en, por ejemplo, la tribuna del palacio de la Carrera de San Jerónimo durante una sesión de control al Gobierno.
Mirabeau osó escribir algo que sería políticamente incorrecto en esta nuestra España borbónica, a saber: “El rey es un asalariado, y el que paga tiene el derecho de despedir al que es pagado”. Eran otros tiempos. Aunque parece que el conde jugaba a dos o tres bandas, como los que ahora se dicen liberales a ambos lados de los Pirineos, pues sacrifican, soslayan o limitan con bastante facilidad, y hasta regocijo, las libertades si afectan al “laissez faire” y a la propiedad privada, aun cuando esta se haya conseguido a tuerto; pues defienden, generalmente, solo la igualdad de los que consideran sus iguales; pues, en fin, fuera de misa oponen fronteras a la fraternidad.
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