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11 de octubre de 2014

Corpus delicti

      Derribaron la puerta. Esperaban encontrar resistencia al otro lado, pero solo los recibieron un fuerte olor a quemado y los últimos acordes de “Le déserteur” que llegaban desde el fondo de la casa.
      El cadáver yacía en una silla giratoria con la cabeza apoyada en una mesa de oficina sobre la que se veía un ordenador destripado. Unas esquirlas minúsculas brillaban en la caja del disco duro.
      -¡Me cago en todos sus muertos! –exclamó el comisario Méndez-. ¡Dos años estrechando el cerco para esto!
      -Lo teníamos, Comisario. Se habrá muerto del susto al averiguar que estábamos encima –dijo el inspector Ruiz.
      -¡Y una mierda! ¡Esto no puede ser! –volvió a exclamar el Comisario.
      -¿Y ahora qué hacemos? –preguntó un oficial.
      -Poner todo patas arriba, a ver si encontramos algo –ordenó Ruiz.
      -Lo dudo –aseguró Méndez.
      El comisario, exasperado, amartilló la pistola y apretó el cañón contra la nuca del muerto.
      -No se puede ajusticiar un cadáver –advirtió Ruiz.
      -Tienes razón –respondió el comisario-; pero puede ser ultrajado.
      Méndez guardó el arma, arrojó con violencia el cuerpo al suelo y empezó a arrancarle la ropa a tirones mientras reclamaba a gritos una navaja o un machete.