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25 de diciembre de 2012

No me llames Martínez


      Lo malo de la gente que sube sin importarle los medios es que olvida pronto el camino que ha recorrido. Esto pensaba Federico Martínez mientras aguardaba a que se vaciase el despacho de Agustín. El Director General tenía que comunicarle algo muy importante de carácter reservado.
      -El asunto del polígono está muy feo. Nos va a estallar en las manos como no pongamos remedio –le espetó el Director General.
      -Y el remedio es cortar cabezas...
      -Hombre, Martínez, no te pongas trágico...
      Agustín había hecho mucho por él, sin duda. Sacarlo del bache cuando lo despidieron de la agencia era algo que no se podía olvidar. Pero se lo había pagado con creces al poner a su disposición su tiempo, su experiencia, sus contactos y su lealtad. Nunca esperó, por tanto, que de Federico o Fede, como le había llamado desde los tiempos del colegio, pasase, hacía casi un año, a ser Martínez, “mi brazo derecho”, ni siquiera por guardar las apariencias de una pantomima destinada facilitar el ascenso de Agustín en el ministerio.
      -¿Que no me ponga trágico? Una de las cabezas, supongo, es la mía. No me lo merezco.
      -Serán solo unos dos años, hombre. Sabes que cuidaremos de tu familia y te buscaremos algo a la vuelta.
      -Yo he tenido poco que ver. Te dije que no me gustan los rusos. Tú te empecinaste. Tú y Liborio.
      -¿Poco que ver? Te pasaste con el concejal Nieto...
   -Ese hombre hubiera acabado suicidándose más tarde o más temprano. Cuando estábamos en la oposición no tenías tantos escrúpulos.
      -No me vengas con esas, Martínez.
      Por lo menos, en privado, lo tuteaba. Ya era algo, aunque solo fuese un expediente inútil para la nostalgia. Agustín abrió un cajón, sacó un talonario y se dispuso a trazar minuciosamente su firma en un cheque. Él encendió un cigarrillo. Necesitaba tranquilizarse ahora que Agustín estaba a punto de defraudarle irremisiblemente.
      -Pon tú la cantidad –le dijo después de un silencio atravesado solo por las miradas.
      -¡Por favor!
     -Liborio es intocable. El Ministro no me lo perdonaría. Y yo no voy a cargar con el marrón, Martínez.
      Federico aprovechó las excusas para amartillar su vieja y fiel Astra. Disparó a bocajarro, sin apenas pensar.
      -Yo tampoco. Y no me llames Martínez.


2 comentarios:

  1. Genial, yo estaba meditando algo vagamente parecido para un minirrelato. La pena es que no cunda más este ejemplo y los chorizos se cuelguen de donde merecen después de haberse llevado por delante a los grandes capos.

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    1. Gracias.

      La ley de este tipo de selva no contempla la autoinmolación. El suicidio queda para desahuciados y, curiosamente, maltratadores.

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