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12 de enero de 2013

El último "whatsapp"


      De Pepa se decían muchas cosas, no todas buenas. Pero no se podía dudar de su determinación ni, tampoco, de su maña e inventiva para cocinar sabrosos platos con casi nada. Sin embargo, de la nada ni del aire se vive, por mucho que así se asegure. 
  Como pajarillos se habían estado alimentando varias semanas. Los chicos se habían desmayado dos o tres veces en el colegio, Braulio roncaba más fuerte cuando conseguía dormir y tenía el humor más agrio, y ella a duras penas podía en ocasiones con el aspirador y la fregona, bien en casa, bien cuando le cabía en suerte alguna escalera o algún piso que limpiar y poder, así, estirar un poco más el magro subsidio.
     Braulio se había opuesto con su proverbial terquedad, pero acabó cediendo, pues los números cantaban como los estómagos: necesitaban, alguna vez, comer algo consistente.
      -Espera a mañana, por favor –le dijo a Pepa en la cama antes de que amaneciera-. Hoy es la final...
      -La ves en casa de tu hermana.
      -¡Esto es la ruina! –clamó Braulio.
      -Efectivamente. Pero hay que seguir adelante.
      Nada más llegar del colegio, Ricardo se atrevió a preguntar qué había de comer, animado por el olor exquisito que llegaba de la cocina. Pepa señaló la olla grande y respondió a su hijo:
      -Comida.
      -¡Mamá: no puedes hacer esto! –gritó el niño al levantar la tapa y ver lo que se cocía.
      -Ya está hecho, hijo.
    La mesa parecía el velatorio de un ser muy querido. Braulio y los niños estaban cabizbajos, con las manos por debajo del mantel, como si en la bandeja que ocupaba el centro esperase a ser trinchada una mascota fiel y no la pantalla plana por la que habían pagado quinientos euros.
    Pepa llegó de la cocina con una salsera en la que llevaba una de sus portentosas vinagretas. Rompió el silencio y anunció:
      -He pensado que, ya que estamos, vamos a hacer las cosas bien. Poned vuestros móviles en el plato. Vais a ver qué ricos entrantes resultan con esta salsa.
      Laurita se encogió de hombros y puso su trasto en el plato la primera. Al fin y al cabo, estaba pasado de moda. Braulio, a punto de llorar, exclamó:
      -¡Esto es la ruina!
     Ricardo fue más remiso, por lo que Pepa le arrebató el aparato y ella misma se dispuso a aderezarlo cuchara en mano.
     -¡Mamá, por favor: déjame, por lo menos, enviar el último whatsapp!
     -Vale. Pero, después, no te lo comas entero, deja la mitad para el bocadillo de mañana.

6 comentarios:

  1. Asombroso relato. Resulta la paradoja de que el hambre es trágicamente voraz.

    Creo que esta vez no he ido por mal camino. Aunque nunca se sabe.

    A mí me ocurre algo parecido al escribir. Cuando lo vuelvo a leer, lo veo con otros ojos.

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    1. Ya dice el refrán: "Ante el hambre no hay pan duro". Pero ocurre que no siempre el hambre hace ver qué es verdadera necesidad.

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  2. Jaja, genial. La verdades que me río por no llorar. Estamos regresando a los tiempos del hambre pero llegamos desde otro lado, desde la otra orilla, la de la opulencia o, al menos, de una falsa opulencia que nos creamos rodeándonos de trastos como ese que ahora habrá que digerir. Muy bueno. Hace un par de días vi la película "Los muertos no se tocan, nene", de José Luis García Sánchez, basada en la novela de Rafael Azcona. te la recomiendo porque tiene puntos en común.

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    1. Así es.

      No hay pecado en reírse en este caso, pues me parece que el relato, por basarse en una reducción al absurdo, se presta a ello. Otra cosa es que la risa, además, duela.

      Tomo nota de la recomendación. Azcona es un genio.

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  3. La vida es cuestión de prioridades y el comer debería ser una de las primeras... el problema es que algunos tienen el sistema de prioridades un tanto atrofiado.
    Un abrazo

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    1. O extrañamente educado. El sistema ese de prioridades, digo.

      Gracias por tu visita, Javier.

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