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5 de enero de 2013

El robo


La casa estaba desordenada, pero no echó en falta nada de valor. No se percató del tamaño del desastre hasta que, horas más tarde, tras adecentar la morada, entró en el despacho. Los ladrones, tal vez lacayos del Estado, no trabajaron en vano: todos los papeles estaban horadados, ya que les faltaban letras. “Extraña forma de censura”, pensó. Bastaba con volver a redactar afanosamente.

Al encender el ordenador contempló enajenado las oquedades que reemplazaban a dos teclas. “¡No me robarán todas las palabras de esta manera!”, exclamó. Le costó hallar con qué trazar otra vez los vocablos sobre las hojas, porque no recordaba, de pronto, el nombre de los objetos que eran menester. Tampoco la boca alcanzaba a poner voz a las vocales escamoteadas. 

2 comentarios:

  1. Solo faltaba... que pudieran robarnos la memoria de las cosas. Aunque no me extrañaría que no tardarán mucho en poder conseguirlo. Es cuestión de que se empeñen. El siguiente paso es ponerte dentro de la cabeza lo que ellos quieran que pienses. Terror da solo de pensarlo.

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  2. Aquí se trata de dos vocales y fíjate en la que se arma.

    Muchas palabras están viciadas o manoseadas de tal forma que a veces da grima usarlas. Y ahí tenemos la neolengua en plena acción.

    En cuanto a lo que pensamos, no acabo de tenerlas todas conmigo.

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